cuando miro atrás, a mis días de infancia. veo a mi mama' ocupada todo el tiempo. No podía llevarme a las librerías a comprarme libros porque no era camino a casa, y los domingos , cuando podía disponer de la tarde, estaban cerradas.
Ademas, en casa no habia mucho espacio para libros.
Mi padre nunca le dio importancia al Arte, y la belleza estaba en las mujeres.. . y nada mas.
Pero un dia hubo un salto de calidad.
Llegaron a mi personas que me contaron las historias que estaban en los libros.
Otros me enseñaron su arte en forma de pinturas y esculturas.
Una amiga de mi madre me llevo a espectaculos de danza .
Nos fuimos a vivir cerca del mar, la ciudad a mis espaldas. Una ciudad que aun le quedaban restos de belleza, y comenzaba a lucir mal, pero solamente comenzaba.
Y durante mucho tiempo le di gracias a Dios porque a pesar de los pocos recursos de mis padres, el arte, la belleza, el conocimiento llegaron a mi y me permitieron conocerlos. Fueron lindos regalos.
Y de repente , aunque algunos años despues, nuevamente las cosas cambiaron.
Era como si la ciudad hubiera caido en manos de alguien con pensamientos oscuros y feos.
No podia ser de otra manera, tenia que ser una persona que ha dejado de amarse a si misma y convierten las cosas y las personas en fealdad. Esa fealdad que al principio no notas, que es profunda, pero que a la gente sensible, con ganas de vivir les va cansando los ojos.y uno no se explica el porque'. . . hasta un dia.
Lo feo se va apodeando de la ciudad, de la gente. Lo feo es la consecuencia de la pobreza, de la desigualdad, y aunque se construyan ghettos de riqueza, la fealdad siempre acecha.
Mis ojos me ardian, me dolían, ya no toleraban al mundo que los rodeaba.
Y los cerraba a ver si algun dia , ya recuperados, me ayudaban a encontrar el camino.
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viernes, 5 de enero de 2018
martes, 20 de septiembre de 2016
Recuerdos, o un diario malogrado III
Durante muchos años toda la vida del piso 10
acababa a las cuatro y media cuando se cerraban las puertas del departamento de
ama de llaves y las camareras bajaban esos diez pisos para irse a casa.
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Todo un
piso del largo y ancho del hotel quedaba vacío cada noche. E incluso por el día
solo un tercio era utilizado, y a veces ni eso.
Ventanales
y ventanales , entre veinte y veinticinco , mayormente de dos hojas que se
abrían unos hacia la ciudad y otros hacia el mar. Otros solo dejaban pasar la
luz pues eran de un cristal opaco que en el medio tenia como unos entramado de
alambre en forma de colmena que supongo era para en caso de huracanes y posible
rotura no se rompiera en mil pedazos que volarían desde una altura increíble
como proyectiles sobre la ciudad y caerían sobre las casas vecinas, sus patios,
las aceras. Es un edificio de diez pisos que equivaldrían a veinte de los de
hoy en día.
En todo ese paraíso de luz y olor a mar , pues
el hotel se encuentra a solo dos cuadras del océano y sin obstáculos entre
ellos, había un área que siempre estaba oscura y cerrada. Yo le decía el
almacén, aunque en verdad no lo era desde el punto de vista del trabajo del
hotel en si mismo.
Así que
una vez despachado el día comenzaba la magia.
Es
decir, las camareras para sus pisos con sus enormes bultos de ropa limpia:
sabanas, fundas y toallas impregnando de
olor a nuevo y limpio los elevadores.
Los reportes de habitaciones entregados para poner en pequeñas casillas
y mediante números la historia de la noche en cada habitación, en cada piso.
Las supervisoras ya buscando los errores de alguna camarera descuidada y ellas
mismas tratando de escapar del calor o el frío del día refugiándose en una
limonada o un té tempranero en la cocina, donde estaba El guajiro, un cocinero
tosco y vulgar, pero con un cuerpo que valía la pena admirar a través de su
uniforme blanco como la masa del coco.
Entonces
el décimo piso quedaba con solo dos empleadas: el Ama de Llaves y la encargada
de la ropería. Y yo. Y los ruidos que solo se podían percibir en el silencio de
las alturas.
