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martes, 20 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado II

Cada mes, cada año , habían cosas nuevas e increíbles para un chico. Eran los tiempos en que seguramente el dinero de los soviéticos llegaba por tuberías. Tenia que ser así porque no se explica que 30 años después todo eso haya desaparecido sin dejar rastro cuando debió dar paso a nuevas y mas excitantes cosas.
 Para solo mencionar algunas cosas al vuelo:

.carreras de motos. Se hacían en el medio del Vedado, por todo el malecón.  Yo no sabía qué hacer , si mirarlas desde el piso 10 o desde el área de estar en la planta baja. Allí mismo en la esquina se hacia una de las curvas mas peligrosas hacia una de las rectas mas largas en el medio de la ciudad. Trajes brillantes, olor a aceite quemado,  bólidos que no podían mantener el control y salían disparados hacia los grandes cuadrados de paja que se ponían al borde la calle, antes de llegar al contén y que eran colocados en los lugares que  mas o menos se calculaba la trayectoria de una caída. 
¡La televisión a colores! Pequeñito, pero aun lo recuerdo. Siempre se ha dicho que ya antes del 1959 en Cuba se había ensayado la televisión a colores, pero claro después se paralizó todo. Y entonces los juegos olímpicos de Montreal y la tv en colores. Solo en los hoteles y en algunos lugares específicos. Y allí estaba yo en el verano del 1976 sentadito con mucho tiempo de antelación en la mañana, en una esquinita del lobby, sobre el piso, porque los asientos eran para los huéspedes solamente, que en ese momento eran los chilenos refugiados del golpe de estado de Pinochet. Pero solo duró en el lobby durante los juegos olímpicos, después lo pasaron para el bar del hotel y el otro que trajeron lo pusieron en una sala de reuniones en el décimo piso para ciertos momentos en que los representantes del gobierno se reunían con los chilenos.  Creo que lo único que no hacían era ver televisión juntos, pero en fin, allí estaba.

Mas adelante regreso a los chilenos.

Otra cosa fascinante era el bar. Un lugar oscuro, en la planta baja, el único lugar en Cuba que yo supiera donde había ginger ale, esa bebida ni dulce ni amarga, que venia en unas botellitas verdes de cristal semi transparentes y que de vez en cuando el barman me llevaba escondidas en su chaqueta de uniforme. El bar estaba detrás del restaurante, conectado con él por una puerta dorada grande , de corredera; y con el lobby con una puerta mas bien pequeña y ciertamente estrecha. Me llamaba la atención que los músicos que trabajan en el bar, y que iban llegando por las tardes tenían que entrar sus instrumentos por el restaurante porque no cabían por la puerta hacia y desde el lobby.

¡Los músicos!, que gente tan interesante para los niños, bueno, para mí que era el único que por mucho tiempo circulaba por cada recoveco del hotel. Mi primer recuerdo es de solistas, mas bien pianistas y guitarristas. Unas veces me sentaba en una butaca muy cerca de la puerta del lobby, o a veces a los pies del cajero en la puerta que comunicaba la cocina con el bar. Me llegaba al ritmo de los camareros que entraban o salían, o cuando intencionalmente me las arreglaba para dejar entreabierta la puerta que iba hacia el lobby. Pero siempre había alguien al que le molestaba ese hilillo de claridad y cerraba la puerta desde dentro. Quizás en mi casa había un radio en aquellos años, no lo recuerdo, pero aquello ciertamente era diferente, eran notas que llegaban en vivo, que tenían un alma, que volaban desde unas manos, rebotaban en las paredes del bar, chocaban con los espejos y las luces de baja intensidad, se volvían como locas tratando de buscar la salida para finalmente escapar por las puertas. Y allí estaba yo en algunas tardes, como dormido pero realmente atento, tratando de entender por qué aquello me emocionaba tanto.

Y las cosas se pusieron mejor, pues aquellos intérpretes solitarios un día se convirtieron en grupos. Para facilitar las cosas y no tener que trasladar los instrumentos pidieron permiso a los administradores del hotel y ensayaban en mi reino, es decir, el décimo piso. Cada sábado era una fiesta.
Me movía en silencio, me sentaba en un rincón, y escuchaba por horas. Al principio me decepcioné un poco. Se detenían mucho, conversaban de esto y de aquello. Discutían. Repetían fragmentos una y otra vez, pero con el tiempo les cogí la vuelta: no había que ir muy temprano, mas bien sobre las tres de la tarde, y entonces ya todo estaba perfilado, listo para ser lanzado al mundo.

