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lunes, 14 de noviembre de 2022

EL VEDADO, UN BARRIO DE LA HABANA

 La venta de terrenos fue lenta en El Vedado, una zona que comenzó a urbanizarse a partir de 1858. Hacia 1870 existían solo unas veinte viviendas, casi todas en las calles Línea y Calzada. Se dice que los primeros vecinos de la localidad fueron el Conde de Pozos Dulces y su familia, propietarios por otra parte de la finca El Vedado. Habitaron los Pozos Dulces una típica casona criolla que se localizaba entre las calles 11, 13, C y D para trasladarse después para Línea esquina a D, en el mismo espacio que ocupa el edificio Montes.


El doctor Antonio González Curquejo fue otro de los pioneros de la barriada. En 1880 construyó en la esquina de Línea y B la residencia que ocuparía junto con los suyos -y que se conserva, muy maltratada y venida a menos- y por B edificaría otras dos casas destinadas al alquiler.


Fue el propio González Curquejo quien dejó constancia de cómo era El Vedado en 1879 y esbozó la lista de sus fundadores. Menciona, entre ellos, a los hermanos José y Cirilo Yarini, médico muy famoso el primero, establecido en Línea y C, en tanto que el otro, con domicilio en Línea y 6, sería uno de los introductores de la estomatología moderna en la isla; tíos ambos del célebre chulo Alberto Yarini.


¿Comercios? En Calzada entre Paseo y 2 estuvo la botica del doctor Bueno, quizás más antigua de El Vedado, y en Línea y D estaba el kiosco de Don Salvador, con su expendio de zambumbia, agua de Loja, horchata, agua de cebada… En 1883 se inauguró, en Calzada esquina a 2, el Salón Trotcha, complementado posteriormente por un cuerpo de madera que se destinó a hotel, y que no solo era muy apreciado como establecimiento hotelero, sino por sus bellísimos jardines.


Entre los cinematógrafos de la barriada estaba la sala Vedado, en Calzada y Paseo. Cine de categoría de a 20 centavos la papeleta, con sillas de tijera que el público movía a su antojo en la platea y con palcos que eran alquilados por las familias. El cine Gris, en E entre 17 y 19, de menor rango, disponía de una tertulia ruidosa y alegre. El cine-teatro Trianon fue, en la década de 1920, uno de lo principales de la capital, y el teatro Auditórium, hoy Amadeo Roldán, en Calzada y D, se inauguró el 28 de diciembre de 1928, con la asistencia del presidente Gerardo Machado que acudió en compañía de toda su familia. Era propiedad de la Sociedad Pro-Arte Musical y dispuso de 2 600 asientos y 24 palcos.


Hacia 1895 hubo un notable desarrollo en “el simpático caserío de El Vedado”, como le llama en una de sus crónicas el poeta Julián del Casal. La cercanía del mar hizo que el reparto cobrara relevancia. En la línea de la costa, desde G hasta 6, se establecieron hacia 1864 varios balnearios. La calle E fue conocida popularmente con el nombre de Baños porque llevaba a las pocetas del balneario El Progreso.

Otro de esos establecimientos, Las Playas, se situaba al final de la calle D, mientras los baños de Carneado se hallaban en lo que hoy sería Malecón y Paseo. La gente se bañaba entonces en lo que se llamaba pocetas de ahogado, que se aprovechaban de la disposición de las rocas o se cavaban artificialmente en ellas. Las había pequeñas, con locales reservados para la familia, y otras, muy amplias, en la que se bañaban, por separado, hombres y mujeres.

El dueño de El Progreso hizo un negocio redondo. Construyó una gran nave para sus pocetas, y en el techo de esa nave habilitó catorce apartamentos dotados de sala-comedor, dos habitaciones y servicios, que alquilaba por cien pesos mensuales, y en Tercera entre B y C edificó varias casas de madera, pequeñas, destinadas también al alquiler durante la temporada veraniega. Sin contar que el derecho al baño de mar costaba 50 centavos. Esos baños -había otros como El Encanto, El Océano- desaparecieron con la ampliación del Malecón, desde la calle G y hasta el río Almendares, en los años 50. Fue demolido entonces el Palacio de Convenciones y Deportes, en Paseo y Mar, para ser sustituido por la Ciudad Deportiva.

