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lunes, 10 de junio de 2024

NUESTRO SUFRIMIENTO NO LOS HACE TRIUNFADORES

  (pero le da esperanzas al mal)








Los cubanos hemos sufrido mucho por esta batalla entre el bien y el mal. Cada uno identifica al mal y al bien, pero no hay nada preciso. Puedo hablar en primera persona, pero no lo haré por cuestión de dignidad, que a veces duele.

Hemos pasado hambre. Hemos tenido que rogar por ayuda a los que nos dieron la espalda. Hemos tenido que trabajar por centavos o incluso por un jabón. Nos han envenenado la comida, nos han rociado epidemias, nos han tumbado aviones con gente joven y prometedora en ellos, nos han negado medicamentos para tratamientos tan sensibles como el cáncer por solo mencionar uno. Nos hemos endeudado hasta los huesos y no sabemos cómo pagar no digo ya la deuda sino los intereses, porque cada paso que se da en una dirección nos lo sabotean. Han confiscado cuentas en bancos extranjeros, un dinero hecho con sangre y sudor. La lista sería interminable.

Pero nuestro sufrimiento no los hace vencedores. Nuestro sufrimiento tiene múltiples orígenes, y todos generados por la codicia y el ego de los poderosos, por la manipulación de un pueblo enorme de corazón y que quizás se esté convirtiendo en algo diferente en lo que queríamos convertirnos, pero que nunca desistirá en ser mejor y diferente a la decadencia de principios en que se está llenando el mundo.

En todo caso la nueva realidad que se abre en la Cuba de hoy hace renacer las esperanzas del mal.

Y aunque no sirva de nada decirlo en el universo actual, a veces es importante hasta gritarlo: Si, somos pobres, muy pobres, pero no de alma.

MIEDOS 2023

LEYENDO EL PERIODICO EL PAIS

CONFESIONES 

MEDIACION SOBRE CUBA

KABUL-HABANA . LECCION DE HISTORIA


domingo, 26 de julio de 2020

MIEDO AL HAMBRE




La relación que tienen los cubanos de hoy en día con los alimentos es muy peculiar, por no decir dramática. Como todo en la vida de los cubanos que han nacido y vivido en la Cuba después del 1959, la comida también está teñida con tintes políticos. Cuando los dioses del planeta deciden que los alimentos se conviertan en un arma política, en una fuente de chantaje, el acto de comer y disfrutar pasa nuevamente a ser lo que fue en otros tiempos, cuando el hombre recorría kilómetros para encontrar algo que llevarse a la boca: supervivencia.

Yo por ejemplo cuando salgo a comprar algo de alimentos le llamo ‘salir de cacería’. Es un acto de fe, es un juego de azar, es una adivinanza maquiavélica, nunca se sabe.

Hay miles de historias, experiencias duras, que tenemos los cubanos y que nos han marcado y nos causan un miedo tremendo a no tener alimentos. Es normal, diría cualquiera, en el mundo hay mucha gente que pasa, pero no estoy hablando de un miedo lógico, es un terror a volver donde estuvimos cuando desapareció la Unión Soviética y nos quedamos sin socios comerciales.

Hoy les contaré cuatro o cinco historias personales. Las reduciré a un mínimo de palabras, evitare’ ser dramático lo más posible. Pero deseo que comprendan que todas han dejado secuelas en mí y en la mayoría de los cubanos. Los que se han ido a vivir fuera de Cuba se echan a llorar en los supermercados, los que vivimos en Cuba acaparamos lo más que podemos porque tenemos la certeza que más temprano que tarde habrá escases nuevamente. Es cíclico.

Hamburguesas
Después de casi un año sin comer proteínas por fin el gobierno encontró una solución. Ya había personas que enfermaban por falta de proteínas y vitaminas. Entonces una vez cada 15 días asignaban a cada cuadra un restaurante donde debíamos ir a buscar una hamburguesa. Pero atención, una acera una vez y la otra acera dos semanas después. Un ticket para una familia. El ticket decía la cantidad de personas que tenía la familia. Llegábamos, una cola (la más silenciosa y triste que nunca había y he visto), al principio se trató de disfrazar un poco las cosas para que no luciera patético. Un pan con ajonjolí, tomate y un pepinillo. Después solo un pan con la hamburguesa. Finalmente solo la hamburguesa. Y en unos meses nada.  ¿Sentimiento? Humillación.

COL
La llamábamos “colada”. Fue la temporada de la col y un poco de tomate. Hacíamos como un estofado, pero con col en vez de carne. En el almuerzo, en la cena. Así por tres meses fue casi lo único que comimos. ¿Sentimiento? Desesperación, sensación que no resistiría.

