jueves, 12 de diciembre de 2024

HISTORIA DE CUBANOS. GONZALO

 Historia de Cubanos. Gonzalo









Aquí tienes una versión reelaborada con un tono más introspectivo, maduro y combativo: la voz de alguien que ha peleado muchas batallas y sabe que el descanso nunca será completo, porque vivir también es resistir.


Gonzalo, desde el balcón

En una tarde pegajosa de agosto, me asomo al balcón. El mar está ahí, azul, sereno en apariencia. Pero yo lo conozco. Ese mar arrastra, separa, borra huellas. También te las devuelve cuando menos lo esperas. Del otro lado, Florida. Mis hijas. Un futuro que no era el mío, pero que ayudé a construir.

Uno no se da cuenta de cuánto pesa una decisión hasta que empieza a mirar hacia atrás con demasiada frecuencia. Trabajé duro. Me gané un lugar decente. Viajé, traje cosas, llené la casa con comodidades que nunca tuve de niño. Quise que mis hijas lo tuvieran todo. Y sin saberlo, las fui preparando para marcharse. En cada metro europeo que elogié, en cada supermercado lleno, en cada parque sin baches ni consignas, les insinué que había una vida mejor. Tal vez más cómoda, sí. ¿Mejor? Eso está por verse.

Cuando se fueron, no hubo llanto dramático ni promesas rotas. Solo esa sensación de que algo se soltaba para siempre. La arquitecta limpia casas. La emprendedora se ahoga entre formularios y créditos. La médica, mi orgullo, estudia para volver a hacer lo que ya sabe hacer. No se quejan. Me llaman. Me mienten. Yo también les miento. Jugamos ese juego de padres e hijos donde todos pretendemos que está bien.

Y aquí estoy, con mi esposa, pensando si debemos cruzar también. No por el sueño americano. Eso ya no me seduce. Es por estar cerca. Por no morir lejos de los que amamos. Pero me duele. Porque lo que tengo no fue suerte, fue lucha. Porque aquí, entre carencias y obstáculos, pude vivir con dignidad. Y ahora, para estar con ellas, tendría que empezar desde cero en una tierra que no me espera.

Hay algo cruel en ver cómo el deseo de “mejorar” puede desarmar todo lo que uno construyó. Cómo el consumismo se disfraza de amor. Cómo se justifica el desarraigo diciendo que es “por el bien de la familia”. Yo lo dije también. Ahora me doy cuenta de que no era cierto. O no del todo.

Este país me enseñó a resistir. A trabajar con poco. A no perder el alma. Sé que allá todo cuesta más: el tiempo, los vínculos, la salud mental. Lo sé porque me lo cuentan... o me lo callan. Pero no les guardo rencor. Ellas también luchan. A su manera.

El mar no responde. Solo se mueve. Como yo. Como todos los que hemos aprendido que no hay victoria definitiva. Solo pasos. Algunas veces hacia adelante, otras solo para mantenerse en pie.


HUMBERTO. Guia y Maestro

Tours en La Habana.

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