Y allí en el décimo piso , rodeado de ventanales que daban al cielo azul sobre la ciudad, al mar, hacia las nubes o la lluvia en dependencia del día, volaba la música. No me interesaba en realidad ver a los músicos tocando. Solo me ponía de espaldas a ellos y me quedaba mirando hacia el infinito que entraba desde los ventanales. Allí estaba el horizonte azul que parecía ser lo máximo a los que los cubanos estábamos resignados y con permiso para percibir y soñar. Pero yo viajaba mucho mas lejos, solo que no recordaba nada  mas allá de la sensación de haber estado en otros lugares,  nada mas. 


Pero claro, era muy poco el tiempo que tenia para disfrutar de ellos. Entre una cosa y otra los ensayos se extendían y solo hasta eso de las dos o las tres de la tarde era que tocaban algunas piezas completas. Ya para esa hora mi mamá estaba casi terminando de trabajar, y ya saben, después venía esa competencia de las mujeres cubanas por los últimos rayos del sol de la tarde antes de que el día se fuera y muy posiblemente llegara la oscuridad mas absoluta por el apagón casi diario. Y eso era cundo estaba en vacaciones, porque cuando estaba en clases bueno, solo podía disfrutar de todo ese mundo del hotel los fines de semana, o mas bien los sábados.

No obstante era un placer que venia a mi de vez en vez. Porque no solamente era algo inusual, por decirlo de alguna manera , el poder vera un grupo ensayar y tocar en vivo, sino aun mas importante lo que tocaban. Era una música diferente, al menos del grupo que mas recuerdo. Una música de aire suave que cuando por fin los músicos llegaban a dominarla los hacia cerrar los ojos y dejarse llevar hacia algún lugar que solo ellos podían decir. Pero supongo que era muy cerca de donde yo me transportaba en ese momento. Quitecito, muchas veces con las rodillas recogidas y mi frente apoyada en ellas, tratando de contener el aliento para ni tan siquiera interferir  una nota esa música nos dominaba a todos. Creo que por aquellos años no era muy bien vista porque muchas veces se habló de tocarla en la noche y hasta donde recuerdo nunca se pusieron de acuerdo en hacerlo.

Jazz.
Que efecto tan increíble provoca esa música. A veces algún músico llegaba temprano y comenzaba a practicar, a calentar con algunos acordes de jazz. Después llegaba otro y se le iba sumando al primero, y después otro, y después otro y así hasta que todos estaban como interpretando un mensaje que solo ellos podían y sabían leer. A veces era un frenesí. Supongo que mezclaban, improvisaban, porque se reían, y se preguntaban en voz alta, ‘ ¿¡Cómo hiciste eso!?’ , ‘ ¡sígueme si puedes!
Todo eso duró un tiempo , pero un día ya no vinieron mas. Me resultó muy extraña esa mañana de sábado que se extendió en solitario. Cada vez que la puerta del elevador parecía abrirse salía corriendo desde la terraza a saludarlos. Pero no, no llegaron. Mi mamá me dijo que se comentaba que tocaron una música ‘en ingles’  fuera de programa y estaban pendiente de si le autorizaban o no seguir tocando allí. Lo que mas me asombró fue lo de la música en ingles porque realmente nunca los oí cantar. Además, había un pianista que tocaba también allí desde hacia muchos años y a mi entender también tocaba esa música, solo que para piano únicamente. Digo, era claro para mi que era el mismo tipo de música y nunca le paso nada. Quizás porque era un ciego y mayor.

En todo caso llego el silencio nuevamente al décimo piso y tuve que regresar al almacén, ese espacio entre el departamento de Ama de Llaves en la parte de atrás del piso diez y el salón de baile en la parte de alante. Ese espacio tenia una puerta hacia cada lado. En el lado del salón , muy pegados , estaban los elevadores. Creo que en ese rincón era donde se refugiaban los recuerdos del hotel, su memoria silenciosa que a veces se manifestaba en ruidos extraños, susurros o risas., y a veces en una tristeza o angustia que se podía respirar. Yo creo que por eso tantas personas se suicidaron en ese hotel. Te atraían con una fascinación retro y lograba embargarte de melancolía. Pero no a un chico que corría tanto y reía por todo.

Recuerdos I: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html

Recuerdos III: 
http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html