PIERNA DE CERDO
Un amigo de mi papa’ reapareció después de casi dos años sin visitarnos. Porque necesitaba algo de nosotros. Nos trajo de ‘regalo’ una pierna de cerdo. Hacía ya 5 años que no comíamos no solo cerdo sino carne roja de ningún tipo. Mi mama’ preparo’ un bisté para cada uno. Creo que con solo el olor que despedía en el sartén yo me llené. Lo comimos lentamente, había también arroz y frijol negro. Todo un banquete.  Aquella noche hubo hasta sobremesa.
Al día siguiente parecía que me habían puesto una inyección de vida. Mis músculos se sentían diferentes, podía hasta ver con más claridad y sonreíamos por cualquier cosa. Y recordé las palabras de un profesor que tuve cuando estudiaba medicina: el ser humano es omnívoro, pero solamente pudo desarrollar su cerebro cuando pudo comer la carne cocinada. ¿Sentimiento? Al principio esperanza, después miedo de regresar.

EL HUESO DE LA PIERNA DE CERDO
Llegó a su fin la pierna de cerdo. Quedaba el hueso y la piel. Nosotros vivíamos en una zona donde siempre teníamos agua y electricidad, pero nos faltaba el gas para cocinar. Tenía una amiga que en su zona no faltaba el gas, pero faltaba mucho el agua y la electricidad. Así que ella venía a lavar la ropa mi casa y yo cocinaba en la suya.
Un día partí con los frijoles para su casa, y con el hueso de la pierna para darle más sabor y sustancia al potaje. Antes de partir mi mama’ me dijo que cuando terminara de cocinar, y con mucho tacto, les preguntara a mi amiga y su esposo si querían quedarse con el hueso para que hicieran unos frijoles “diferentes” también. Así lo hice, y claro, aceptaron. Me despedí y quedamos que al día siguiente regresaría para hacer arroz.
Al día siguiente mientras hacia el arroz, mi amiga me pregunto’ si le podía pasar el hueso a la vecina de los altos porque ella creía que todavía se le podía sacar más sabor. ¿Sentimiento? Atrapado en un hueco sin salida.

Producto de todos aquellos años muchos cubanos desarrollamos algún tipo de neuritis. Yo debute’ con migrañas y calambre en las manos que aun hoy me duran. Eso por mencionar solo algunas cosas. Nuestras historias personales son diversas y la mía trato de no olvidar. No porque me guste recrear lo malo, es para valorar cada bocado de alimento que viene a mí, agradecer a las personas que los cultivan y lo hacen llegar de alguna manera. Cada alimento es una bendición y lo valoro como tal.

Las personas que me conocen saben que muy pocas veces dejo algo en el plato. Es más, cuando vamos a algún restaurante (aun hoy un lujo para la mayoría de los cubanos) mis amigos separan la parte que no comerán y después me la dan. Tengo un hambre infinita, soy como un limpia-pecera, no me gusta dejar en el plato lo que considero una bendición, y no comprendo a esos cubanos que dicen que no comen esto o aquello por simplemente un detalle. Disfruto cada sabor, cada aroma de la comida y lo que trae añadido: las bebidas, las especias, las conversaciones. Me lleno tanto que a veces me siento mal, pero nada comparado a tener el estómago pegado a la espalda.

Son otros tiempos. Hay algunas salidas decorosas para el gobierno actual, pero para nosotros el fantasma está ahí. ¿Cuál es el sentimiento que predomina en mi cuando miro al pasado reciente? El miedo a pasar hambre otra vez. El día en que los padres deben de dejar de comer para garantizarle el alimento a los hijos, y cuando los hijos sonreimos mientras le decinos a nuestro ancianos que coman que ya nosotros comimos algo en la calle. 

