Agradecimiento a mi amigo Ismael. Cuando nos conocimos me abrió un océano de fragancias nuevas y por lo tanto de mundos que no conocía. El olor del chocolate de primera calidad, las especias que conocía solamente por libros, pero nunca había probado u olido. Las fragancias de perfumes o colonias que parecían ser del paraíso, de un mundo vetado. El olor del cuero noble, de vinos , de las cosas nuevas y sus envolturas que me sorprendían desde antes de descubrir los tesoros que me había traído como regalos. El olor de comidas que nunca antes había probado y que con su paciencia budista en cada viaje de miles de kilómetros disfrutaba regalarme de restaurante en restaurante, de paladar en paladar cada noche, literalmente cada noche, y con conversaciones que parecen no tener fin. Y todo esto sin pedir nada a cambio, solo por el placer de hacer despertar los sentidos dormidos de alguien en una isla lejana y con mala fama a la que nunca pensó regresar, de hacer un nuevo amigo que se merece lo mejor, aunque viva en el otro lado de la Historia y del mundo.
ANTES DE
1990
Al poco
tiempo del 1959 ya teníamos en Cuba problemas con los artículos de aseo y
limpieza. Toda la materia prima provenía de Estados Unidos y la historia ya la
conocen.
Una década más
tarde teníamos un solo tipo de jabón de lavar, dos tipos de jabón de baño y más
tarde solo uno, dos tipos de champú (uno para cabello riso y otro para cabello
lacio). Dos tipos de colonias que fueron después cuatro y dos perfumes en la
década del 1980s. Dos tipos de desodorantes, uno en crema para los negros y
otro en barras sólidas para los blancos. Olores intensos al estilo ruso, nada
de sutilezas. Talco sin olor para después del baño, y creo que eso fue todo. No
nos enteramos que en otras partes se habían creado y usaban champús para cabellos grasos, secos,
dañados, teñidos, igualmente que habían entrado en el mercado acondicionadores,
mascarillas capilares, suavizadores, detergentes para ropa de color,
detergentes con bacterias que devoraban la suciedad, desodorantes para todo
tipos de pieles y con decenas de fragancias nuevas cada año.
La vida era
simple para nosotros, los olores eran naturales, la ropa de cama olía a sol y a
almidón . No había mascaras ni cremas en rostros ni fragancias artificiales en
la piel. Pero tampoco había magia. Nadie entraba ni salía de Cuba y por lo
tanto no sabíamos.
Mi mamá
guardaba un pequeño frasco vacío, con una delgada capa parda sólida de esencia
seca en el fondo de un frasco de Chanel número 5 que de alguna manera llegó a
sus manos, y alguna que otra vez la veía en la ventana destapar cuidadosamente
el frasquito y oler por unos segundos aquel aroma que durante unos minutos la
transportaba a otra época cuando era joven y unas gotitas detrás de las orejas
y en las muñecas era como llevar un arma mortal para conquistar el mundo.
Todo hasta
el 1990 cuando cae el muro de Berlín y el campo socialista de Europa del Este.
Y entre las cosas que cambiaron fue la llegada de los turistas, con un mundo
moderno, oloroso y atrevido en fragancias en sus equipajes.
EL ANCIANO
DE “EL ENCANTO”
A Ricardo lo
conocí durante el periodo especial cuando todos los cubanos hacíamos colas de
varias horas para conseguir algo de alimentos. Nunca lo había visto antes, pero
nos llevamos bien inmediatamente. Fueron esos días donde todos nos volvimos un
poquito contrarrevolucionarios y culpábamos al gobierno por todo lo que nos
estaba pasando y entonces Ricardo me contaba de su época de juventud. Fue jefe
de piso en la tienda mas elegante de la Habana, y por lo tanto de America
Latina: El Encanto.
Otro día
escribo sobre ella, pero lo importante ahora es mencionar que este hombrecito
diminuto fue el jefe de piso donde se encontraba la perfumería. La Habana era
el lugar donde se probaban los perfumes franceses que venían a América, si
gustaban seguían para las grandes urbes del continente: New York, Ciudad Méjico, Buenos Aires.
Ricardo aun
en los años 1990s se vestía como si estuviera activo, aun cuando la tienda fue
victima de un sabotaje en 1961 y él se jubiló en los años 1980s. Camisas de
mangas largas, pantalones de pliegues en la cintura y hasta de vez en cuando
zapatos de dos tonos. Colores claros en el verano y oscuros en el invierno.
Pero con el
periodo especial desaparecieron los artículos de limpieza. Lavábamos la ropa
con agua y sal; y la cabeza con flores de mar pacifico, y mientras pasaba esto
Ricardo se iba apartando en las colas, se mantenía distante y ya no
conversábamos. Hasta que un día coincidimos y casi que lo acorralé en una
esquina del portal de la bodega donde comprábamos. . .lo que podíamos. Y ante
mis preguntas me hizo a su vez otra: ¿no las ves? ¿no lo sientes?, me dijo
mientras me hizo notar pequeñas moscas que llamamos en Cuba guasasas que
revoloteaban sobre su cabeza, “ a donde quiera que voy vienen hacia mí. Ya no
puedo más con este olor, esta falta de higiene, se me cae la cara de vergüenza”
A Ricardo lo
dejé de ver por un tiempo. Murió por una sobredosis de Valium que no sé de
donde lo sacó porque escaseaba tanto como el jabón. Decían que estaba muy
deprimido por todo lo que pasábamos, pero yo creo que lo hizo por vergüenza de
tan solo pensar que era rechazado por el mal olor característico que
tienen los ancianos desprotegidos.
