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martes, 20 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado III

Durante muchos años toda la vida del piso 10 acababa a las cuatro y media cuando se cerraban las puertas del departamento de ama de llaves y las camareras bajaban esos diez pisos para irse a casa.
Todo un piso del largo y ancho del hotel quedaba vacío cada noche. E incluso por el día solo un tercio era utilizado, y a veces ni eso.

Ventanales y ventanales , entre veinte y veinticinco , mayormente de dos hojas que se abrían unos hacia la ciudad y otros hacia el mar. Otros solo dejaban pasar la luz pues eran de un cristal opaco que en el medio tenia como unos entramado de alambre en forma de colmena que supongo era para en caso de huracanes y posible rotura no se rompiera en mil pedazos que volarían desde una altura increíble como proyectiles sobre la ciudad y caerían sobre las casas vecinas, sus patios, las aceras. Es un edificio de diez pisos que equivaldrían a veinte de los de hoy en día.
En todo ese paraíso de luz y olor a mar , pues el hotel se encuentra a solo dos cuadras del océano y sin obstáculos entre ellos, había un área que siempre estaba oscura y cerrada. Yo le decía el almacén, aunque en verdad no lo era desde el punto de vista del trabajo del hotel en si mismo.
Así que una vez despachado el día comenzaba la magia.
Es decir, las camareras para sus pisos con sus enormes bultos de ropa limpia: sabanas, fundas y toallas  impregnando de olor a nuevo y limpio los elevadores.  Los reportes de habitaciones entregados para poner en pequeñas casillas y mediante números la historia de la noche en cada habitación, en cada piso. Las supervisoras ya buscando los errores de alguna camarera descuidada y ellas mismas tratando de escapar del calor o el frío del día refugiándose en una limonada o un té tempranero en la cocina, donde estaba El guajiro, un cocinero tosco y vulgar, pero con un cuerpo que valía la pena admirar a través de su uniforme blanco como la masa del coco.
Entonces el décimo piso quedaba con solo dos empleadas: el Ama de Llaves y la encargada de la ropería. Y yo. Y los ruidos que solo se podían percibir en el silencio de las alturas.
Durante años ese silencio estuvo interrumpido algunas veces por personajes, o personas que no sabia decir si eran reales o no. Es decir, entraban poco tiempo, hacían algo por allí y se marchaban como habían llegado, desde la nada. Quizás con muchos de esos personajes sucedió como con la lámpara de la historia infantil, cuando uno frotaba alguno de los objetos que pertenecieron a ellos entonces de alguna manera alguien nuevo para mi, pero en cierta forma siempre presente en el hotel se hacia visible e interactuaba quizás por ultima vez con alguien de este mundo, de esta época.
Y es que era muy difícil ignorar todos esos tesoros tirados en el almacén del piso 10. Allí se habían puesto y cada año aumentaban las pertenencias de todos aquellos que habían fallecido en el hotel, o que se habían marchado y dejaban muchas pertenencias detrás sin decir si algún día retornarían por ellas. Y también había muchas cosas del hotel, los recuerdos de un  lujo ya ido para siempre.
Vajillas de porcelana holandesa, con amplios platos llanos y hondos tan blancos que incluso en la semi oscuridad de aquel lugar cuyas ventanas estaban permanentemente cerradas le daban la bienvenida alegremente a cualquier rayo de luz, natural o artificial y respondían con un destello puro, aunque breve. Algunas de ellas tenían paisajes de mar todo en azul y todas tenían un número en el la parte del fondo que se ponía sobre la mesa. Siempre me pregunté como es que los empleados y empleadas no se llevaban esos platos en una época en que ya faltaban en Cuba tantas cosas de las tiendas, para no decir vajillas, ni tan siquiera habían platos. Ya la mayoría de las casa tenían solo los platos exactos de acuerdo a la cantidad de miembros de la familia y se trataban con mucho cuidado para que no se rompieran. Vendrían tiempos peores en que serían sustituidos por platos plásticos. Pero supongo que la carga de honestidad era bien fuerte y en general la gente no tocaba lo que no les pertenecía.
Pero se acercaba una época cuando todo esto cambiaria.
Entonces era difícil escarbar entre tanta losa pesada, cajas y cajas que iba moviendo poco a poco, para que no se dieran cuenta de que yo exploraba y buscaba un posible tesoro.
Aprovechaba cualquier resquicio, cualquier espacio entre caja y caja y metía mi mano de niño de 7 años y sacaba siempre algo interesante. Ajeno por entonces  a palabras como diamante, diadema, perla, terciopelo, satín, rubí, brazalete , tiara,  las cosas eran solo bonitas o feas, brillantes, doradas y plateadas.