lunes, 6 de agosto de 2018

CUBA, recuerdos de religión y chocolate

Mi familia por parte de madre es de origen muy humilde. Tan humilde que en su mayoría, en los comienzos de los años 1950’s había sido diezmada por enfermedades asociadas a la pobreza. 
Así que un día mi abuela, presintiendo que le quedaban pocos meses de vida y además no deseando contagiar  a sus hijos se dirigió al palacio presidencial y allí en la puerta lateral le extendió una carta a la secretaria de la primera dama de por entonces pidiéndole que la ayudara a conseguir alguna escuela o albergue para sus hijos.
Dos semanas después las cinco chicas, mi mamá y sus hermanas, entraban en una escuela atendidas por monjas en un pequeño pueblo en las afueras de la Habana, y el único varón entraba en una escuela atendida por curas. Allí estuvieron por varios años y al salir, la huella principal  que dejó en  sus vidas  fue la religión católica.
Desde el mismo comienzo de la revolución hubo en Cuba un conflicto entre la iglesia y el Estado. Es una historia muy larga y ahora no entraré en ella. Lo que sí es importante es el hecho de que marcó la vida espiritual de varias generaciones de cubanos. 
Fue el primer evento comprendido al cien por cien por una sociedad latina, plural y bastante religiosa: si te expresabas religiosamente, en cualquier sentido, incluido el decir ‘Gracias Dios Mío’ podía representar un estigma que te marcaría a ti y a los tuyos quitándote oportunidades de estudio y trabajo.
Cuando yo nací ya el campo de batalla no existía. Había un ganador: el ateísmo. O eso se creía. El pueblo cubano fingía que “el opio de los pueblos” había sido extirpado de los corazones, aunque en realidad parecía que solo había sido derrotado el dios de los cristianos, pues los dioses africanos casi estaban intocados. Los negros, que en su mayoría pertenecían a esa religión, con esa capacidad que les había dado la historia y sus maltratos, las enseñanzas de una esclavitud de siglos, se adaptaron y sobrevivieron a esta nueva experiencia. Era solo cuestión de esperar.
Por entonces, cuando yo era niño, no podías obtener una buena posición de trabajo o incluso entrar a la universidad si te declarabas religioso, principalmente cristiano. Repito, es una historia larga y llena de sutilezas, y la cuestión es que mi madre, temiendo por mi desarrollo en un país cuya frontera era solamente el mar nunca me hablo de Dios, ni de Navidad, ni de Jesús, ni de ángeles; nunca tuve entre mis manos una biblia, las iglesias eran edificios abandonados y “rezagos del pasado” (en realidad no era así, todavía algunas viejitas asistían a misas) y por supuesto no tengo que decir que nunca fui bautizado.
Y no piensen que esto es historia muy antigua, para nada, todavía en los 1990´s era asi.
La cuestión fue que mi mamá tenía una compañera de trabajo con una historia personal muy parecida a la de ella. La única diferencia era que esta amiga y su familia tenían como objetivo irse de Cuba, sobre todo después de que a su hija le fue rechazada la entrada en la universidad por ser religiosa. Esta amiga iba a hacer una fiesta familiar en su casa y me invitó. En realidad le pidió permiso a mi mamá para que me dejara ir.
La fiesta sería el sábado, yo me quedaría a dormir en su casa y el domingo al mediodía me regresarían a la mía. Todo fue muy bien, la fiesta en realidad no la recuerdo mucho, pero lo que sí recuerdo vívidamente fue el domingo en la mañana: fue la primera vez que puse mis pies en una iglesia. 
Era enorme, esta’ en la quinta avenida del barrio de Miramar, el barrio de los diplomáticos. Había muchos de ellos y sus familias, cubanos pocos. A pesar de que solo tenía seis años lo recuerdo perfectamente. Todo ocurría velozmente, incluso el sermón del sacerdote, todos los vitrales hermosos, la gente bien vestida, primera vez que veía extranjeros y escuchaba otros idiomas. No quería que nada se me olvidara, recorría casi que corriendo la enorme iglesia, pasaba entre la gente, respiraba el olor de las velas, y fue tanto así que María me llamó, y quizás un poco para calmarme o para iniciarme, quién sabe, me dijo que por qué no me iba a ver el cristo en la capilla, me arrodillara y le pidiera algo importante.

Llegué ante él, me lucía enorme y que sus ojos me observaban con ternura desde su cabeza ladeada. ¿Qué podía pedirle que fuera importante?, o al menos importante para mí.
Recordé entonces que la semana anterior, y después de mucho tiempo, había comido unas pastillas de chocolate. ¡No hay mejor sabor en el mundo!, y sobre todo para un niño de seis años. Pero al llegar al fin de semana y pedir por más mi mamá me dijo que no, que se habían acabado, y de una forma dada por la costumbre me dijo: “! y reza porque algún día haya más porque parece ser que no lo veremos en mucho tiempo!”
Y allí estaba yo, frente al Cristo, de rodillas, pensando en qué pedirle. Levanté la vista  y dije: “Dios mío (para mi eran lo mismo Jesús que dios), te pido que nunca jamás me deje de gustar el chocolate, aunque pasen muchos años”. Hice lo que vi que todos hacían: me persigné, me levanté y con lo que hoy considero fue un tremendo acto de fe salí alegremente de la capilla.
Y efectivamente, pasó mucho tiempo, incluso años hasta que pude comer chocolates otra vez, me supo a gloria, me estremezco cada vez que lo como, y siempre me viene a la mente Jesús.

Asocio el chocolate con la escasez por los años que nos faltó a los niños en Cuba, con otros mundos, con la alegría y la navidad, con amigos que retornan, con la fidelidad, y con la abundancia porque  todas las historias de éxito y de amor se celebran con chocolate.

cubangel@gmail.com