sábado, 24 de febrero de 2018

CUBANOS, POR ESTO SOMOS ASI: 1980


MARIEL O EL AÑO DE LA ESCORIA

Ya parecía que toda resistencia había acabado tras 21 años de revolución.

Todos los que se habían atrevido a disentir habían muerto o estaban en el exilio y solo quedaba un puñado, casi que se podían contar con los dedos de la mano, de los que se atrevían a disentir en público. ¿En público? Bueno, ya parecía que nunca más, aunque ese año demostró que no era así.
Ha pasado algún tiempo ya, pero todos recordamos algunas cosas. Ya todos vestíamos iguales, pobremente ,y mayormente con uniformes. Comíamos lo mismo, cada vez menos variedad. Ya se había ganado la batalla del sexto grado para toda la población y comenzaba la del noveno. La mortalidad infantil estaba por debajo de 5 cada mil nacidos vivos. Ya estábamos en África, en sus guerras, y comenzaban a desaparecer de algunas vidas algunos cubanos, amigos o familiares, perdidos o muertos en tierras lejanas.
Y a pesar de una sola idea latente y ubicua, permanente y no discutida, otros corazones latían por cosas, ideas y realidades que se extrañaban por algunos mayores, que se soñaban por los más jóvenes que se negaban a aceptar lo que ellos llamaban una realidad justa quizás, pero gris y represiva con la diferencia.
Pero nada podía pasar, imposible, ya solo era cuestión de mirar al futuro pues el pasado estaba muerto. 
El Jefe estaba convencido de eso.
Llegó Abril, el mes de la victoria. El mes en que se derrotó la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos), 'la primera derrota del imperialismo en el hemisferio occidental'. Pero esta vez Abril trajo otra sorpresa. Una que nos cambiaría en muchas maneras.
A fines de mes un autobús se impactó contra el muro que rodeaba la embajada de Perú en la Habana. Murió un custodio. El gobierno cubano pidió que les devolvieran a los cubanos implicados pues eran asesinos y no refugiados políticos. El embajador de Perú se negó. El gobierno cubano decidió retirar la protección de la embajada (dicen que eso no se puede hacer, bueno. . .). Eso sucedió una mañana y como pólvora la noticia se regó por la ciudad. Los que pasaban por la Quinta Avenida dejaban sus autos y motos y saltaban la valla y el muro. En solo dos horas miles de cubanos lo hicieron y llenaron jardines, tejados, cada habitación, cada árbol.
Todos estaban estupefactos. Las autoridades que  !como que 10 000!, no creían lo que había sucedido. Los que se habían metido en la embajada: ´!que he hecho! !de esta no nos salvamos!´ ´!ya estamos muertos!´ Y claro los que estaban afuera, unos ofendidos y algunos frustrados.
El Jefe no cabía en sí mismo, su pecho de león rugía por venganza. !¿Cómo la inteligencia no supo de esta operación?! !Cómo que 10 000! !y solo en la Habana! !partida de mal agradecidos!
Y los mensajes entre países, aliados y enemigos, cubrían la faz de Cuba. Los aliados se sorprendían, vaya que el fantasma de la  Primavera de Praga en el 1968 asomó su nariz en el trópico y tan lejos del frio ruso y tan cerca del imperialismo brutal.
Las cámaras de televisión cubana filmaban a esos cubanos que se hacinaban en un espacio que parecía hundirse bajo su peso. Los más fuertes golpeaban a los más débiles y con barras de hierro impedían que los alimentos llegaran a mujeres y niños y hombres de bien, vamos, que había hombres de bien también, que no es exclusiva el socialismo, pero claro, tenía que ser así, obviamente, y hacía falta una etiqueta, algo que los identificara como gente fuera de la sociedad. Faltaban solo unos días para que saliera a la palestra pública una palabra que como dardo directo al alma de Cuba marcaría por muchos años a los cubanos diferentes, y  separaría por décadas a un mismo pueblo (aun dentro de Estados Unidos).