Así que poco a poco  se iba formando en mi mente un mejor cuadro del ambiente de ese hotel. Ese hotel que fue construido para una gente muy diferente a la que me rodeaba, no solo por el tiempo, sino también por muchas otras cosas. Sus pertenencias me remitían  a una época en que el hotel estaba lleno d personas elegantes, que comían con cubiertos de plata y en porcelana holandesa sobre manteles de hilo. Sus muebles eran de caoba y ébano, sus amplios baños estaban cubiertos de azulejos blancos como la luna en primavera y que venían de tierras distantes. En el bar del hotel escuchaban de seguro esa música que muchos años después estaría prohibida no solo allí mismo sino en toda Cuba.  Y aunque como alguna gente dice el pecado siempre ha existido de seguro las relaciones entre los seres humanos eran menos directas. Habían otras prohibiciones y otras maneras de escabullirse entre las reglas y la moralidad de aquel momento.
Aquellos pasillos largos y luminosos en la época del socialismo por la falta de cortinajes fueron de seguro atemperados  y mas reservados en las primeras décadas del siglo. Las alfombras no permitían que el taconeo de los zapatos de una mujer infiel o liberada de las ataduras la denunciara en su camino al elevador o de allí a la habitación.
Todavía habían restos de pétalos de flores secos en algún que otro jarrón que en cada habitación estaba sobre la mesita que siempre frente a la ventana permitía llenar el aire con aroma de rosas o violetas, o una mezcla de ellos al entrar el aire e impulsarlo hacia adentro. Siempre se prefería eso a los aun toscos y fuertes aromas químicos que olían a pino. Los búcaros que más me gustaban eran los de un cristal verde y transparente. Brillan particularmente en la penumbra, dándole un aire esmeralda a la habitación. Los había altos y esbeltos que supongo por los golpes de viento y lo delicado de su porte solo quedaban dos en aquel almacén oscuro, y los había mas bajos que siempre me parecían como sombreros de ala ancha puestos al revés. De esos había 3 tamaños, medianos, pequeños y grandes. Para pétalos de flores y bombones, para las esencias y pequeños jabones, y para arreglos florales o memorabilia.

Aun recuerdo, cuando ya tenia unos 15 años,  y ya era hora de cerrar el hotel para una reparación total, que el administrador socialista le daba a los trabajadores la posibilidad de llevarse los restos de aquella época que aun quedaban en el hotel porque los consideraba sin valor. Fue como un zafarrancho y toda aquella gente con ya mas de 20 años de necesidades y hogares escasamente montados la emprendieron a martillazos sobre los azulejos de los baños y los pasillos, arrancaban de las paredes adornos de porcelana que se desmoronaban en aquellas manos que para nada comprendían la delicadeza de aquellas piezas que fueron hechas y transportadas con cuidados esmerados para deleitar los sentidos de personas que debían sentirse como en casa, e incluso lograr que convirtieran el hotel en su casa y no se fueran en mucho tiempo. . .o nunca mas.
Aquellos trabajadores de los servicios que ya no eran escogidos por un Ama de Llaves exigente, ni tenían que presentar una hoja de servicio o una recomendación de empleadores anteriores sino mas bien estaban en la escala mas baja del socialismo de los 1980’s se abalanzaban sobre lo que era mas importante para ellos: azulejos, piezas de los baños, herrajes, picaportes de puertas hechos de cristal, espejos enormes que había en cada puerta de cada closet de cada habitación. Y en esa locura de trabajadores recorriendo piso tras piso, desmantelando en un fin de semana el trabajo de años de cientos o quizás miles de hombres y mujeres  iban destrozando los detalles que hacían del hotel un lugar especial aun tantos años después y el abandono de un sistema que quería ignorar y denigrar al mundo burgués de antaño.
Entré en una de las pocas habitaciones que había estado cerrada y solo atiné a tomar entre mis brazos los tres búcaros verdes, uno dentro del otro encajaban perfectamente, y apartarme a una esquina de la habitación cerca de la puerta. Pegado a la pared, para no ser atropellado, iba acercándome a la puerta y cuando ya estaba a un paso sentí una mirada posándose sobre mí. Sonriendo de manera condescendiente me pasó su brazo sobre los hombros y me llevó hasta el pasillo. “Llévatelos, no te preocupes, y esto también” me dijo mientras arrancaba un picaporte color lila.
Mi mirada le hizo mil preguntas , e inclinándose me respondió mis mil porqués: ‘ si esto te parece horrible, es preferible que sea así. Me costó mucho lograr que le dieran a los trabajadores esta posibilidad. Las bestias de la demolición de interiores llegaran en unos días. De todos modos es bueno saber que alguien tendrá una cosa linda en una casa (dijo esto mirando los búcaros entre mis brazos), o tendrán un baño azulejado, o podrán hacer sus necesidades en una taza decente sin peligro de rajarse de arriba abajo’ 

