Desde finales del siglo XX y en lo que vamos del XXI se ha hecho cada vez más notorio que las cosas simples de la vida van cayendo en extinción. Por el momento solo en la infancia primera, y algunos seres privilegiados de adultos pueden disfrutar de manera plena de aquellas cosas que llevamos grabados en los genes. El regreso al mar de donde venimos, el ritmo o música de la vida, el olor de la tierra, el espíritu de la aventura, el disfrute de la libertad de manera real y natural.
Y no hablo de los que
tienen mucho dinero para no tener que pasar sus vidas luchando por un sustento
sin casi tener tiempo para mirar el cielo.
Hay dos historias que
quiero contar.
Hace casi dos años trabajé
con dos chicos turcos que vinieron de vacaciones a Cuba. Venían de graduarse en
Estados Unidos e iban de regreso a Turquía. Uno de ellos era de familia muy
rica. Conversamos de muchas cosas, pero una de las que más recuerdo es cuando
conversamos de las telenovelas turcas que se estaban poniendo de moda en Cuba.
Ese mundo idílico de hombres y mujeres hermosos, bien vestidos, de una Turquía
moderna y civilizada. Ellos sonrieron. Uno me preguntó a cuantas cuadras estaba
mi casa del mar. Unas siete, le respondí. Entonces para mi sorpresa me dijo: te
lo puedo resumir de una manera que lo abarque toda. En Estambul hay personas
que viven y mueren a esa misma distancia del mar y durante décadas no pueden llegar
a disfrutarlo porque su vida es solo trabajo y no hay tiempo para placeres como
ir a mirar el mar.
Segunda historia. Serví de
guia a un señor inglés. Fue una jornada de en ensueño aun para mí. Autos clásicos
y modernos, La Habana de punta a cabo, almuerzo y comida en restaurantes de
lujo, bebidas caras, caminar por las calles de la Habana vieja con alguien que parecía
una esponja humana. Al final de la jornada llegamos al hotel Nacional, y allí sentados
en el jardín, frente al mar Caribe y con el atardecer cayendo y tiñendo de rojo
a mi ciudad, con una copa de vino blanco casi helado en las manos, este hombre
me contó que hacía muchos años que no pasaba un invierno. El dinero que tenía
le permitía ir de hemisferio en hemisferio y disfrutar de países y continentes
en una eterna primavera-verano.
Con estas y otras
historias comprendí que hay cosas que tienen un precio alto en el mundo de hoy
y que antes eran de fácil acceso por todos. Cada año se vuelven privilegios de algunos que tienen el
dinero y el tiempo para poder detenerse, observar y decidir qué hacer.
He aquí algunas de esas
cosas que para mí guardan un valor especial y que he notado que se nos escapan
de entre los dedos de las manos como la arena, dejando algunos granos en ellas
que serían los recuerdos de infancia, cuando vivíamos una vida despreocupada y
han pasado a ser cada vez más el patrimonio de los que pueden pagarlo:
_ Amaneceres y Atardeceres
_ El silencio
_ Mares azules, cálidos y
transparentes
_ Paisajes, aún los propios.
_ Independencia
_ Tiempo de calidad para compartir
Humberto.
maestro y Guia en la Habana
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cubamigos@yahoo.es
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