Y en fin, de repente se anunció que el gobierno del Perú se llevaría a unos cuantos de esos miles a su país. Pero no a todos. El mundo miraba. El Gran Jefe pensaba. El mar de pueblo se agitaba y algunas olas comenzaban a agitar el mar tranquilo de la vida política en Cuba. En otras palabras, cada vez más frecuentemente cubanos deambulaban cerca de embajadas mayormente latinoamericanas. La prensa Americana se cebaba con las noticias diarias. Los cubanos en Estados Unidos miraban con sorpresa, alegría y cierta preocupación lo que sucedía y algunos hasta abogaban por una intervención.
El Jefe decidió resolver las cosas a su manera, como siempre. Nadie le ponía la bota encima. Y claro, hubo un discurso. Plaza de la Revolución a tope. Un millón de personas. Un discurso largo, como siempre. Y lo primero que hizo fue renombrar a esos cubanos que se atrevían a desafiar una sociedad que según sus palabras era la más justa sobre la faz de la Tierra. En su lógica solo los locos o los deshechos de la sociedad se negarían la posibilidad de participar en este proyecto maravilloso. Esas gentes no eran otra cosa que ESCORIA, deshechos, la porquería que queda después de un proceso. De ahí en lo adelante solo así merecerían ser llamados. Ellos y los que eran como ellos. Por eso se les daría la oportunidad de marcharse siempre y cuando hubiera alguien que los quisiera. Se abrirían las fronteras para que los familiares que estuvieran en Estados Unidos vinieran a buscarlos por vía marítima, en el puerto del Mariel,  y los países que quisieran acoger a los que estaban en la embajada del Perú también se les otorgaría el permiso.
Nuevamente los cubanos que estaban en contra el gobierno pasaban a una categoría de personas diferentes. De desafectos a contrarrevolucionarios a gusanos y de gusanos a escoria.
Para irse había que presentarse en una estación de policía y pedir la salida del país como ESCORIA,  lease prostituta, ladrón, gusano, homosexual. Los que estaban en las cárceles tenían vía expedita pues habían sido degradados de criminales y delincuentes a escoria.
Toda historia  puede ser resumida. Esta también. Muchos vinieron a ser recogidos por sus familiares que rentaron yates en Miami. Cada yate fue llenado hasta el tope por los “escorias” que se habían presentado en las estaciones de policía. Otros yates fueron llenados con delincuentes de las prisiones, porque sí, se aprovechó la oportunidad para deshacerse de verdaderos delincuentes y enviarlos “a donde debían estar”. 125 000 cubanos dejaron su pais en menos de un mes.
Cada día, o preferiblemente un día o dos antes, la policía iba barrio por barrio y le avisaba a la fuerzas revolucionarias quien se marcharía y por lo tanto había pasado a ser escoria. Eso daba espacio a los ´mítines de repudio´. ¡Pero ¿qué es eso?! Pues sencillo: el banquete de los extremistas que en toda sociedad existen, en muchos casos se les cortaba la electricidad y el gas. Cuando se marchaban se les lanzaban huevos y piedras. Algunos nunca pudieron marcharse y se quedaron por siempre con la etiqueta de escoria en una sociedad que los despreció por años y nunca más los consideró confiables o sencillamente dignos de atención en ningún nivel.