Recuerdos I:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html


Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html



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Recuerdos, o un diario malogrado II

Cada mes, cada año , habían cosas nuevas e increíbles para un chico. Eran los tiempos en que seguramente el dinero de los soviéticos llegaba por tuberías. Tenia que ser así porque no se explica que 30 años después todo eso haya desaparecido sin dejar rastro cuando debió dar paso a nuevas y mas excitantes cosas.
 Para solo mencionar algunas cosas al vuelo:

.carreras de motos. Se hacían en el medio del Vedado, por todo el malecón.  Yo no sabía qué hacer , si mirarlas desde el piso 10 o desde el área de estar en la planta baja. Allí mismo en la esquina se hacia una de las curvas mas peligrosas hacia una de las rectas mas largas en el medio de la ciudad. Trajes brillantes, olor a aceite quemado,  bólidos que no podían mantener el control y salían disparados hacia los grandes cuadrados de paja que se ponían al borde la calle, antes de llegar al contén y que eran colocados en los lugares que  mas o menos se calculaba la trayectoria de una caída. 
¡La televisión a colores! Pequeñito, pero aun lo recuerdo. Siempre se ha dicho que ya antes del 1959 en Cuba se había ensayado la televisión a colores, pero claro después se paralizó todo. Y entonces los juegos olímpicos de Montreal y la tv en colores. Solo en los hoteles y en algunos lugares específicos. Y allí estaba yo en el verano del 1976 sentadito con mucho tiempo de antelación en la mañana, en una esquinita del lobby, sobre el piso, porque los asientos eran para los huéspedes solamente, que en ese momento eran los chilenos refugiados del golpe de estado de Pinochet. Pero solo duró en el lobby durante los juegos olímpicos, después lo pasaron para el bar del hotel y el otro que trajeron lo pusieron en una sala de reuniones en el décimo piso para ciertos momentos en que los representantes del gobierno se reunían con los chilenos.  Creo que lo único que no hacían era ver televisión juntos, pero en fin, allí estaba.

Mas adelante regreso a los chilenos.

Otra cosa fascinante era el bar. Un lugar oscuro, en la planta baja, el único lugar en Cuba que yo supiera donde había ginger ale, esa bebida ni dulce ni amarga, que venia en unas botellitas verdes de cristal semi transparentes y que de vez en cuando el barman me llevaba escondidas en su chaqueta de uniforme. El bar estaba detrás del restaurante, conectado con él por una puerta dorada grande , de corredera; y con el lobby con una puerta mas bien pequeña y ciertamente estrecha. Me llamaba la atención que los músicos que trabajan en el bar, y que iban llegando por las tardes tenían que entrar sus instrumentos por el restaurante porque no cabían por la puerta hacia y desde el lobby.

¡Los músicos!, que gente tan interesante para los niños, bueno, para mí que era el único que por mucho tiempo circulaba por cada recoveco del hotel. Mi primer recuerdo es de solistas, mas bien pianistas y guitarristas. Unas veces me sentaba en una butaca muy cerca de la puerta del lobby, o a veces a los pies del cajero en la puerta que comunicaba la cocina con el bar. Me llegaba al ritmo de los camareros que entraban o salían, o cuando intencionalmente me las arreglaba para dejar entreabierta la puerta que iba hacia el lobby. Pero siempre había alguien al que le molestaba ese hilillo de claridad y cerraba la puerta desde dentro. Quizás en mi casa había un radio en aquellos años, no lo recuerdo, pero aquello ciertamente era diferente, eran notas que llegaban en vivo, que tenían un alma, que volaban desde unas manos, rebotaban en las paredes del bar, chocaban con los espejos y las luces de baja intensidad, se volvían como locas tratando de buscar la salida para finalmente escapar por las puertas. Y allí estaba yo en algunas tardes, como dormido pero realmente atento, tratando de entender por qué aquello me emocionaba tanto.

