MARIEL O EL AÑO DE LA ESCORIA
Ya parecía que toda
resistencia había acabado tras 21 años de revolución.
Todos los que se habían
atrevido a disentir habían muerto o estaban en el exilio y solo quedaba un puñado,
casi que se podían contar con los dedos de la mano, de los que se atrevían a
disentir en público. ¿En público? Bueno, ya parecía que nunca más, aunque ese año
demostró que no era así.
Ha pasado algún tiempo
ya, pero todos recordamos algunas cosas. Ya todos vestíamos iguales, pobremente ,y mayormente con uniformes. Comíamos lo mismo, cada vez menos variedad. Ya se había
ganado la batalla del sexto grado para toda la población y comenzaba la del
noveno. La mortalidad infantil estaba por debajo de 5 cada mil nacidos vivos.
Ya estábamos en África, en sus guerras, y comenzaban a desaparecer de algunas
vidas algunos cubanos, amigos o familiares, perdidos o muertos en tierras
lejanas.
Y a pesar de una sola
idea latente y ubicua, permanente y no discutida, otros corazones latían por
cosas, ideas y realidades que se extrañaban por algunos mayores, que se soñaban
por los más jóvenes que se negaban a aceptar lo que ellos llamaban una realidad
justa quizás, pero gris y represiva con la diferencia.
Pero nada podía pasar,
imposible, ya solo era cuestión de mirar al futuro pues el pasado estaba
muerto.
El Jefe estaba convencido de eso.
Llegó Abril, el mes de
la victoria. El mes en que se derrotó la invasión de Playa Girón (Bahía de
Cochinos), 'la primera derrota del imperialismo en el hemisferio occidental'.
Pero esta vez Abril trajo otra sorpresa. Una que nos cambiaría en muchas
maneras.
A fines de mes un autobús
se impactó contra el muro que rodeaba la embajada de Perú en la Habana. Murió
un custodio. El gobierno cubano pidió que les devolvieran a los cubanos
implicados pues eran asesinos y no refugiados políticos. El embajador de Perú
se negó. El gobierno cubano decidió retirar la protección de la embajada (dicen
que eso no se puede hacer, bueno. . .). Eso sucedió una mañana y como pólvora
la noticia se regó por la ciudad. Los que pasaban por la Quinta Avenida dejaban
sus autos y motos y saltaban la valla y el muro. En solo dos horas miles de
cubanos lo hicieron y llenaron jardines, tejados, cada habitación, cada árbol.
Todos estaban
estupefactos. Las autoridades que !como
que 10 000!, no creían lo que había sucedido. Los que se habían metido en la
embajada: ´!que he hecho! !de esta no nos salvamos!´ ´!ya estamos muertos!´ Y
claro los que estaban afuera, unos ofendidos y algunos frustrados.
El Jefe no cabía en sí
mismo, su pecho de león rugía por venganza. !¿Cómo la inteligencia no supo de
esta operación?! !Cómo que 10 000! !y solo en la Habana! !partida de mal
agradecidos!
Y los mensajes entre países,
aliados y enemigos, cubrían la faz de Cuba. Los aliados se sorprendían, vaya
que el fantasma de la Primavera de Praga
en el 1968 asomó su nariz en el trópico y tan lejos del frio ruso y tan cerca
del imperialismo brutal.
Las cámaras de
televisión cubana filmaban a esos cubanos que se hacinaban en un espacio que parecía
hundirse bajo su peso. Los más fuertes golpeaban a los más débiles y con barras
de hierro impedían que los alimentos llegaran a mujeres y niños y hombres de
bien, vamos, que había hombres de bien también, que no es exclusiva el
socialismo, pero claro, tenía que ser así, obviamente, y hacía falta una
etiqueta, algo que los identificara como gente fuera de la sociedad. Faltaban
solo unos días para que saliera a la palestra pública una palabra que como
dardo directo al alma de Cuba marcaría por muchos años a los cubanos diferentes,
y separaría por décadas a un mismo
pueblo (aun dentro de Estados Unidos).
Y en fin, de repente se
anunció que el gobierno del Perú se llevaría a unos cuantos de esos miles a su país.
Pero no a todos. El mundo miraba. El Gran Jefe pensaba. El mar de pueblo se
agitaba y algunas olas comenzaban a agitar el mar tranquilo de la vida política
en Cuba. En otras palabras, cada vez más frecuentemente cubanos deambulaban
cerca de embajadas mayormente latinoamericanas. La prensa Americana se cebaba
con las noticias diarias. Los cubanos en Estados Unidos miraban con sorpresa, alegría
y cierta preocupación lo que sucedía y algunos hasta abogaban por una intervención.
