Entonces, concretando, hablaré
sobre los miedos que no me han permitido ser libre y cómo pude vencer y calmar
otros y retarlos a todos. La libertad es un tesoro inmaterial, algo que solo se
percibe cuando realmente está y genera una euforia y una confianza que nos da
felicidad. La libertad es un tesoro que muchos, muchísimos, no protegen ni
luchan por conservarla.
Pero la libertad
individual es también difícil de comprender. ¿Colectivo o individuo?
¿Sacrificio o premio? Lo difícil es cuando no nos ajustamos al modelo de
sociedad en la que nacemos. Se finge, se camufla la personalidad, se espera
pacientemente a poder expresarse.
En mi caso siempre ha sido
el rechazo a la colectividad. Incluso mis años de escuela fueron casi un
suplicio: todos los niños haciendo lo mismo, recitando lo mismo, consignas y
poemas, vistiendo igual. Erick, un profesor grande y poderoso que a los chicos
diferentes de alguna manera les daba con el nudillo del dedo del medio sobre el
hombro, o apretaba los hombros por delante y por detrás, haciendo pinzas con su
manaza y reduciéndonos hasta llegar al piso. Y su cómplice, una auxiliar que
nos bajaba los pantalones frente a los chicos “normales”.
Secundaria, 12 años: por
fin un poco menos de tiempo de escuela. Media sesión solamente. Pero con ella
vino LA ESCUELA AL CAMPO. El trabajo fuerte y agotador por 45 días viendo a nuestros
padres solo los domingos. Trabajos en
cultivos de papas, naranjas, tomates “guataqueando” por horas, perdiendo la
piel de las manos con un azadón mas alto que yo. Poca comida que había que
proteger de los chicos mayores. La suciedad, la promiscuidad, profesores que se
desnudaban ante chicos de 12 años, duchas frías a cielo descubierto en enero,
letrinas nauseabundas. Chicos que se envolvían los brazos en toallas mojadas y
se daban un golpe fuerte para fracturárselo y poder regresar a casa con una
baja médica.
Es verdad que no nos morimos,
pero algo, en algunos, sí lo hacía. Era el entrenamiento para lo que se
esperaba de nosotros y que llamaban formar al hombre nuevo: estudio, trabajo,
fusil. Regresar a casas despintadas, casi sin equipos eléctricos y poca comida
nos parecía el paraíso comparado con aquellos campamentos y nos mataba
cualquier insipiente pensamiento hacia lo desconocido.
PREUNIVERSITARIO: Ya casi
un hombre. Mismas experiencias en la “escuela al campo” que hoy en día sería considerado
explotación de menores. Trabajar desde casi madrugada en las plantaciones de
tabaco, el sereno pegajoso que penetraba cada poro, envolvía cada cabello y
encartonaba la ropa.
Mirando atrás, yo con 16
años. Poca ropa. Un par de zapatos. Un radio pequeño en casa. Un TV americano
de bombillos roto y libros baratos apilados, pero lo importante era el
contenido. Y esos libros me transformaron, y en cierta medida me marcaron la
vida pues me convirtieron en alguien aún más fuera del molde.
Las reuniones de análisis,
sobre todo las que se hacían antes de otorgar las carreras universitarias. Allí
tuve que rendir cuentas de por qué no pertenecí a las Milicias , por qué no había
solicitado el carnet de la Unión de Jóvenes Comunistas, justificar ciertas
actitudes que daban la impresión de que era un “tapadito”, es decir, un burgués
escondido o peor aún, un contrarrevolucionario. ¿Hubieran entendido que no
soporto las multitudes? ¿un burgués? Que raro me sonaba aquello cuando solo
tenia un solo par de zapatos para todo. Pero a ellos les sonaba mas raro aun
mis comentarios sobre Alexander Solzhenitzyn o Milan Kundera, mi interés por
los idiomas extranjeros menos el ruso, el gastar mi dinero de la merienda en la
única revista del mundo no soviético que se vendía: El Correo de la Unesco. Las
tenia todas, las coleccionaba, y con ellas pude “viajar” desde la Meca hasta
los campos de arroz en China.