Durante
años ese silencio estuvo interrumpido algunas veces por personajes, o personas
que no sabia decir si eran reales o no. Es decir, entraban poco tiempo, hacían
algo por allí y se marchaban como habían llegado, desde la nada. Quizás con
muchos de esos personajes sucedió como con la lámpara de la historia infantil,
cuando uno frotaba alguno de los objetos que pertenecieron a ellos entonces de
alguna manera alguien nuevo para mi, pero en cierta forma siempre presente en
el hotel se hacia visible e interactuaba quizás por ultima vez con alguien de
este mundo, de esta época.
Y es que
era muy difícil ignorar todos esos tesoros tirados en el almacén del piso 10.
Allí se habían puesto y cada año aumentaban las pertenencias de todos aquellos
que habían fallecido en el hotel, o que se habían marchado y dejaban muchas
pertenencias detrás sin decir si algún día retornarían por ellas. Y también
había muchas cosas del hotel, los recuerdos de un lujo ya ido para siempre.
Vajillas
de porcelana holandesa, con amplios platos llanos y hondos tan blancos que
incluso en la semi oscuridad de aquel lugar cuyas ventanas estaban
permanentemente cerradas le daban la bienvenida alegremente a cualquier rayo de
luz, natural o artificial y respondían con un destello puro, aunque breve.
Algunas de ellas tenían paisajes de mar todo en azul y todas tenían un número
en el la parte del fondo que se ponía sobre la mesa. Siempre me pregunté como
es que los empleados y empleadas no se llevaban esos platos en una época en que
ya faltaban en Cuba tantas cosas de las tiendas, para no decir vajillas, ni tan
siquiera habían platos. Ya la mayoría de las casa tenían solo los platos
exactos de acuerdo a la cantidad de miembros de la familia y se trataban con
mucho cuidado para que no se rompieran. Vendrían tiempos peores en que serían
sustituidos por platos plásticos. Pero supongo que la carga de honestidad era
bien fuerte y en general la gente no tocaba lo que no les pertenecía.
Pero se
acercaba una época cuando todo esto cambiaria.
Entonces
era difícil escarbar entre tanta losa pesada, cajas y cajas que iba moviendo
poco a poco, para que no se dieran cuenta de que yo exploraba y buscaba un
posible tesoro.
Aprovechaba
cualquier resquicio, cualquier espacio entre caja y caja y metía mi mano de
niño de 7 años y sacaba siempre algo interesante. Ajeno por entonces a palabras como diamante, diadema, perla,
terciopelo, satín, rubí, brazalete , tiara,
las cosas eran solo bonitas o feas, brillantes, doradas y plateadas.
Así que
poco a poco se iba formando en mi mente
un mejor cuadro del ambiente de ese hotel. Ese hotel que fue construido para
una gente muy diferente a la que me rodeaba, no solo por el tiempo, sino
también por muchas otras cosas. Sus pertenencias me remitían a una época en que el hotel estaba lleno d
personas elegantes, que comían con cubiertos de plata y en porcelana holandesa
sobre manteles de hilo. Sus muebles eran de caoba y ébano, sus amplios baños
estaban cubiertos de azulejos blancos como la luna en primavera y que venían de
tierras distantes. En el bar del hotel escuchaban de seguro esa música que
muchos años después estaría prohibida no solo allí mismo sino en toda
Cuba. Y aunque como alguna gente dice el
pecado siempre ha existido de seguro las relaciones entre los seres humanos
eran menos directas. Habían otras prohibiciones y otras maneras de escabullirse
entre las reglas y la moralidad de aquel momento.
Aquellos
pasillos largos y luminosos en la época del socialismo por la falta de
cortinajes fueron de seguro atemperados
y mas reservados en las primeras décadas del siglo. Las alfombras no
permitían que el taconeo de los zapatos de una mujer infiel o liberada de las
ataduras la denunciara en su camino al elevador o de allí a la habitación.