El Jefe decidió resolver
las cosas a su manera, como siempre. Nadie le ponía la bota encima. Y claro,
hubo un discurso. Plaza de la Revolución a tope. Un millón de personas. Un
discurso largo, como siempre. Y lo primero que hizo fue renombrar a esos
cubanos que se atrevían a desafiar una sociedad que según sus palabras era la más
justa sobre la faz de la Tierra. En su lógica solo los locos o los deshechos de
la sociedad se negarían la posibilidad de participar en este proyecto
maravilloso. Esas gentes no eran otra cosa que ESCORIA, deshechos, la porquería
que queda después de un proceso. De ahí en lo adelante solo así merecerían ser
llamados. Ellos y los que eran como ellos. Por eso se les daría la oportunidad
de marcharse siempre y cuando hubiera alguien que los quisiera. Se abrirían las
fronteras para que los familiares que estuvieran en Estados Unidos vinieran a
buscarlos por vía marítima, en el puerto del Mariel, y los países que quisieran acoger a los que
estaban en la embajada del Perú también se les otorgaría el permiso.
Nuevamente los cubanos
que estaban en contra el gobierno pasaban a una categoría de personas diferentes.
De desafectos a contrarrevolucionarios a gusanos y de gusanos a escoria.
Para irse había que
presentarse en una estación de policía y pedir la salida del país como ESCORIA,
lease prostituta, ladrón, gusano,
homosexual. Los que estaban en las cárceles tenían vía expedita pues habían
sido degradados de criminales y delincuentes a escoria.
Toda historia puede ser resumida. Esta también. Muchos
vinieron a ser recogidos por sus familiares que rentaron yates en Miami. Cada
yate fue llenado hasta el tope por los “escorias” que se habían presentado en
las estaciones de policía. Otros yates fueron llenados con delincuentes de las
prisiones, porque sí, se aprovechó la oportunidad para deshacerse de verdaderos
delincuentes y enviarlos “a donde debían estar”. 125 000 cubanos dejaron su
pais en menos de un mes.
Cada día, o
preferiblemente un día o dos antes, la policía iba barrio por barrio y le
avisaba a la fuerzas revolucionarias quien se marcharía y por lo tanto había
pasado a ser escoria. Eso daba espacio a los ´mítines de repudio´. ¡Pero ¿qué
es eso?! Pues sencillo: el banquete de los extremistas que en toda sociedad
existen, en muchos casos se les cortaba la electricidad y el gas. Cuando se
marchaban se les lanzaban huevos y piedras. Algunos nunca pudieron marcharse y
se quedaron por siempre con la etiqueta de escoria en una sociedad que los
despreció por años y nunca más los consideró confiables o sencillamente dignos
de atención en ningún nivel.
AGUSTIN
Tenía 16 años cuando
ocurrió lo de la embajada del Perú. Era el chico más listo del instituto y uno
de los más guapos. Nada que ver con los estándares de hoy en día de gimnasios y
poses. En la Cuba de entonces no había espacios para la moda cambiante o ideas
“raras” que podrían llegar desde otros países. Realmente no llegaba nada de “allí
afuera”, como se decía entonces.
Agustín era muy blanco y
de cabello muy negro. Sus ojos sin embargo eran los contenedores de una
realidad alternativa y allí era donde radicaba su magia y sentido del humor. Él
sabía cosas que el resto de los chicos de su clase ni imaginaban.
¿Cómo era posible? Pues
su familia era de gran educación y en los últimos 50 años (recuerden que estábamos
en el 1980) habían sido diplomáticos, abogados, periodistas y la cuarta clase
social en Cuba: médicos.
La mayoría de ellos habían
abandonado el país después del 1959, pero sus padres y abuela no. Disfrutó de
sus padres hasta que tuvo 12 años cuando murieron en un accidente durante una
segunda luna de miel cerca de Santiago de Cuba. La abuela paterna asumió la
tarea de hacer de Agustín un hombre de bien. Pero la abuela venia de un mundo
diferente donde los hombres se vestían de acuerdo a la estación del año y el
lugar a donde iban, los zapatos se lustraban cada día, el pelado quincenal y la
escuela era un deber sagrado como más tarde el trabajo.
Agustín fue criado por
una abuela deliciosamente burguesa y se convirtió en un chico con clase, es
decir, pendiente de los detalles y con “grandes” recursos, el primero de todos
fue la capacidad de saber que realmente no pertenecía a la nueva sociedad ni
era uno de esos “hombres nuevos”. Era ya bastante difícil ser un hombre de
verdad.
Por eso era diferente.
Su forma de tratar a las chicas proletarias, su conocimiento de idiomas y de la
certeza que el mundo fuera de Cuba seguía evolucionando y que muy pronto se marcharía
y dejaría detrás a todos estos chicos
llenos de sueños diferentes a los suyos.