CLASES
PRIVADAS
Me he puesto
unos audífonos para escribir esta parte. Escucho música Caribeña, alegre y
colorida, para espantar los sentimientos negativos. Es curioso, en aquel
entonces me sentía muy feliz de llegar a casa con el resultado del trabajo de
todo un mes y por “el sabor del peligro” en los labios.
Pero el
tiempo cambia las cosas, la visión de las cosas. Ahora siento un poco de
desánimo y vergüenza. Y no sé bien porqué, en definitiva hice lo mejor que pude
y con las herramientas que tenía: mi mente y mi conocimiento.
La historia
comienza así. En la esquina de mi casa hay un hospital. En aquel entonces era
un hospital ginecobstétrico, es decir, atendía mujeres y sus dolencias propias,
y embarazadas. Toca a mi puerta una mujer de unos 35 años, elegante y
perfumada, con sortijas de oro y perfume un poco fuerte. Me pregunta si soy
Humberto. Ella, Elsa, la jefa del
departamento de microbiología del hospital. La cuestión era que ella y unas
amigas querían dar clases de Inglés.
Hasta ese
momento yo no había dado clases privadas. Y realmente ni había pensado en ello,
pero ya mi padre comenzaba con el cáncer en su garganta y era el año1998 y no
había manera de conseguir alimentos baratos. Acepté. No sería lejos de casa, a
solo 20 minutos. Las clases en su casa o, en caso de que la clases coincidieran
con su horario de trabajo en algún momento se podían dar en la casa de una de
las chicas, justo al lado de la de ella. Perfecto.
Seré breve.
Casas preciosas, pero algo me llamó la atención inmediatamente. Elsa de 35 años
con esposo (director del hospital) de 70. Las muchachas mucho más jóvenes,
escasamente 18 años. En total 5. El pago pudiera ser de dos maneras: en
efectivo o en especie. En pocas palabras: Elsa era una madame, las chicas sus
prostitutas, jineteras, y como estaban con extranjeros podían comprar en las
tiendas de los hoteles y por lo tanto podían pagarme con lo que ellas
comprarían. Una de ellas era la hija de un teniente coronel que vivía en la
casa de al lado, y todo debía ser muy en secreto, incluidas las clases de
ingles.
Cada mes
ellas me preguntaban sobre si efectivo o mercancía. Siempre fue mercancía. Cada
fin de mes yo regresaba feliz con mi botella de champú, dos jabones, algo de
detergente, pasta dentífrica, un desodorante y un poco más porque me pagaban 3
dólares por 3 clases de una hora a la semana. Fueron casi dos años hasta que mi
padre empeoró y durante un tiempo no pude dar clases de ningún tipo.
Pero durante
ese tiempo fue la época que la gente lavaba con sal, el señor Ricardo murió
quizás de vergüenza, y la gente se lanzaba al mar en búsqueda de una mejor
vida, y yo , al menos durante un tiempo no tuve esa preocupación. Tampoco eran
productos buenos, lo importante era la cantidad, y tampoco remedié lo de los
alimentos, pero al menos estábamos limpios.
Con el
tiempo ese recuerdo me oprime el corazón. Y no sé exactamente la razón. O sí la
sé, y es que quizás las cosas no han cambiado mucho.
LA LIBERTAD
DE OLER BIEN
Es quizás la
más menospreciada de las libertades. Muchos la califican de superficial. Pero a
los cubanos nos brinda mucha información. Las fragancias nos dicen si tu jefe,
tu amigo, tu cliente o simplemente la persona que tienes delante han viajado
recientemente, si se asea diariamente o solo cubre la mugre con perfumes. Nos
dice si tiene dinero, si es coqueto o coqueta por el brillo del cabello. Los
hombres y mujeres cubanos nos alteramos las hormonas con solo sentir que
alguien pasa a nuestro lado recién bañado oliendo a jabón de calidad, a crema
sobre la piel. Unos cabellos mojados oliendo a champú y suavizador nos transportan
a unos minutos atrás a una ducha donde muchas cosas pudieran pasar.
Pero además,
el poder comprar, escoger, disfrutar de productos de aseo es un signo de
libertad para los cubanos. De que no solo quieres sino también puedes cuidar de
ti, de que nadie te puede limitar y tenga poder sobre ti.
Puede
parecer un razonamiento superficial, pero después de tantas décadas marca la
diferencia. Y tanto es así que siempre me sonrío (soy de esos maestros que se
vuelca sobre los alumnos para revisar sus ejercicios mientras lo hacen en
clases) y ellos dicen que soy “el teacher que huele a yuma”
Humberto
Guia de Ciudad y Maestro
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