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martes, 20 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado III

Durante muchos años toda la vida del piso 10 acababa a las cuatro y media cuando se cerraban las puertas del departamento de ama de llaves y las camareras bajaban esos diez pisos para irse a casa.
Todo un piso del largo y ancho del hotel quedaba vacío cada noche. E incluso por el día solo un tercio era utilizado, y a veces ni eso.

Ventanales y ventanales , entre veinte y veinticinco , mayormente de dos hojas que se abrían unos hacia la ciudad y otros hacia el mar. Otros solo dejaban pasar la luz pues eran de un cristal opaco que en el medio tenia como unos entramado de alambre en forma de colmena que supongo era para en caso de huracanes y posible rotura no se rompiera en mil pedazos que volarían desde una altura increíble como proyectiles sobre la ciudad y caerían sobre las casas vecinas, sus patios, las aceras. Es un edificio de diez pisos que equivaldrían a veinte de los de hoy en día.
En todo ese paraíso de luz y olor a mar , pues el hotel se encuentra a solo dos cuadras del océano y sin obstáculos entre ellos, había un área que siempre estaba oscura y cerrada. Yo le decía el almacén, aunque en verdad no lo era desde el punto de vista del trabajo del hotel en si mismo.
Así que una vez despachado el día comenzaba la magia.
Es decir, las camareras para sus pisos con sus enormes bultos de ropa limpia: sabanas, fundas y toallas  impregnando de olor a nuevo y limpio los elevadores.  Los reportes de habitaciones entregados para poner en pequeñas casillas y mediante números la historia de la noche en cada habitación, en cada piso. Las supervisoras ya buscando los errores de alguna camarera descuidada y ellas mismas tratando de escapar del calor o el frío del día refugiándose en una limonada o un té tempranero en la cocina, donde estaba El guajiro, un cocinero tosco y vulgar, pero con un cuerpo que valía la pena admirar a través de su uniforme blanco como la masa del coco.
Entonces el décimo piso quedaba con solo dos empleadas: el Ama de Llaves y la encargada de la ropería. Y yo. Y los ruidos que solo se podían percibir en el silencio de las alturas.
Durante años ese silencio estuvo interrumpido algunas veces por personajes, o personas que no sabia decir si eran reales o no. Es decir, entraban poco tiempo, hacían algo por allí y se marchaban como habían llegado, desde la nada. Quizás con muchos de esos personajes sucedió como con la lámpara de la historia infantil, cuando uno frotaba alguno de los objetos que pertenecieron a ellos entonces de alguna manera alguien nuevo para mi, pero en cierta forma siempre presente en el hotel se hacia visible e interactuaba quizás por ultima vez con alguien de este mundo, de esta época.
Y es que era muy difícil ignorar todos esos tesoros tirados en el almacén del piso 10. Allí se habían puesto y cada año aumentaban las pertenencias de todos aquellos que habían fallecido en el hotel, o que se habían marchado y dejaban muchas pertenencias detrás sin decir si algún día retornarían por ellas. Y también había muchas cosas del hotel, los recuerdos de un  lujo ya ido para siempre.
Vajillas de porcelana holandesa, con amplios platos llanos y hondos tan blancos que incluso en la semi oscuridad de aquel lugar cuyas ventanas estaban permanentemente cerradas le daban la bienvenida alegremente a cualquier rayo de luz, natural o artificial y respondían con un destello puro, aunque breve. Algunas de ellas tenían paisajes de mar todo en azul y todas tenían un número en el la parte del fondo que se ponía sobre la mesa. Siempre me pregunté como es que los empleados y empleadas no se llevaban esos platos en una época en que ya faltaban en Cuba tantas cosas de las tiendas, para no decir vajillas, ni tan siquiera habían platos. Ya la mayoría de las casa tenían solo los platos exactos de acuerdo a la cantidad de miembros de la familia y se trataban con mucho cuidado para que no se rompieran. Vendrían tiempos peores en que serían sustituidos por platos plásticos. Pero supongo que la carga de honestidad era bien fuerte y en general la gente no tocaba lo que no les pertenecía.
Pero se acercaba una época cuando todo esto cambiaria.
Entonces era difícil escarbar entre tanta losa pesada, cajas y cajas que iba moviendo poco a poco, para que no se dieran cuenta de que yo exploraba y buscaba un posible tesoro.
Aprovechaba cualquier resquicio, cualquier espacio entre caja y caja y metía mi mano de niño de 7 años y sacaba siempre algo interesante. Ajeno por entonces  a palabras como diamante, diadema, perla, terciopelo, satín, rubí, brazalete , tiara,  las cosas eran solo bonitas o feas, brillantes, doradas y plateadas.