AGUSTIN

Tenía 16 años cuando ocurrió lo de la embajada del Perú. Era el chico más listo del instituto y uno de los más guapos. Nada que ver con los estándares de hoy en día de gimnasios y poses. En la Cuba de entonces no había espacios para la moda cambiante o ideas “raras” que podrían llegar desde otros países. Realmente no llegaba nada de “allí afuera”, como se decía entonces.
Agustín era muy blanco y de cabello muy negro. Sus ojos sin embargo eran los contenedores de una realidad alternativa y allí era donde radicaba su magia y sentido del humor. Él sabía cosas que el resto de los chicos de su clase ni imaginaban.
¿Cómo era posible? Pues su familia era de gran educación y en los últimos 50 años (recuerden que estábamos en el 1980) habían sido diplomáticos, abogados, periodistas y la cuarta clase social en Cuba: médicos.
La mayoría de ellos habían abandonado el país después del 1959, pero sus padres y abuela no. Disfrutó de sus padres hasta que tuvo 12 años cuando murieron en un accidente durante una segunda luna de miel cerca de Santiago de Cuba. La abuela paterna asumió la tarea de hacer de Agustín un hombre de bien. Pero la abuela venia de un mundo diferente donde los hombres se vestían de acuerdo a la estación del año y el lugar a donde iban, los zapatos se lustraban cada día, el pelado quincenal y la escuela era un deber sagrado como más tarde el trabajo.
Agustín fue criado por una abuela deliciosamente burguesa y se convirtió en un chico con clase, es decir, pendiente de los detalles y con “grandes” recursos, el primero de todos fue la capacidad de saber que realmente no pertenecía a la nueva sociedad ni era uno de esos “hombres nuevos”. Era ya bastante difícil ser un hombre de verdad.
Por eso era diferente. Su forma de tratar a las chicas proletarias, su conocimiento de idiomas y de la certeza que el mundo fuera de Cuba seguía evolucionando y que muy pronto se marcharía y  dejaría detrás a todos estos chicos llenos de sueños diferentes a los suyos.
Pero no hizo falta esforzarse mucho y pensar en salidas ilegales o suicidas. Aquella mañana antes de salir para la escuela ya su abuela le había dado la noticia pues una amiga que vivía cerca de la embajada la había llamado. Su abuela, que había estado en Moscú acompañando a su hijo difunto, lo sentó en la mesa del comedor y le contó, le advirtió y le hizo prometer.
Le contó lo que había sucedido y que según la lógica del sistema las cosas no se quedarían así. Le advirtió sobre reír o festejar, incluso sonreír o cuestionar. Y le hizo prometer que sería prudente, que vendría directo a la casa desde la escuela.
Y la abuela tuvo razón. Y la familia en Estados Unidos organizó todo para venir a recogerlos en un yate. Y entonces Agustín fue el único chico de la clase que se convirtió en escoria y se iba del país. ¿Cómo era posible que con todas sus cualidades fuera escoria? ¿O sería que ser escoria también incluía ser así. . .? y claro, Agustín merecía un acto de repudio , y allá fueron a la mañana siguiente de que la policia notificó a la oficina local del partido y esta al Comité de Defensa de la Revolucion (CDR) y estos a la dirección de la escuela. Para la mayoría de los chicos todo aquello era una fiesta. Uno o dos sabían las consecuencias. Esos mismos dos recibirían una enseñanza de por vida.
Agustín y su abuela vivían en un apartamento en el piso 10 de un edificio en la avenida 23. Un apartamento con una vista maravillosa de la Habana. Les habían dicho que los recogerían a las diez de la mañana, pero ya desde las cuatro estaban en pie. Solo podían llevar con ellos lo puesto, es decir la ropa. Nada de joyas, nada de dinero, ninguna fotografía, nada. Vieron juntos el gran amanecer del Caribe, Agustín pasando el brazo sobre los hombros de la abuela y le dio la impresión de que había crecido durante la noche.
Los policías llegaron con el presidente del CDR y mientras revisaban que todo estaba en orden( ventanas cerradas, ningún daño a la propiedad, los  escoria no llevaban ninguna prenda) la abuela apartó a Agustín y le dijo: ‘mi niño, sabes muy bien que yo quería morir en Cuba y ser enterrada al lado de tu papá, pero Dios me ha dado esta tarea que es darte lo que yo considero el mejor regalo que un hombre de bien puede recibir, la capacidad y la oportunidad de decidir en su vida. No olvides nunca este momento, por bien o por mal’
El elevador se abrió y aparecieron en la distancia, en la acera rostros conocidos. En las manos había huevos y piedras. Esperaban el momento en que la orden fuera dada.
Agustín le dio a su abuela su brazo y su mirada se volvió más oscura que la noche misma mientras su cuerpo se preparaba para defenderla ante aquello para lo cual no encontraba una palabra adecuada. Sí, definitivamente había crecido en pocas horas.
Solo necesitaban dos minutos para poder llegar al auto. Y lo hicieron con dignidad. El imbécil de turno no había llegado a tiempo y nadie dio la orden de humillación.
Ellos se fueron, ellos fueron también escoria  que nos dimos el lujo de perder.

ELSA.