Y las cosas se pusieron mejor, pues aquellos intérpretes solitarios un día se convirtieron en grupos. Para facilitar las cosas y no tener que trasladar los instrumentos pidieron permiso a los administradores del hotel y ensayaban en mi reino, es decir, el décimo piso. Cada sábado era una fiesta.
Me movía en silencio, me sentaba en un rincón, y escuchaba por horas. Al principio me decepcioné un poco. Se detenían mucho, conversaban de esto y de aquello. Discutían. Repetían fragmentos una y otra vez, pero con el tiempo les cogí la vuelta: no había que ir muy temprano, mas bien sobre las tres de la tarde, y entonces ya todo estaba perfilado, listo para ser lanzado al mundo.

Y allí en el décimo piso , rodeado de ventanales que daban al cielo azul sobre la ciudad, al mar, hacia las nubes o la lluvia en dependencia del día, volaba la música. No me interesaba en realidad ver a los músicos tocando. Solo me ponía de espaldas a ellos y me quedaba mirando hacia el infinito que entraba desde los ventanales. Allí estaba el horizonte azul que parecía ser lo máximo a los que los cubanos estábamos resignados y con permiso para percibir y soñar. Pero yo viajaba mucho mas lejos, solo que no recordaba nada  mas allá de la sensación de haber estado en otros lugares,  nada mas. 


Pero claro, era muy poco el tiempo que tenia para disfrutar de ellos. Entre una cosa y otra los ensayos se extendían y solo hasta eso de las dos o las tres de la tarde era que tocaban algunas piezas completas. Ya para esa hora mi mamá estaba casi terminando de trabajar, y ya saben, después venía esa competencia de las mujeres cubanas por los últimos rayos del sol de la tarde antes de que el día se fuera y muy posiblemente llegara la oscuridad mas absoluta por el apagón casi diario. Y eso era cundo estaba en vacaciones, porque cuando estaba en clases bueno, solo podía disfrutar de todo ese mundo del hotel los fines de semana, o mas bien los sábados.

No obstante era un placer que venia a mi de vez en vez. Porque no solamente era algo inusual, por decirlo de alguna manera , el poder vera un grupo ensayar y tocar en vivo, sino aun mas importante lo que tocaban. Era una música diferente, al menos del grupo que mas recuerdo. Una música de aire suave que cuando por fin los músicos llegaban a dominarla los hacia cerrar los ojos y dejarse llevar hacia algún lugar que solo ellos podían decir. Pero supongo que era muy cerca de donde yo me transportaba en ese momento. Quitecito, muchas veces con las rodillas recogidas y mi frente apoyada en ellas, tratando de contener el aliento para ni tan siquiera interferir  una nota esa música nos dominaba a todos. Creo que por aquellos años no era muy bien vista porque muchas veces se habló de tocarla en la noche y hasta donde recuerdo nunca se pusieron de acuerdo en hacerlo.

Jazz.
Que efecto tan increíble provoca esa música. A veces algún músico llegaba temprano y comenzaba a practicar, a calentar con algunos acordes de jazz. Después llegaba otro y se le iba sumando al primero, y después otro, y después otro y así hasta que todos estaban como interpretando un mensaje que solo ellos podían y sabían leer. A veces era un frenesí. Supongo que mezclaban, improvisaban, porque se reían, y se preguntaban en voz alta, ‘ ¿¡Cómo hiciste eso!?’ , ‘ ¡sígueme si puedes!
Todo eso duró un tiempo , pero un día ya no vinieron mas. Me resultó muy extraña esa mañana de sábado que se extendió en solitario. Cada vez que la puerta del elevador parecía abrirse salía corriendo desde la terraza a saludarlos. Pero no, no llegaron. Mi mamá me dijo que se comentaba que tocaron una música ‘en ingles’  fuera de programa y estaban pendiente de si le autorizaban o no seguir tocando allí. Lo que mas me asombró fue lo de la música en ingles porque realmente nunca los oí cantar. Además, había un pianista que tocaba también allí desde hacia muchos años y a mi entender también tocaba esa música, solo que para piano únicamente. Digo, era claro para mi que era el mismo tipo de música y nunca le paso nada. Quizás porque era un ciego y mayor.

