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lunes, 28 de junio de 2021

EL PERFUME.

 Agradecimiento a mi amigo Ismael. Cuando nos conocimos me abrió un océano de fragancias nuevas y por lo tanto de mundos que no conocía. El olor del chocolate de primera calidad, las especias que conocía solamente por libros, pero nunca había probado u olido. Las fragancias de perfumes o colonias que parecían ser del paraíso, de un mundo vetado. El olor del cuero noble, de vinos , de las cosas nuevas y sus envolturas que me sorprendían desde antes de descubrir los tesoros que me había traído como regalos. El olor de comidas que nunca antes había probado y que con su paciencia budista en cada viaje de miles de kilómetros disfrutaba regalarme de restaurante en restaurante, de paladar en paladar  cada noche, literalmente cada noche, y con conversaciones que parecen no tener fin. Y todo esto sin pedir nada a cambio, solo por el placer de hacer despertar los sentidos dormidos de alguien en una isla lejana y con mala fama a la que nunca pensó regresar, de hacer un nuevo amigo que se merece lo mejor, aunque viva en el otro lado de la Historia y del mundo.



ANTES DE 1990

Al poco tiempo del 1959 ya teníamos en Cuba problemas con los artículos de aseo y limpieza. Toda la materia prima provenía de Estados Unidos y la historia ya la conocen.

Una década más tarde teníamos un solo tipo de jabón de lavar, dos tipos de jabón de baño y más tarde solo uno, dos tipos de champú (uno para cabello riso y otro para cabello lacio). Dos tipos de colonias que fueron después cuatro y dos perfumes en la década del 1980s. Dos tipos de desodorantes, uno en crema para los negros y otro en barras sólidas para los blancos. Olores intensos al estilo ruso, nada de sutilezas. Talco sin olor para después del baño, y creo que eso fue todo. No nos enteramos que en otras partes se habían creado y  usaban champús para cabellos grasos, secos, dañados, teñidos, igualmente que habían entrado en el mercado acondicionadores, mascarillas capilares, suavizadores, detergentes para ropa de color, detergentes con bacterias que devoraban la suciedad, desodorantes para todo tipos de pieles y con decenas de fragancias nuevas cada año.

La vida era simple para nosotros, los olores eran naturales, la ropa de cama olía a sol y a almidón . No había mascaras ni cremas en rostros ni fragancias artificiales en la piel. Pero tampoco había magia. Nadie entraba ni salía de Cuba y por lo tanto no sabíamos.

Mi mamá guardaba un pequeño frasco vacío, con una delgada capa parda sólida de esencia seca en el fondo de un frasco de Chanel número 5 que de alguna manera llegó a sus manos, y alguna que otra vez la veía en la ventana destapar cuidadosamente el frasquito y oler por unos segundos aquel aroma que durante unos minutos la transportaba a otra época cuando era joven y unas gotitas detrás de las orejas y en las muñecas era como llevar un arma mortal para conquistar el mundo.

Todo hasta el 1990 cuando cae el muro de Berlín y el campo socialista de Europa del Este. Y entre las cosas que cambiaron fue la llegada de los turistas, con un mundo moderno, oloroso y atrevido en fragancias en sus equipajes.

 

EL ANCIANO DE “EL ENCANTO”

A Ricardo lo conocí durante el periodo especial cuando todos los cubanos hacíamos colas de varias horas para conseguir algo de alimentos. Nunca lo había visto antes, pero nos llevamos bien inmediatamente. Fueron esos días donde todos nos volvimos un poquito contrarrevolucionarios y culpábamos al gobierno por todo lo que nos estaba pasando y entonces Ricardo me contaba de su época de juventud. Fue jefe de piso en la tienda mas elegante de la Habana, y por lo tanto de America Latina: El Encanto.

Otro día escribo sobre ella, pero lo importante ahora es mencionar que este hombrecito diminuto fue el jefe de piso donde se encontraba la perfumería. La Habana era el lugar donde se probaban los perfumes franceses que venían a América, si gustaban seguían para las grandes urbes del continente:  New York, Ciudad Méjico, Buenos Aires.

Ricardo aun en los años 1990s se vestía como si estuviera activo, aun cuando la tienda fue victima de un sabotaje en 1961 y él se jubiló en los años 1980s. Camisas de mangas largas, pantalones de pliegues en la cintura y hasta de vez en cuando zapatos de dos tonos. Colores claros en el verano y oscuros en el invierno.

Pero con el periodo especial desaparecieron los artículos de limpieza. Lavábamos la ropa con agua y sal; y la cabeza con flores de mar pacifico, y mientras pasaba esto Ricardo se iba apartando en las colas, se mantenía distante y ya no conversábamos. Hasta que un día coincidimos y casi que lo acorralé en una esquina del portal de la bodega donde comprábamos. . .lo que podíamos. Y ante mis preguntas me hizo a su vez otra: ¿no las ves? ¿no lo sientes?, me dijo mientras me hizo notar pequeñas moscas que llamamos en Cuba guasasas que revoloteaban sobre su cabeza, “ a donde quiera que voy vienen hacia mí. Ya no puedo más con este olor, esta falta de higiene, se me cae la cara de vergüenza”

A Ricardo lo dejé de ver por un tiempo. Murió por una sobredosis de Valium que no sé de donde lo sacó porque escaseaba tanto como el jabón. Decían que estaba muy deprimido por todo lo que pasábamos, pero yo creo que lo hizo por vergüenza de tan solo pensar que era rechazado por el mal olor característico que tienen  los ancianos desprotegidos.