Preciosa. Rubia y de ojos verdes. Psiquiatra.
Pero todavía no. Solo un vistazo atrás.
Nació en un espacio entre pueblos en los campos de Cuba. Hija de un médico y una señora que fue la sirvienta de la casa durante muchos años. Nació dos años antes del triunfo de la revolución.
Desde niña lo sabía: era la nota discordante. Siempre con sus batas y zapatos impecables. Su momento especial de cada día era cuando después del baño comenzaban a llegar los amigos de su abuelo y de su padre. Ellos habían viajado a la capital y contaban historias increíbles.
Sus ojos verdes siempre estaban en la distancia, y al menos pudo lograr el permiso para estudiar en la cabecera de provincia. Podía haber estudiado en las escuelas de su región, pero lo importante era salir de casa lo más pronto posible.
Se montó en el autobús y no miró hacia atrás donde su madre, hermana y abuelo le decían adiós.
Han pasado muchos años y ya está en la Habana viviendo con una tía burguesa, muy burguesa, que vive en La Avenida de los Presidentes. ¡Cuánta vitalidad en la Habana! Y eso que ya la mayor parte de los ricos del país ya hace mucho se han marchado. Pero aún quedan sus residencias, sus muebles, sus lámparas y adornos sofisticados, sus sillones de caoba y cuero, aun se siente el olor del dinero. Su mente absorbía con intensidad más allá de su control nombres, fechas, estilos. Y sobre todo  los símbolos del poder.
Ya estaba en la universidad y comprendía el poder que ejercía sobre los hombres. Pero esa figura delicada de rubia de ojos verdes no estaba destinada para hombres sudorosos o comunes. Su primer novio y todos los que siguieron más adelante solo serían oportunidades para estar cerca del nuevo poder y sus prebendas. Es más, el poder en sí mismo no le interesaba, solo sus frutos. Y esos frutos se obtenían cosechando a los hombres del poder.
En realidad se gustaba mucho a si misma, sus vestidos y zapatos aun en los tiempos más difíciles siempre abundantes y modernos. El sexo la mortificaba. Era de las que definía el sexo como una buena cena preparada con tiempo de antelación. Comenzaba un día antes con la compra en lugares inimaginables por los cubanos simples de un vestido nuevo y zapatos en juego. Después una cita en la peluquería del Hotel Habana Libre (anteriormente el Hilton) donde iban las esposas de los nuevos gobernantes, de los diplomáticos y las estrellas de la televisión cuyos estudios estaban enfrente. La noche de la cena primero había que pasar por el Hotel Nacional y paseando por sus jardines con una bebida en la mano y del brazo “de alguien” ser admirada. Finalmente la cena en si misma: lugares especiales en una tierra cada vez más arrasada y de escaseces contundentes. Había que alargar esos momentos que recordaría efectivamente aun muchos años después cuando ya no hubo más hombres poderosos porque la figura y los ojos verdes fueron apagándose. ¿Y el sexo? Sí, era solo algo que pasaba antes de dormir. Solo unos minutos que había que soportar al final de un día glorioso.
Su sueño era tener un bello apartamento en el Vedado. Pero a los que ella llamaba hombres poderosos en realidad no lo eran tanto. Además, hacía mucho tiempo que en la Habana no se construía, al menos no las casas y apartamentos que ella tenía en mente. Así que decidió conquistar a un hombre sin poder, pero con un apartamento de lujo.
¿De lujo? En realidad lo fue, ahora era solo un enorme espacio vacío con vista al mar. Su dueño lo fue vendiendo todo poco a poco para poder comer y. . .beber. Solo era cuestión de tiempo, así que Elsa se presentó una tarde de invierno cubano con un vestido ajustado verde oscuro que resaltaban sus ojos para alquilar una habitación. Solo era una doctora del interior que había comenzado hacia poco tiempo a trabajar en la Habana y no tenía donde vivir. El asunto quedaría entre ellos dos pues no estaba permitido alquilar.
Y pasó el tiempo. Aquel hombre bebía y bebía en cantidades increíbles. Tenía alucinaciones y luchaba contra espíritus y realidades. Un día plantó en el medio de la sala una escultura mediana de un negro desnudo. A sus pies ofrendas de comida, plumas, monedas de un centavo, dulces y cintas rojas.
Ella se encerraba en su habitación y se quedaba quieta en su cama, vestida de pies a cabeza y con un martillo en la mesita de noche. Solo lograba dormir cuando cesaban los ruidos en el pasillo y la sala de la casa. Pero había logrado convencer con 500 pesos a aquel borracho  que la pusiera en algunos documentos oficiales como la libreta de racionamiento, el registro de direcciones y para poder pagar mejor en los registros de la empresa eléctrica y telefónica.
Y llegó abril de 1980. Repito: el Mes de la Victoria.
Se enteró por una amiga y regresó rápidamente a casa. ¡Tantas veces lo había pensado y hasta el último detalle planificado! Y ahora solo era cuestión de suerte. Solo había que esperar el momento perfecto. Cada día las cosas marchaban por un camino que estaba segura habían dibujado en las estrellas para ella. Solo había que contribuir un poco más a la enajenación. Cada día una botella de ron, poca comida y sonrisas.
El puerto del Mariel fue abierto.
Solo tuvo que decirle que lo invitaba a una boda. Salieron en su Mercedes Benz verde jade, el color de vida.
Ella regresó en la madrugada. Sola. En la mañana puso en los botes de la basura de la esquina un pequeño bulto con dos pantalones, una camisa y una escultura que despojada de plumas, cintas y miel parecía un adorno y no un trabajo de santería que la atormentaría por años.
Nadie nunca preguntó por él y si lo hicieron pensaron que se había ido por el Mariel para Estados Unidos.
Se demoró mucho tiempo en eliminar toda la oscuridad y los espíritus malignos que poblaban el apartamento. Cuando finalmente pudo encontrar a alguien que arrinconó al último espíritu hubo un mensaje: ‘nunca ganarás pues nunca será tuyo y solo podrás salvarte si te vas como llegaste’.
Ella es la escoria con la que tuvimos que quedarnos y aun arrastramos.

(Debido a las características de las leyes cubanas Elsa nunca ha podido poner el apartamento a su nombre y siempre teme que le puedan quitar el apartamento si hubiera un censo de la propiedad o algo similar.  En 1982 enfermó de cáncer de piel y se le comenzó a caer el cabello. Aún vive.)