Historia de Cubanos. Gonzalo
En una tarde calurosa de La Habana, Gonzalo observa
desde su balcón el mar que separa Cuba de Florida, el mismo mar que ahora
divide a su familia. Como muchos profesionales cubanos de su generación,
Gonzalo representa una paradoja viviente: un hijo de la revolución que ha
prosperado en el delicado equilibrio entre los ideales socialistas y las
realidades del mundo globalizado.
Trabajando para una firma canadiense en Cuba, Gonzalo
logró lo que muchos considerarían el "sueño cubano moderno": un
trabajo bien remunerado, la capacidad de viajar internacionalmente, y la
posibilidad de ofrecer a su familia comodidades que la mayoría de los cubanos
solo pueden imaginar. Sin embargo, esta prosperidad relativa sembró las
semillas de su actual soledad.
Durante años, cada viaje familiar al extranjero se
convertía inadvertidamente en una lección sobre las carencias de su patria. En
París, señalaba la eficiencia del metro; en Toronto, la abundancia en los
supermercados; en Madrid, la libertad de expresión en las calles. Sin darse
cuenta, Gonzalo estaba escribiendo un guion en las mentes de sus hijas: la vida
real, la vida que vale la pena vivir, estaba en otra parte.
La pandemia actuó como una olla a presión sobre estos
deseos contenidos. Cuando las restricciones se levantaron, sus hijas, armadas
con sus títulos universitarios cubanos y sueños americanos, emprendieron
diferentes rutas hacia Estados Unidos. El "éxodo privilegiado", como
algunos lo llaman, estaba en marcha.
Pero la realidad estadounidense resultó ser más
compleja que las postales turísticas. Una de sus hijas, arquitecta en Cuba,
limpia casas en Miami. Otra, que hablaba de abrir su propio negocio, lucha con
la barrera del idioma y la complejidad del sistema bancario americano. La
tercera, la más joven, descubre que su título en medicina requiere años de
revalidación y exámenes costosos.
La ironía no escapa a Gonzalo: sus hijas, educadas en un sistema que prioriza la igualdad y la solidaridad, ahora navegan las aguas turbias del capitalismo sin la red de seguridad social que daban por sentada en Cuba. Las llamadas telefónicas se han vuelto ejercicios de omisión, donde las dificultades se minimizan y los logros se exageran.
Ahora, Gonzalo y su esposa contemplan unirse a sus
hijas, no por el sueño americano, sino por la más básica de las motivaciones
humanas: la reunificación familiar. La decisión implica abandonar no solo su
posición privilegiada, sino también el fruto de décadas de trabajo en un
sistema que, con todas sus limitaciones, les permitió construir una vida digna.
Esta historia refleja una realidad más amplia en la
Cuba contemporánea. La generación post-1959, educada en los valores de la
revolución pero expuesta a las tentaciones del mundo globalizado, enfrenta una
crisis de identidad. Sus hijos, criados en esta dualidad, a menudo eligen el
espejismo del consumismo sobre la seguridad modesta pero estable de su tierra
natal.
La política migratoria estadounidense, que otorga
beneficios especiales a los cubanos por motivos históricos, añade otra capa de
complejidad. Crea una ilusión de facilidad que contrasta duramente con la
realidad que encuentran al llegar: una sociedad que, más allá de las
consideraciones políticas, no siempre tiene un lugar preparado para ellos.
Mientras Gonzalo contempla su próximo paso, su historia
plantea preguntas incómodas sobre el verdadero costo de la emigración
materialista. ¿Cuánto vale la comodidad material frente a la disgregación
familiar? ¿Qué se pierde cuando se abandonan los valores sociales por promesas
de prosperidad individual? En un mundo cada vez más polarizado entre el
colectivismo y el individualismo, estas preguntas resuenan mucho más allá de
las costas de Cuba.
HUMBERTO. Guia y Maestro
Tours en La Habana.
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