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domingo, 26 de julio de 2020

MIEDO AL HAMBRE




La relación que tienen los cubanos de hoy en día con los alimentos es muy peculiar, por no decir dramática. Como todo en la vida de los cubanos que han nacido y vivido en la Cuba después del 1959, la comida también está teñida con tintes políticos. Cuando los dioses del planeta deciden que los alimentos se conviertan en un arma política, en una fuente de chantaje, el acto de comer y disfrutar pasa nuevamente a ser lo que fue en otros tiempos, cuando el hombre recorría kilómetros para encontrar algo que llevarse a la boca: supervivencia.

Yo por ejemplo cuando salgo a comprar algo de alimentos le llamo ‘salir de cacería’. Es un acto de fe, es un juego de azar, es una adivinanza maquiavélica, nunca se sabe.

Hay miles de historias, experiencias duras, que tenemos los cubanos y que nos han marcado y nos causan un miedo tremendo a no tener alimentos. Es normal, diría cualquiera, en el mundo hay mucha gente que pasa, pero no estoy hablando de un miedo lógico, es un terror a volver donde estuvimos cuando desapareció la Unión Soviética y nos quedamos sin socios comerciales.

Hoy les contaré cuatro o cinco historias personales. Las reduciré a un mínimo de palabras, evitare’ ser dramático lo más posible. Pero deseo que comprendan que todas han dejado secuelas en mí y en la mayoría de los cubanos. Los que se han ido a vivir fuera de Cuba se echan a llorar en los supermercados, los que vivimos en Cuba acaparamos lo más que podemos porque tenemos la certeza que más temprano que tarde habrá escases nuevamente. Es cíclico.

Hamburguesas
Después de casi un año sin comer proteínas por fin el gobierno encontró una solución. Ya había personas que enfermaban por falta de proteínas y vitaminas. Entonces una vez cada 15 días asignaban a cada cuadra un restaurante donde debíamos ir a buscar una hamburguesa. Pero atención, una acera una vez y la otra acera dos semanas después. Un ticket para una familia. El ticket decía la cantidad de personas que tenía la familia. Llegábamos, una cola (la más silenciosa y triste que nunca había y he visto), al principio se trató de disfrazar un poco las cosas para que no luciera patético. Un pan con ajonjolí, tomate y un pepinillo. Después solo un pan con la hamburguesa. Finalmente solo la hamburguesa. Y en unos meses nada.  ¿Sentimiento? Humillación.

COL
La llamábamos “colada”. Fue la temporada de la col y un poco de tomate. Hacíamos como un estofado, pero con col en vez de carne. En el almuerzo, en la cena. Así por tres meses fue casi lo único que comimos. ¿Sentimiento? Desesperación, sensación que no resistiría.

PIERNA DE CERDO
Un amigo de mi papa’ reapareció después de casi dos años sin visitarnos. Porque necesitaba algo de nosotros. Nos trajo de ‘regalo’ una pierna de cerdo. Hacía ya 5 años que no comíamos no solo cerdo sino carne roja de ningún tipo. Mi mama’ preparo’ un bisté para cada uno. Creo que con solo el olor que despedía en el sartén yo me llené. Lo comimos lentamente, había también arroz y frijol negro. Todo un banquete.  Aquella noche hubo hasta sobremesa.
Al día siguiente parecía que me habían puesto una inyección de vida. Mis músculos se sentían diferentes, podía hasta ver con más claridad y sonreíamos por cualquier cosa. Y recordé las palabras de un profesor que tuve cuando estudiaba medicina: el ser humano es omnívoro, pero solamente pudo desarrollar su cerebro cuando pudo comer la carne cocinada. ¿Sentimiento? Al principio esperanza, después miedo de regresar.

EL HUESO DE LA PIERNA DE CERDO
Llegó a su fin la pierna de cerdo. Quedaba el hueso y la piel. Nosotros vivíamos en una zona donde siempre teníamos agua y electricidad, pero nos faltaba el gas para cocinar. Tenía una amiga que en su zona no faltaba el gas, pero faltaba mucho el agua y la electricidad. Así que ella venía a lavar la ropa mi casa y yo cocinaba en la suya.
Un día partí con los frijoles para su casa, y con el hueso de la pierna para darle más sabor y sustancia al potaje. Antes de partir mi mama’ me dijo que cuando terminara de cocinar, y con mucho tacto, les preguntara a mi amiga y su esposo si querían quedarse con el hueso para que hicieran unos frijoles “diferentes” también. Así lo hice, y claro, aceptaron. Me despedí y quedamos que al día siguiente regresaría para hacer arroz.
Al día siguiente mientras hacia el arroz, mi amiga me pregunto’ si le podía pasar el hueso a la vecina de los altos porque ella creía que todavía se le podía sacar más sabor. ¿Sentimiento? Atrapado en un hueco sin salida.

Producto de todos aquellos años muchos cubanos desarrollamos algún tipo de neuritis. Yo debute’ con migrañas y calambre en las manos que aun hoy me duran. Eso por mencionar solo algunas cosas. Nuestras historias personales son diversas y la mía trato de no olvidar. No porque me guste recrear lo malo, es para valorar cada bocado de alimento que viene a mí, agradecer a las personas que los cultivan y lo hacen llegar de alguna manera. Cada alimento es una bendición y lo valoro como tal.

Las personas que me conocen saben que muy pocas veces dejo algo en el plato. Es más, cuando vamos a algún restaurante (aun hoy un lujo para la mayoría de los cubanos) mis amigos separan la parte que no comerán y después me la dan. Tengo un hambre infinita, soy como un limpia-pecera, no me gusta dejar en el plato lo que considero una bendición, y no comprendo a esos cubanos que dicen que no comen esto o aquello por simplemente un detalle. Disfruto cada sabor, cada aroma de la comida y lo que trae añadido: las bebidas, las especias, las conversaciones. Me lleno tanto que a veces me siento mal, pero nada comparado a tener el estómago pegado a la espalda.

Son otros tiempos. Hay algunas salidas decorosas para el gobierno actual, pero para nosotros el fantasma está ahí. ¿Cuál es el sentimiento que predomina en mi cuando miro al pasado reciente? El miedo a pasar hambre otra vez. El día en que los padres deben de dejar de comer para garantizarle el alimento a los hijos, y cuando los hijos sonreimos mientras le decinos a nuestro ancianos que coman que ya nosotros comimos algo en la calle.