Todavía
habían restos de pétalos de flores secos en algún que otro jarrón que en cada
habitación estaba sobre la mesita que siempre frente a la ventana permitía
llenar el aire con aroma de rosas o violetas, o una mezcla de ellos al entrar
el aire e impulsarlo hacia adentro. Siempre se prefería eso a los aun toscos y
fuertes aromas químicos que olían a pino. Los búcaros que más me gustaban eran
los de un cristal verde y transparente. Brillan particularmente en la penumbra,
dándole un aire esmeralda a la habitación. Los había altos y esbeltos que
supongo por los golpes de viento y lo delicado de su porte solo quedaban dos en
aquel almacén oscuro, y los había mas bajos que siempre me parecían como
sombreros de ala ancha puestos al revés. De esos había 3 tamaños, medianos,
pequeños y grandes. Para pétalos de flores y bombones, para las esencias y
pequeños jabones, y para arreglos florales o memorabilia.
Aun
recuerdo, cuando ya tenia unos 15 años,
y ya era hora de cerrar el hotel para una reparación total, que el
administrador socialista le daba a los trabajadores la posibilidad de llevarse
los restos de aquella época que aun quedaban en el hotel porque los consideraba
sin valor. Fue como un zafarrancho y toda aquella gente con ya mas de 20 años
de necesidades y hogares escasamente montados la emprendieron a martillazos
sobre los azulejos de los baños y los pasillos, arrancaban de las paredes
adornos de porcelana que se desmoronaban en aquellas manos que para nada comprendían
la delicadeza de aquellas piezas que fueron hechas y transportadas con cuidados
esmerados para deleitar los sentidos de personas que debían sentirse como en
casa, e incluso lograr que convirtieran el hotel en su casa y no se fueran en
mucho tiempo. . .o nunca mas.
Aquellos
trabajadores de los servicios que ya no eran escogidos por un Ama de Llaves
exigente, ni tenían que presentar una hoja de servicio o una recomendación de
empleadores anteriores sino mas bien estaban en la escala mas baja del
socialismo de los 1980’s se abalanzaban sobre lo que era mas importante para
ellos: azulejos, piezas de los baños, herrajes, picaportes de puertas hechos de
cristal, espejos enormes que había en cada puerta de cada closet de cada
habitación. Y en esa locura de trabajadores recorriendo piso tras piso,
desmantelando en un fin de semana el trabajo de años de cientos o quizás miles
de hombres y mujeres iban destrozando
los detalles que hacían del hotel un lugar especial aun tantos años después y
el abandono de un sistema que quería ignorar y denigrar al mundo burgués de
antaño.
Entré en
una de las pocas habitaciones que había estado cerrada y solo atiné a tomar
entre mis brazos los tres búcaros verdes, uno dentro del otro encajaban
perfectamente, y apartarme a una esquina de la habitación cerca de la puerta.
Pegado a la pared, para no ser atropellado, iba acercándome a la puerta y cuando
ya estaba a un paso sentí una mirada posándose sobre mí. Sonriendo de manera
condescendiente me pasó su brazo sobre los hombros y me llevó hasta el pasillo.
“Llévatelos, no te preocupes, y esto también” me dijo mientras arrancaba un
picaporte color lila.
Mi
mirada le hizo mil preguntas , e inclinándose me respondió mis mil porqués: ‘
si esto te parece horrible, es preferible que sea así. Me costó mucho lograr
que le dieran a los trabajadores esta posibilidad. Las bestias de la demolición
de interiores llegaran en unos días. De todos modos es bueno saber que alguien
tendrá una cosa linda en una casa (dijo esto mirando los búcaros entre mis
brazos), o tendrán un baño azulejado, o podrán hacer sus necesidades en una
taza decente sin peligro de rajarse de arriba abajo’
Recuerdos I: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html
Recuerdos II: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html
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Recuerdos, o un diario malogrado II
Cada
mes, cada año , habían cosas nuevas e increíbles para un chico. Eran los
tiempos en que seguramente el dinero de los soviéticos llegaba por tuberías.
Tenia que ser así porque no se explica que 30 años después todo eso haya
desaparecido sin dejar rastro cuando debió dar paso a nuevas y mas excitantes
cosas.