Así que poco a poco  se iba formando en mi mente un mejor cuadro del ambiente de ese hotel. Ese hotel que fue construido para una gente muy diferente a la que me rodeaba, no solo por el tiempo, sino también por muchas otras cosas. Sus pertenencias me remitían  a una época en que el hotel estaba lleno d personas elegantes, que comían con cubiertos de plata y en porcelana holandesa sobre manteles de hilo. Sus muebles eran de caoba y ébano, sus amplios baños estaban cubiertos de azulejos blancos como la luna en primavera y que venían de tierras distantes. En el bar del hotel escuchaban de seguro esa música que muchos años después estaría prohibida no solo allí mismo sino en toda Cuba.  Y aunque como alguna gente dice el pecado siempre ha existido de seguro las relaciones entre los seres humanos eran menos directas. Habían otras prohibiciones y otras maneras de escabullirse entre las reglas y la moralidad de aquel momento.
Aquellos pasillos largos y luminosos en la época del socialismo por la falta de cortinajes fueron de seguro atemperados  y mas reservados en las primeras décadas del siglo. Las alfombras no permitían que el taconeo de los zapatos de una mujer infiel o liberada de las ataduras la denunciara en su camino al elevador o de allí a la habitación.
Todavía habían restos de pétalos de flores secos en algún que otro jarrón que en cada habitación estaba sobre la mesita que siempre frente a la ventana permitía llenar el aire con aroma de rosas o violetas, o una mezcla de ellos al entrar el aire e impulsarlo hacia adentro. Siempre se prefería eso a los aun toscos y fuertes aromas químicos que olían a pino. Los búcaros que más me gustaban eran los de un cristal verde y transparente. Brillan particularmente en la penumbra, dándole un aire esmeralda a la habitación. Los había altos y esbeltos que supongo por los golpes de viento y lo delicado de su porte solo quedaban dos en aquel almacén oscuro, y los había mas bajos que siempre me parecían como sombreros de ala ancha puestos al revés. De esos había 3 tamaños, medianos, pequeños y grandes. Para pétalos de flores y bombones, para las esencias y pequeños jabones, y para arreglos florales o memorabilia.

Aun recuerdo, cuando ya tenia unos 15 años,  y ya era hora de cerrar el hotel para una reparación total, que el administrador socialista le daba a los trabajadores la posibilidad de llevarse los restos de aquella época que aun quedaban en el hotel porque los consideraba sin valor. Fue como un zafarrancho y toda aquella gente con ya mas de 20 años de necesidades y hogares escasamente montados la emprendieron a martillazos sobre los azulejos de los baños y los pasillos, arrancaban de las paredes adornos de porcelana que se desmoronaban en aquellas manos que para nada comprendían la delicadeza de aquellas piezas que fueron hechas y transportadas con cuidados esmerados para deleitar los sentidos de personas que debían sentirse como en casa, e incluso lograr que convirtieran el hotel en su casa y no se fueran en mucho tiempo. . .o nunca mas.
Aquellos trabajadores de los servicios que ya no eran escogidos por un Ama de Llaves exigente, ni tenían que presentar una hoja de servicio o una recomendación de empleadores anteriores sino mas bien estaban en la escala mas baja del socialismo de los 1980’s se abalanzaban sobre lo que era mas importante para ellos: azulejos, piezas de los baños, herrajes, picaportes de puertas hechos de cristal, espejos enormes que había en cada puerta de cada closet de cada habitación. Y en esa locura de trabajadores recorriendo piso tras piso, desmantelando en un fin de semana el trabajo de años de cientos o quizás miles de hombres y mujeres  iban destrozando los detalles que hacían del hotel un lugar especial aun tantos años después y el abandono de un sistema que quería ignorar y denigrar al mundo burgués de antaño.
Entré en una de las pocas habitaciones que había estado cerrada y solo atiné a tomar entre mis brazos los tres búcaros verdes, uno dentro del otro encajaban perfectamente, y apartarme a una esquina de la habitación cerca de la puerta. Pegado a la pared, para no ser atropellado, iba acercándome a la puerta y cuando ya estaba a un paso sentí una mirada posándose sobre mí. Sonriendo de manera condescendiente me pasó su brazo sobre los hombros y me llevó hasta el pasillo. “Llévatelos, no te preocupes, y esto también” me dijo mientras arrancaba un picaporte color lila.
Mi mirada le hizo mil preguntas , e inclinándose me respondió mis mil porqués: ‘ si esto te parece horrible, es preferible que sea así. Me costó mucho lograr que le dieran a los trabajadores esta posibilidad. Las bestias de la demolición de interiores llegaran en unos días. De todos modos es bueno saber que alguien tendrá una cosa linda en una casa (dijo esto mirando los búcaros entre mis brazos), o tendrán un baño azulejado, o podrán hacer sus necesidades en una taza decente sin peligro de rajarse de arriba abajo’ 

Recuerdos I:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html


Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html



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