En todo caso llego el silencio nuevamente al décimo piso y tuve que regresar al almacén, ese espacio entre el departamento de Ama de Llaves en la parte de atrás del piso diez y el salón de baile en la parte de alante. Ese espacio tenia una puerta hacia cada lado. En el lado del salón , muy pegados , estaban los elevadores. Creo que en ese rincón era donde se refugiaban los recuerdos del hotel, su memoria silenciosa que a veces se manifestaba en ruidos extraños, susurros o risas., y a veces en una tristeza o angustia que se podía respirar. Yo creo que por eso tantas personas se suicidaron en ese hotel. Te atraían con una fascinación retro y lograba embargarte de melancolía. Pero no a un chico que corría tanto y reía por todo.

Recuerdos I: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html

Recuerdos III: 
http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html

lunes, 19 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado I

El Vedado es un lugar agradable para vivir. Es decir, es un lugar con muchos parques y árboles frondosos en las aceras que permiten caminar  largos tramos sin fatigarse mucho en los días de agosto llenos de sol. Ese sol que lastima los ojos, quema la piel y victimiza a las plantas durante el día. Esos árboles mantienen una temperatura fresca, y hacen circular una brisa muy agradable durante casi todo el día.
Es un barrio también donde todo lo que uno necesita está a la mano. Tiendas, escuelas, hospitales, restaurantes, cines, teatros. Y al ser un barrio donde vivía la burguesía cubana de las décadas de los 1930’s  hasta principios de los 1960’s las instalaciones de agua, gas y electricidad eran excelentes. Tanto es así que muchos años después aun vivimos con ellas.
Así que es muy difícil que alguien se mude del Vedado a no ser que sea de los nuevos afortunados, o quizá debería decir los nuevos ricos, que tienen la posibilidad de conseguir algo en las dos únicas zonas similares o quizás superiores al Vedado: Miramar o el Nuevo Vedado.
Pero por aquel entonces Miramar parecía un lugar distante, un proyecto que casi se logró pero que parecía abortado. Tenia casas muy buenas, pero había que tener auto para llegar y salir. Todo estaba muy distante y para nada podía competir en infraestructura con el Vedado.
En todo caso eso cambió con el tiempo, pero antes debieron ocurrir muchas cosas.
Entonces cuando la gente comenzó a irse del país a principios de la revolución mi padre logró que le dieran un pequeño apartamento en los confines del Vedado, casi llegando a Miramar, es decir, en la frontera. A solo unos metros del túnel que despedía al Vedado y le daba la bienvenida a Miramar.
Quizás porque fuera muy pequeño , pero lo que recuerdo es una cuadra lúgubre. Era la época de largos apagones nocturnos y todas las mujeres trabajadoras literalmente corrían todo el tiempo para aprovecharlo antes de que cayeran las noches. Noches que inevitablemente serían oscuras y aburridas.
La vida parece haber cambiado poco en esos niveles básicos, en esos lugares periféricos. Todavía un farol en la calle, quizás dos. Siempre que hay crisis de algún tipo son los lugares donde hay apagones, donde quitan el agua, donde hay recortes de gas. Parecen mas bien pueblecito de campo insertados en la capital por algún azar del destino. Aun recuerdo que la única vez que los edificios fueron pintados fue en el 1978, siendo yo muy pequeño, cuando se fue a celebrar en La Habana el festival de la juventud y los estudiantes. Y al igual que en otros tantos barrios se demoraron tanto tiempo que cuando llegaron a la cuadra ya el festival comenzaba y dejaron los edificios a medio pintar. Aun hoy , si se va por allí se puede notar. Es decir, que nunca después del 1959 esos edificios fueron pintados hasta el 1978. 20 años. Y se quedaron inconclusos, sin pintura, sin mantenimiento hasta ahora, casi 35 años mas.
Realmente me siento afortunado de haber escapado de allí.  Aun cuando todo esto no lo pensara en aquellos años, y esa era la vida “normal” para casi todos. De cualquier modo teníamos un auto que nos permitía escapar a otros lugares los fines de semana y las vacaciones. Eso fue algo importante y creo que mi espíritu sobrevivió intacto por ese y otros dos o tres azares.