En el listado de alumnos
para coger carreras , en Cuba se le llama ‘escalafón’, tenia el lugar 20, nada
mal para alguien que no estudiaba mucho y no es tan brillante. Y casi no me
otorgan lo que había solicitado porque a duras penas logre pasar la evaluación política.
Es curioso, todos los que
hablaron negativamente sobre mí, los que casi decidieron dejarme fuera se
fueron del país tiempo después.
NO
SE DEBE CONFUNDIR LA VERDAD CON LA OPINIÓN DE LA MAYORIA
UNIVERSIDAD: Hoy en día la
universidad conserva mucho de la época en que pasé por ella, pero ahora los
peligros para el alma no son tan contundentes.
Cuando llegué a ella pensé
que estaba a solo 5 pasos de un futuro luminoso y por fin libre de las
preocupaciones de las finanzas. Podría ser libre al estar protegido por un título
universitario, por una salario digno, y por ideas que se iban tornando más
claras. El extranjero no existía. El show de Truman.
La vida tenía otros
planes, pero sobre todo seguía siendo muy terco. No aceptaba ser miembro de las
organizaciones . No iba a las marchas, no iba a los lugares que me enviaban y
usualmente terminaba vagando por terrenos movedizos. Sin embargo, y ese era mi
principal temor, no se daban cuenta de cuánto maduraba en mis conceptos de
cubanía, de lo que consideraba bueno para mi país, de la comprensión de nuestra
historia, sin demasiado ruido o palabrería barata , sencillamente hacía, no
predicaba.
Varias veces “conversaron”
conmigo, me citaron en oficinas destartaladas donde trabajaba gente con cierto
poder que a regañadientes aceptaban hablar con los “flojos”. Hasta el día,
mucho tiempo después, en que siguiendo la lógica del sistema fui declarado “potencial
delictivo”.
Pero entre una cosa y la otra,
y el final de ese camino que me costó la desconfianza y la falta de
oportunidades, la vida me mostró rostros terribles de los que no voy a hablar
acá pues aunque son un obstáculo a la libertad personal, no son relevantes para
los extraños.
Solo había una salida:
perder el miedo. Es difícil lograrlo porque los enemigos son colosales y atacan
por doquier. El miedo viene desde la infancia, muchas veces es inculcado para
que nos paralice y no cambiemos el rumbo, para que no seamos libres. Sigue con
nosotros por décadas y muchos mueren como vivieron, sin atreverse. Pero no
critico, le tememos al hambre que ya conocimos en los 1990s, la falta de ropas
y estar vestidos todos iguales y caminar con los ojos bajos por la vergüenza de
no ser capaces de poder ser diferentes, únicos. Le tenemos miedo a las guerras
que hemos tenido que participar, las propias y las ajenas, pues como bien dice
la canción es un monstruo grande y pisa fuerte y no la queremos para nuestros
hijos. Miedo a las prohibiciones, a las sospechas, a los informes secretos y
quien los lee y determina la “solución”. Nos aprieta el alma y el estómago el
enemigo sin escrúpulos, poderoso y terrible, que nos quiere muertos.
Retirarse un día a un rincón
de esta isla, apretarse las manos y sudando y temblando decidir retarse unos
mismo, no temer a otros seres humanos, decidir no renunciar a mi espacio en
este país por lo que puedan decir o determinar, luchar con mis herramientas
escasas, mi inteligencia promedio y dejar brotar el amor cada minuto serían mi
escudo y mi espada. Sé que el camino es infinito, nunca acabará porque no es el
sendero trillado, y que incluso en el momento final muy posiblemente todavía no
me sentiré libre porque las amenazas se renuevan y pueden generar nuevos miedos
en personas que básicamente estamos desprotegidos. Los que no piensan en estas
cosas son un poco más felices. Por eso concuerdo con la famosa cantante negra,
que en otra realidad y contexto lo expresó tan bien: La libertad es no tener
miedo.
Espero que en los momentos
de partir no sentir arrepentimiento, sobre todo de haber sido valiente. Y si
sintiera arrepentimiento que fuera solamente por no haber sido valiente
siempre.
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