Para solo mencionar algunas cosas al vuelo:
.carreras
de motos. Se hacían en el medio del Vedado, por todo el malecón. Yo no sabía qué hacer , si mirarlas desde el
piso 10 o desde el área de estar en la planta baja. Allí mismo en la esquina se
hacia una de las curvas mas peligrosas hacia una de las rectas mas largas en el
medio de la ciudad. Trajes brillantes, olor a aceite quemado, bólidos que no podían mantener el control y
salían disparados hacia los grandes cuadrados de paja que se ponían al borde la
calle, antes de llegar al contén y que eran colocados en los lugares que mas o menos se calculaba la trayectoria de
una caída.
¡La
televisión a colores! Pequeñito, pero aun lo recuerdo. Siempre se ha dicho que
ya antes del 1959 en Cuba se había ensayado la televisión a colores, pero claro
después se paralizó todo. Y entonces los juegos olímpicos de Montreal y la tv
en colores. Solo en los hoteles y en algunos lugares específicos. Y allí estaba
yo en el verano del 1976 sentadito con mucho tiempo de antelación en la mañana,
en una esquinita del lobby, sobre el piso, porque los asientos eran para los
huéspedes solamente, que en ese momento eran los chilenos refugiados del golpe
de estado de Pinochet. Pero solo duró en el lobby durante los juegos olímpicos,
después lo pasaron para el bar del hotel y el otro que trajeron lo pusieron en
una sala de reuniones en el décimo piso para ciertos momentos en que los
representantes del gobierno se reunían con los chilenos. Creo que lo único que no hacían era ver
televisión juntos, pero en fin, allí estaba.
Mas
adelante regreso a los chilenos.
Otra
cosa fascinante era el bar. Un lugar oscuro, en la planta baja, el único lugar
en Cuba que yo supiera donde había ginger ale, esa bebida ni dulce ni amarga,
que venia en unas botellitas verdes de cristal semi transparentes y que de vez
en cuando el barman me llevaba escondidas en su chaqueta de uniforme. El bar
estaba detrás del restaurante, conectado con él por una puerta dorada grande ,
de corredera; y con el lobby con una puerta mas bien pequeña y ciertamente
estrecha. Me llamaba la atención que los músicos que trabajan en el bar, y que
iban llegando por las tardes tenían que entrar sus instrumentos por el restaurante
porque no cabían por la puerta hacia y desde el lobby.
¡Los
músicos!, que gente tan interesante para los niños, bueno, para mí que era el
único que por mucho tiempo circulaba por cada recoveco del hotel. Mi primer
recuerdo es de solistas, mas bien pianistas y guitarristas. Unas veces me
sentaba en una butaca muy cerca de la puerta del lobby, o a veces a los pies
del cajero en la puerta que comunicaba la cocina con el bar. Me llegaba al
ritmo de los camareros que entraban o salían, o cuando intencionalmente me las
arreglaba para dejar entreabierta la puerta que iba hacia el lobby. Pero
siempre había alguien al que le molestaba ese hilillo de claridad y cerraba la
puerta desde dentro. Quizás en mi casa había un radio en aquellos años, no lo
recuerdo, pero aquello ciertamente era diferente, eran notas que llegaban en
vivo, que tenían un alma, que volaban desde unas manos, rebotaban en las
paredes del bar, chocaban con los espejos y las luces de baja intensidad, se
volvían como locas tratando de buscar la salida para finalmente escapar por las
puertas. Y allí estaba yo en algunas tardes, como dormido pero realmente
atento, tratando de entender por qué aquello me emocionaba tanto.
Y las
cosas se pusieron mejor, pues aquellos intérpretes solitarios un día se
convirtieron en grupos. Para facilitar las cosas y no tener que trasladar los
instrumentos pidieron permiso a los administradores del hotel y ensayaban en mi
reino, es decir, el décimo piso. Cada sábado era una fiesta.
Me movía
en silencio, me sentaba en un rincón, y escuchaba por horas. Al principio me
decepcioné un poco. Se detenían mucho, conversaban de esto y de aquello.
Discutían. Repetían fragmentos una y otra vez, pero con el tiempo les cogí la
vuelta: no había que ir muy temprano, mas bien sobre las tres de la tarde, y
entonces ya todo estaba perfilado, listo para ser lanzado al mundo.