Dos de ellos fueron importantes. Uno es que mi mamá trabajaba en un hotel, que aun cuando estaba en el Vedado estaba bastante céntrico. El hotel Presidente, y como consecuencia de esto fui a una escuela muy cercana al hotel, es decir, lejos de donde vivía y sobre todo era el único chico que pasaba la mayor parte del día fuera de la cuadra 
El hotel Presidente fue esplendoroso. Cuando yo lo conocí solo quedaban en él fantasmas del pasado y sus pertenencias. Todo el lobby, la terraza del 10mo  piso, y muchas de las habitaciones tenían cubiertas sus paredes hasta un metro y cincuenta centímetros con azulejos sevillanos. Todos los muebles eran de caoba, cedro y ébano. Sus ascensores eran de puertas de rejillas y con maniguetas de madera. Era muy divertido manejarlos. Había que calcular por la cantidad de personas que estaban en esos momentos en el elevador para así quedara el nivel del piso en el que se paraba con el del elevador mismo, sino la puerta principal  no se abría. Cuando no se tenia practica era un sube y baja hasta quedar bien alineado. Recuerdo que había una ascensorista que cuando le sucedía  eso comenzaba a reírse nerviosamente y mientras mas se reía menos atinaba a poner bien el condenado elevador y de paso su risa era contagiosa y aquello terminaba en una risotada colectiva hasta que algún huésped perdía la paciencia y comenzaba, primero solo a quejarse entrecortadamente  y después gritándole a la ascensorista que parase de jugar. En fin, que había que ser ascensorista de precisión.
A esa ascensorista la pasaron después al ascensor de carga y por la mismas razones terminó despachando los tickets de almuerzo y merienda de los empleados, cobrando el sindicato, marcando las tarjetas de entrada y salida mientras se tuvo un reloj y cuando ese se rompió entonces el libro de asistencia.
Sí, eran los tiempos en que  no se despedía a nadie de los trabajos.
A mi me encantaba manejar esos elevadores. Eran dos. Y en los días en que no habían muchos huéspedes se dejaba funcionando solo uno y a veces me dejaban  “ayudar”  subiendo y bajando el servicio a las habitaciones. Esos momentos siempre fueron especiales. Me sentía un poco como el maquinista de un tren antiguo, pero también me sentía como si subiera y bajara por niveles de vida y muerte.
Allí, en esos cajones de diez pisos de los antiguos coincidían todos los ruidos del hotel. Una conversación en el piso 2 sonaba como un susurro fantasmagórico, casi inteligible en el piso 8 o mas alto. Una risa unos pisos mas abajo o mas arriba podía llegar como llanto desesperado.  Un suspiro como un gemido. Unas pisadas leves como pasos justo detrás de nuestras espaldas. Porque claro, eran elevadores de dos puertas, es decir, dos paredes y esas dos puertas en el décimo piso se abrían por los dos lados.
Como a mi nunca me echaron miedo con fantasmas esos ruidos nunca me inquietaron en demasía. Pero con los empleados era otra cosa. Distaban mucho los empleados de servicio de aquellos años de tener buen nivel educacional. Cuba se había cerrado al mundo , por lo menos al mundo capitalista y los hoteles no demandan mucho de sus empleados. Nada de idiomas, ni de tener al mas de  12 grado. Así que la ignorancia y la superstición abundaban mucho por aquellos años.
Eran buenas personas, pero al mismo tiempo muy crédulas y temerosas del mundo no visible. Es curioso cuando miro atrás y recuerdo a esas personas.
 Hoy en día nos asustamos de los agujeros negros, de los cometas de hielo, de la capa de ozono, de las crisis económicas, de perder el empleo. Por aquellos años los miedos fueron por décadas. Quizá uno o dos cada diez años: las invasiones yanquis, las crisis de los misiles, las epidemias contra el tabaco y los cerdos, la guerra en Angola , la guerra en Centroamérica, estas dos ultimas porque era la primera vez en la historia de Cuba que sus hijos eran enviados en masa a luchar, morir, sufrir y muchos nunca regresar desde tierras lejanas.
Lejos de casa casi todo el día y casi todos los días mi mundo era diferente , al menos en apariencia, al resto de los chicos de mi cuadra. Y todo gracias a ese hotel. 

Hotel Presidente, uno de esos dias en que el mar unido' muchas cuadras

Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html


Recuerdos III: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html