Pero no hizo falta
esforzarse mucho y pensar en salidas ilegales o suicidas. Aquella mañana antes
de salir para la escuela ya su abuela le había dado la noticia pues una amiga
que vivía cerca de la embajada la había llamado. Su abuela, que había estado en
Moscú acompañando a su hijo difunto, lo sentó en la mesa del comedor y le
contó, le advirtió y le hizo prometer.
Le contó lo que había
sucedido y que según la lógica del sistema las cosas no se quedarían así. Le advirtió
sobre reír o festejar, incluso sonreír o cuestionar. Y le hizo prometer que
sería prudente, que vendría directo a la casa desde la escuela.
Y la abuela tuvo razón.
Y la familia en Estados Unidos organizó todo para venir a recogerlos en un
yate. Y entonces Agustín fue el único chico de la clase que se convirtió en
escoria y se iba del país. ¿Cómo era posible que con todas sus cualidades fuera
escoria? ¿O sería que ser escoria también incluía ser así. . .? y claro, Agustín
merecía un acto de repudio , y allá fueron a la mañana siguiente de que la
policia notificó a la oficina local del partido y esta al Comité de Defensa de
la Revolucion (CDR) y estos a la dirección de la escuela. Para la mayoría de
los chicos todo aquello era una fiesta. Uno o dos sabían las consecuencias.
Esos mismos dos recibirían una enseñanza de por vida.
Agustín y su abuela vivían
en un apartamento en el piso 10 de un edificio en la avenida 23. Un apartamento
con una vista maravillosa de la Habana. Les habían dicho que los recogerían a
las diez de la mañana, pero ya desde las cuatro estaban en pie. Solo podían
llevar con ellos lo puesto, es decir la ropa. Nada de joyas, nada de dinero,
ninguna fotografía, nada. Vieron juntos el gran amanecer del Caribe, Agustín
pasando el brazo sobre los hombros de la abuela y le dio la impresión de que había
crecido durante la noche.
Los policías llegaron
con el presidente del CDR y mientras revisaban que todo estaba en orden(
ventanas cerradas, ningún daño a la propiedad, los escoria no llevaban ninguna prenda) la abuela
apartó a Agustín y le dijo: ‘mi niño, sabes muy bien que yo quería morir en
Cuba y ser enterrada al lado de tu papá, pero Dios me ha dado esta tarea que es
darte lo que yo considero el mejor regalo que un hombre de bien puede recibir,
la capacidad y la oportunidad de decidir en su vida. No olvides nunca este
momento, por bien o por mal’
El elevador se abrió y
aparecieron en la distancia, en la acera rostros conocidos. En las manos había
huevos y piedras. Esperaban el momento en que la orden fuera dada.
Agustín le dio a su
abuela su brazo y su mirada se volvió más oscura que la noche misma mientras su
cuerpo se preparaba para defenderla ante aquello para lo cual no encontraba una
palabra adecuada. Sí, definitivamente había crecido en pocas horas.
Solo necesitaban dos
minutos para poder llegar al auto. Y lo hicieron con dignidad. El imbécil de
turno no había llegado a tiempo y nadie dio la orden de humillación.
Ellos se fueron, ellos
fueron también escoria que nos dimos el
lujo de perder.
ELSA.
Preciosa. Rubia y de
ojos verdes. Psiquiatra.
Pero todavía no. Solo un
vistazo atrás.
Nació en un espacio
entre pueblos en los campos de Cuba. Hija de un médico y una señora que fue la
sirvienta de la casa durante muchos años. Nació dos años antes del triunfo de
la revolución.
Desde niña lo sabía: era
la nota discordante. Siempre con sus batas y zapatos impecables. Su momento
especial de cada día era cuando después del baño comenzaban a llegar los amigos
de su abuelo y de su padre. Ellos habían viajado a la capital y contaban
historias increíbles.
Sus ojos verdes siempre
estaban en la distancia, y al menos pudo lograr el permiso para estudiar en la
cabecera de provincia. Podía haber estudiado en las escuelas de su región, pero
lo importante era salir de casa lo más pronto posible.
Se montó en el autobús y
no miró hacia atrás donde su madre, hermana y abuelo le decían adiós.
Han pasado muchos años y
ya está en la Habana viviendo con una tía burguesa, muy burguesa, que vive en
La Avenida de los Presidentes. ¡Cuánta vitalidad en la Habana! Y eso que ya la
mayor parte de los ricos del país ya hace mucho se han marchado. Pero aún quedan
sus residencias, sus muebles, sus lámparas y adornos sofisticados, sus sillones
de caoba y cuero, aun se siente el olor del dinero. Su mente absorbía con
intensidad más allá de su control nombres, fechas, estilos. Y sobre todo los símbolos del poder.