 

 

CLASES PRIVADAS

Me he puesto unos audífonos para escribir esta parte. Escucho música Caribeña, alegre y colorida, para espantar los sentimientos negativos. Es curioso, en aquel entonces me sentía muy feliz de llegar a casa con el resultado del trabajo de todo un mes y por “el sabor del peligro” en los labios.

Pero el tiempo cambia las cosas, la visión de las cosas. Ahora siento un poco de desánimo y vergüenza. Y no sé bien porqué, en definitiva hice lo mejor que pude y con las herramientas que tenía: mi mente y mi conocimiento.

La historia comienza así. En la esquina de mi casa hay un hospital. En aquel entonces era un hospital ginecobstétrico, es decir, atendía mujeres y sus dolencias propias, y embarazadas. Toca a mi puerta una mujer de unos 35 años, elegante y perfumada, con sortijas de oro y perfume un poco fuerte. Me pregunta si soy Humberto. Ella, Elsa,  la jefa del departamento de microbiología del hospital. La cuestión era que ella y unas amigas querían dar clases de Inglés.

Hasta ese momento yo no había dado clases privadas. Y realmente ni había pensado en ello, pero ya mi padre comenzaba con el cáncer en su garganta y era el año1998 y no había manera de conseguir alimentos baratos. Acepté. No sería lejos de casa, a solo 20 minutos. Las clases en su casa o, en caso de que la clases coincidieran con su horario de trabajo en algún momento se podían dar en la casa de una de las chicas, justo al lado de la de ella. Perfecto.

Seré breve. Casas preciosas, pero algo me llamó la atención inmediatamente. Elsa de 35 años con esposo (director del hospital) de 70. Las muchachas mucho más jóvenes, escasamente 18 años. En total 5. El pago pudiera ser de dos maneras: en efectivo o en especie. En pocas palabras: Elsa era una madame, las chicas sus prostitutas, jineteras, y como estaban con extranjeros podían comprar en las tiendas de los hoteles y por lo tanto podían pagarme con lo que ellas comprarían. Una de ellas era la hija de un teniente coronel que vivía en la casa de al lado, y todo debía ser muy en secreto, incluidas las clases de ingles.

Cada mes ellas me preguntaban sobre si efectivo o mercancía. Siempre fue mercancía. Cada fin de mes yo regresaba feliz con mi botella de champú, dos jabones, algo de detergente, pasta dentífrica, un desodorante y un poco más porque me pagaban 3 dólares por 3 clases de una hora a la semana. Fueron casi dos años hasta que mi padre empeoró y durante un tiempo no pude dar clases de ningún tipo.

Pero durante ese tiempo fue la época que la gente lavaba con sal, el señor Ricardo murió quizás de vergüenza, y la gente se lanzaba al mar en búsqueda de una mejor vida, y yo , al menos durante un tiempo no tuve esa preocupación. Tampoco eran productos buenos, lo importante era la cantidad, y tampoco remedié lo de los alimentos, pero al menos estábamos limpios.

Con el tiempo ese recuerdo me oprime el corazón. Y no sé exactamente la razón. O sí la sé, y es que quizás las cosas no han cambiado mucho.

LA LIBERTAD DE OLER BIEN

Es quizás la más menospreciada de las libertades. Muchos la califican de superficial. Pero a los cubanos nos brinda mucha información. Las fragancias nos dicen si tu jefe, tu amigo, tu cliente o simplemente la persona que tienes delante han viajado recientemente, si se asea diariamente o solo cubre la mugre con perfumes. Nos dice si tiene dinero, si es coqueto o coqueta por el brillo del cabello. Los hombres y mujeres cubanos nos alteramos las hormonas con solo sentir que alguien pasa a nuestro lado recién bañado oliendo a jabón de calidad, a crema sobre la piel. Unos cabellos mojados oliendo a champú y suavizador nos transportan a unos minutos atrás a una ducha donde muchas cosas pudieran pasar.

Pero además, el poder comprar, escoger, disfrutar de productos de aseo es un signo de libertad para los cubanos. De que no solo quieres sino también puedes cuidar de ti, de que nadie te puede limitar y tenga poder sobre ti.

Puede parecer un razonamiento superficial, pero después de tantas décadas marca la diferencia. Y tanto es así que siempre me sonrío (soy de esos maestros que se vuelca sobre los alumnos para revisar sus ejercicios mientras lo hacen en clases) y ellos dicen que soy “el teacher que huele a yuma”


Humberto

Guia de Ciudad y Maestro

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