Y allí
en el décimo piso , rodeado de ventanales que daban al cielo azul sobre la
ciudad, al mar, hacia las nubes o la lluvia en dependencia del día, volaba la
música. No me interesaba en realidad ver a los músicos tocando. Solo me ponía
de espaldas a ellos y me quedaba mirando hacia el infinito que entraba desde
los ventanales. Allí estaba el horizonte azul que parecía ser lo máximo a los
que los cubanos estábamos resignados y con permiso para percibir y soñar. Pero
yo viajaba mucho mas lejos, solo que no recordaba nada mas allá de la sensación de haber estado en otros
lugares, nada mas.
Pero
claro, era muy poco el tiempo que tenia para disfrutar de ellos. Entre una cosa
y otra los ensayos se extendían y solo hasta eso de las dos o las tres de la
tarde era que tocaban algunas piezas completas. Ya para esa hora mi mamá estaba
casi terminando de trabajar, y ya saben, después venía esa competencia de las
mujeres cubanas por los últimos rayos del sol de la tarde antes de que el día
se fuera y muy posiblemente llegara la oscuridad mas absoluta por el apagón
casi diario. Y eso era cundo estaba en vacaciones, porque cuando estaba en
clases bueno, solo podía disfrutar de todo ese mundo del hotel los fines de
semana, o mas bien los sábados.
No
obstante era un placer que venia a mi de vez en vez. Porque no solamente era
algo inusual, por decirlo de alguna manera , el poder vera un grupo ensayar y
tocar en vivo, sino aun mas importante lo que tocaban. Era una música
diferente, al menos del grupo que mas recuerdo. Una música de aire suave que
cuando por fin los músicos llegaban a dominarla los hacia cerrar los ojos y
dejarse llevar hacia algún lugar que solo ellos podían decir. Pero supongo que
era muy cerca de donde yo me transportaba en ese momento. Quitecito, muchas
veces con las rodillas recogidas y mi frente apoyada en ellas, tratando de
contener el aliento para ni tan siquiera interferir una nota esa música nos dominaba a todos. Creo
que por aquellos años no era muy bien vista porque muchas veces se habló de
tocarla en la noche y hasta donde recuerdo nunca se pusieron de acuerdo en
hacerlo.
Jazz.
Que
efecto tan increíble provoca esa música. A veces algún músico llegaba temprano
y comenzaba a practicar, a calentar con algunos acordes de jazz. Después
llegaba otro y se le iba sumando al primero, y después otro, y después otro y
así hasta que todos estaban como interpretando un mensaje que solo ellos podían
y sabían leer. A veces era un frenesí. Supongo que mezclaban, improvisaban,
porque se reían, y se preguntaban en voz alta, ‘ ¿¡Cómo hiciste eso!?’ , ‘
¡sígueme si puedes!
Todo eso
duró un tiempo , pero un día ya no vinieron mas. Me resultó muy extraña esa
mañana de sábado que se extendió en solitario. Cada vez que la puerta del
elevador parecía abrirse salía corriendo desde la terraza a saludarlos. Pero
no, no llegaron. Mi mamá me dijo que se comentaba que tocaron una música ‘en
ingles’ fuera de programa y estaban
pendiente de si le autorizaban o no seguir tocando allí. Lo que mas me asombró
fue lo de la música en ingles porque realmente nunca los oí cantar. Además,
había un pianista que tocaba también allí desde hacia muchos años y a mi entender
también tocaba esa música, solo que para piano únicamente. Digo, era claro para
mi que era el mismo tipo de música y nunca le paso nada. Quizás porque era un
ciego y mayor.
En todo
caso llego el silencio nuevamente al décimo piso y tuve que regresar al almacén,
ese espacio entre el departamento de Ama de Llaves en la parte de atrás del
piso diez y el salón de baile en la parte de alante. Ese espacio tenia una
puerta hacia cada lado. En el lado del salón , muy pegados , estaban los
elevadores. Creo que en ese rincón era donde se refugiaban los recuerdos del
hotel, su memoria silenciosa que a veces se manifestaba en ruidos extraños, susurros o risas., y a veces en una tristeza o angustia que se podía respirar.