Ya estaba en la
universidad y comprendía el poder que ejercía sobre los hombres. Pero esa
figura delicada de rubia de ojos verdes no estaba destinada para hombres
sudorosos o comunes. Su primer novio y todos los que siguieron más adelante
solo serían oportunidades para estar cerca del nuevo poder y sus prebendas. Es más,
el poder en sí mismo no le interesaba, solo sus frutos. Y esos frutos se obtenían
cosechando a los hombres del poder.
En realidad se gustaba
mucho a si misma, sus vestidos y zapatos aun en los tiempos más difíciles
siempre abundantes y modernos. El sexo la mortificaba. Era de las que definía
el sexo como una buena cena preparada con tiempo de antelación. Comenzaba un día
antes con la compra en lugares inimaginables por los cubanos simples de un
vestido nuevo y zapatos en juego. Después una cita en la peluquería del Hotel
Habana Libre (anteriormente el Hilton) donde iban las esposas de los nuevos
gobernantes, de los diplomáticos y las estrellas de la televisión cuyos
estudios estaban enfrente. La noche de la cena primero había que pasar por el
Hotel Nacional y paseando por sus jardines con una bebida en la mano y del
brazo “de alguien” ser admirada. Finalmente la cena en si misma: lugares
especiales en una tierra cada vez más arrasada y de escaseces contundentes. Había
que alargar esos momentos que recordaría efectivamente aun muchos años después
cuando ya no hubo más hombres poderosos porque la figura y los ojos verdes
fueron apagándose. ¿Y el sexo? Sí, era solo algo que pasaba antes de dormir.
Solo unos minutos que había que soportar al final de un día glorioso.
Su sueño era tener un
bello apartamento en el Vedado. Pero a los que ella llamaba hombres poderosos
en realidad no lo eran tanto. Además, hacía mucho tiempo que en la Habana no se
construía, al menos no las casas y apartamentos que ella tenía en mente. Así
que decidió conquistar a un hombre sin poder, pero con un apartamento de lujo.
¿De lujo? En realidad lo
fue, ahora era solo un enorme espacio vacío con vista al mar. Su dueño lo fue
vendiendo todo poco a poco para poder comer y. . .beber. Solo era cuestión de
tiempo, así que Elsa se presentó una tarde de invierno cubano con un vestido
ajustado verde oscuro que resaltaban sus ojos para alquilar una habitación.
Solo era una doctora del interior que había comenzado hacia poco tiempo a
trabajar en la Habana y no tenía donde vivir. El asunto quedaría entre ellos
dos pues no estaba permitido alquilar.
Y pasó el tiempo. Aquel
hombre bebía y bebía en cantidades increíbles. Tenía alucinaciones y luchaba
contra espíritus y realidades. Un día plantó en el medio de la sala una
escultura mediana de un negro desnudo. A sus pies ofrendas de comida, plumas,
monedas de un centavo, dulces y cintas rojas.
Ella se encerraba en su habitación
y se quedaba quieta en su cama, vestida de pies a cabeza y con un martillo en
la mesita de noche. Solo lograba dormir cuando cesaban los ruidos en el pasillo
y la sala de la casa. Pero había logrado convencer con 500 pesos a aquel
borracho que la pusiera en algunos
documentos oficiales como la libreta de racionamiento, el registro de
direcciones y para poder pagar mejor en los registros de la empresa eléctrica y
telefónica.
Y llegó abril de 1980.
Repito: el Mes de la Victoria.
Se enteró por una amiga
y regresó rápidamente a casa. ¡Tantas veces lo había pensado y hasta el último
detalle planificado! Y ahora solo era cuestión de suerte. Solo había que
esperar el momento perfecto. Cada día las cosas marchaban por un camino que
estaba segura habían dibujado en las estrellas para ella. Solo había que
contribuir un poco más a la enajenación. Cada día una botella de ron, poca
comida y sonrisas.
El puerto del Mariel fue
abierto.
Solo tuvo que decirle
que lo invitaba a una boda. Salieron en su Mercedes Benz verde jade, el color
de vida.
Ella regresó en la
madrugada. Sola. En la mañana puso en los botes de la basura de la esquina un
pequeño bulto con dos pantalones, una camisa y una escultura que despojada de
plumas, cintas y miel parecía un adorno y no un trabajo de santería que la atormentaría
por años.
Nadie nunca preguntó por
él y si lo hicieron pensaron que se había ido por el Mariel para Estados
Unidos.
Se demoró mucho tiempo
en eliminar toda la oscuridad y los espíritus malignos que poblaban el apartamento.
Cuando finalmente pudo encontrar a alguien que arrinconó al último espíritu
hubo un mensaje: ‘nunca ganarás pues nunca será tuyo y solo podrás salvarte si
te vas como llegaste’.
Ella es la escoria con
la que tuvimos que quedarnos y aun arrastramos.