Yo creo que por eso tantas personas se suicidaron en ese hotel. Te atraían con
una fascinación retro y lograba embargarte de melancolía. Pero no a un chico
que corría tanto y reía por todo.
Recuerdos I: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html
Recuerdos III:
http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html
Recuerdos I: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html
Recuerdos III:
http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html
lunes, 19 de septiembre de 2016
Recuerdos, o un diario malogrado I
El
Vedado es un lugar agradable para vivir. Es decir, es un lugar con muchos
parques y árboles frondosos en las aceras que permiten caminar largos tramos sin fatigarse mucho en los días
de agosto llenos de sol. Ese sol que lastima los ojos, quema la piel y
victimiza a las plantas durante el día. Esos árboles mantienen una temperatura
fresca, y hacen circular una brisa muy agradable durante casi todo el día.
Es un
barrio también donde todo lo que uno necesita está a la mano. Tiendas,
escuelas, hospitales, restaurantes, cines, teatros. Y al ser un barrio donde
vivía la burguesía cubana de las décadas de los 1930’s hasta principios de los 1960’s las
instalaciones de agua, gas y electricidad eran excelentes. Tanto es así que muchos
años después aun vivimos con ellas.
Así que
es muy difícil que alguien se mude del Vedado a no ser que sea de los nuevos
afortunados, o quizá debería decir los nuevos ricos, que tienen la posibilidad
de conseguir algo en las dos únicas zonas similares o quizás superiores al
Vedado: Miramar o el Nuevo Vedado.
Pero por
aquel entonces Miramar parecía un lugar distante, un proyecto que casi se logró
pero que parecía abortado. Tenia casas muy buenas, pero había que tener auto
para llegar y salir. Todo estaba muy distante y para nada podía competir en
infraestructura con el Vedado.
En todo
caso eso cambió con el tiempo, pero antes debieron ocurrir muchas cosas.
Entonces
cuando la gente comenzó a irse del país a principios de la revolución mi padre
logró que le dieran un pequeño apartamento en los confines del Vedado, casi
llegando a Miramar, es decir, en la frontera. A solo unos metros del túnel que despedía
al Vedado y le daba la bienvenida a Miramar.
Quizás
porque fuera muy pequeño , pero lo que recuerdo es una cuadra lúgubre. Era la
época de largos apagones nocturnos y todas las mujeres trabajadoras
literalmente corrían todo el tiempo para aprovecharlo antes de que cayeran las
noches. Noches que inevitablemente serían oscuras y aburridas.
La vida
parece haber cambiado poco en esos niveles básicos, en esos lugares periféricos.
Todavía un farol en la calle, quizás dos. Siempre que hay crisis de algún tipo
son los lugares donde hay apagones, donde quitan el agua, donde hay recortes de
gas. Parecen mas bien pueblecito de campo insertados en la capital por algún
azar del destino. Aun recuerdo que la única vez que los edificios fueron
pintados fue en el 1978, siendo yo muy pequeño, cuando se fue a celebrar en La Habana el festival de la
juventud y los estudiantes. Y al igual que en otros tantos barrios se demoraron
tanto tiempo que cuando llegaron a la cuadra ya el festival comenzaba y dejaron
los edificios a medio pintar. Aun hoy , si se va por allí se puede notar. Es
decir, que nunca después del 1959 esos edificios fueron pintados hasta el 1978.
20 años. Y se quedaron inconclusos, sin pintura, sin mantenimiento hasta ahora,
casi 35 años mas.
Realmente
me siento afortunado de haber escapado de allí.
Aun cuando todo esto no lo pensara en aquellos años, y esa era la vida
“normal” para casi todos. De cualquier modo teníamos un auto que nos permitía
escapar a otros lugares los fines de semana y las vacaciones. Eso fue algo
importante y creo que mi espíritu sobrevivió intacto por ese y otros dos o tres
azares.
Dos de
ellos fueron importantes. Uno es que mi mamá trabajaba en un hotel, que aun
cuando estaba en el Vedado estaba bastante céntrico. El hotel Presidente, y
como consecuencia de esto fui a una escuela muy cercana al hotel, es decir,
lejos de donde vivía y sobre todo era el único chico que pasaba la mayor parte
del día fuera de la cuadra
El hotel
Presidente fue esplendoroso. Cuando yo lo conocí solo quedaban en él fantasmas
del pasado y sus pertenencias. Todo el lobby, la terraza del 10mo piso, y muchas
de las habitaciones tenían cubiertas sus paredes hasta un metro y cincuenta
centímetros con azulejos sevillanos. Todos los muebles eran de caoba, cedro y
ébano. Sus ascensores eran de puertas de rejillas y con maniguetas de madera. Era
muy divertido manejarlos. Había que calcular por la cantidad de personas que
estaban en esos momentos en el elevador para así quedara el nivel del piso en
el que se paraba con el del elevador mismo, sino la puerta principal no se abría. Cuando no se tenia practica era
un sube y baja hasta quedar bien alineado. Recuerdo que había una ascensorista
que cuando le sucedía eso comenzaba a
reírse nerviosamente y mientras mas se reía menos atinaba a poner bien el
condenado elevador y de paso su risa era contagiosa y aquello terminaba en una
risotada colectiva hasta que algún huésped perdía la paciencia y comenzaba,
primero solo a quejarse entrecortadamente
y después gritándole a la ascensorista que parase de jugar. En fin, que
había que ser ascensorista de precisión.
A esa
ascensorista la pasaron después al ascensor de carga y por la mismas razones
terminó despachando los tickets de almuerzo y merienda de los empleados,
cobrando el sindicato, marcando las tarjetas de entrada y salida mientras se
tuvo un reloj y cuando ese se rompió entonces el libro de asistencia.
Sí, eran
los tiempos en que no se despedía a
nadie de los trabajos.
A mi me
encantaba manejar esos elevadores. Eran dos. Y en los días en que no habían
muchos huéspedes se dejaba funcionando solo uno y a veces me dejaban “ayudar”
subiendo y bajando el servicio a las habitaciones. Esos momentos siempre
fueron especiales. Me sentía un poco como el maquinista de un tren antiguo,
pero también me sentía como si subiera y bajara por niveles de vida y muerte.
Allí, en
esos cajones de diez pisos de los antiguos coincidían todos los ruidos del
hotel. Una conversación en el piso 2 sonaba como un susurro fantasmagórico,
casi inteligible en el piso 8 o mas alto. Una risa unos pisos mas abajo o mas
arriba podía llegar como llanto desesperado.
Un suspiro como un gemido. Unas pisadas leves como pasos justo detrás de
nuestras espaldas. Porque claro, eran elevadores de dos puertas, es decir, dos
paredes y esas dos puertas en el décimo piso se abrían por los dos lados.
Como a
mi nunca me echaron miedo con fantasmas esos ruidos nunca me inquietaron en
demasía. Pero con los empleados era otra cosa. Distaban mucho los empleados de
servicio de aquellos años de tener buen nivel educacional. Cuba se había
cerrado al mundo , por lo menos al mundo capitalista y los hoteles no demandan
mucho de sus empleados. Nada de idiomas, ni de tener al mas de 12 grado. Así que
la ignorancia y la superstición abundaban mucho por aquellos años.
Eran
buenas personas, pero al mismo tiempo muy crédulas y temerosas del mundo no
visible. Es curioso cuando miro atrás y recuerdo a esas personas.
Hoy en día nos asustamos de los agujeros
negros, de los cometas de hielo, de la capa de ozono, de las crisis económicas,
de perder el empleo. Por aquellos años los miedos fueron por décadas. Quizá uno
o dos cada diez años: las invasiones yanquis, las crisis de los misiles, las
epidemias contra el tabaco y los cerdos, la guerra en Angola , la guerra en
Centroamérica, estas dos ultimas porque era la primera vez en la historia de
Cuba que sus hijos eran enviados en masa a luchar, morir, sufrir y muchos nunca
regresar desde tierras lejanas.
Lejos de casa
casi todo el día y casi todos los días mi mundo era diferente , al menos en
apariencia, al resto de los chicos de mi cuadra. Y todo gracias a ese hotel.
Hotel Presidente, uno de esos dias en que el mar unido' muchas cuadras |
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