Tras el fin de la Guerra de Independencia, en 1898, y la instauración de la República, en 1902, El Vedado adquirió un auge inusitado. Los ricos de abolengo abandonan la atestada y ruidosa Habana Vieja y compran terrenos y construyen en la barriada. Lo hacen también los nuevos ricos y no pocos altos oficiales del Ejército Libertador que cobran sus haberes. Residencias de todos los tamaños, lujos y estilos surgieron por doquier.


Se pobló no solo la parte baja, aledaña al mar, sino también la zona de la  loma, desde la calle Loma hacia el sur. Se pavimentaba la calle 17 y la Havana Electric acometía el tendido eléctrico para extender el tranvía hasta La Chorrera. El Paseo del Prado y la barriada del Cerro quedaban definitivamente desplazados por la gente de mayores recursos.

No tardarían en surgirle rivales a El Vedado con los repartos del oeste de La Habana, al otro lado del Almendares, donde terminarían avecindándose los más ricos. Ya en 1910 la propaganda afirmaba: “Cualquiera puede decir: Yo vivo en El Vedado. Pero no todos pueden decir: Yo vivo en el Country Club”. Muchas regias mansiones de antaño, abandonadas por sus dueños, se convirtieron en colegios, oficinas cuarterías, casas de salud… Quedaron entonces en El Vedado los más tradicionalistas, aunque también algunos ricos como los Gelats, en 17 y H, los Falla Bonet, en 17 e I, los González de Mendoza, en B y 13...

Aún así, El Vedado es uno de los grandes logros del urbanismo contemporáneo, con sus parques, áreas verdes y sus bodegas de esquina.

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EL VIAJE










martes, 20 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado III

Durante muchos años toda la vida del piso 10 acababa a las cuatro y media cuando se cerraban las puertas del departamento de ama de llaves y las camareras bajaban esos diez pisos para irse a casa.
Todo un piso del largo y ancho del hotel quedaba vacío cada noche. E incluso por el día solo un tercio era utilizado, y a veces ni eso.

Ventanales y ventanales , entre veinte y veinticinco , mayormente de dos hojas que se abrían unos hacia la ciudad y otros hacia el mar. Otros solo dejaban pasar la luz pues eran de un cristal opaco que en el medio tenia como unos entramado de alambre en forma de colmena que supongo era para en caso de huracanes y posible rotura no se rompiera en mil pedazos que volarían desde una altura increíble como proyectiles sobre la ciudad y caerían sobre las casas vecinas, sus patios, las aceras. Es un edificio de diez pisos que equivaldrían a veinte de los de hoy en día.
En todo ese paraíso de luz y olor a mar , pues el hotel se encuentra a solo dos cuadras del océano y sin obstáculos entre ellos, había un área que siempre estaba oscura y cerrada. Yo le decía el almacén, aunque en verdad no lo era desde el punto de vista del trabajo del hotel en si mismo.
Así que una vez despachado el día comenzaba la magia.
Es decir, las camareras para sus pisos con sus enormes bultos de ropa limpia: sabanas, fundas y toallas  impregnando de olor a nuevo y limpio los elevadores.  Los reportes de habitaciones entregados para poner en pequeñas casillas y mediante números la historia de la noche en cada habitación, en cada piso. Las supervisoras ya buscando los errores de alguna camarera descuidada y ellas mismas tratando de escapar del calor o el frío del día refugiándose en una limonada o un té tempranero en la cocina, donde estaba El guajiro, un cocinero tosco y vulgar, pero con un cuerpo que valía la pena admirar a través de su uniforme blanco como la masa del coco.
Entonces el décimo piso quedaba con solo dos empleadas: el Ama de Llaves y la encargada de la ropería. Y yo. Y los ruidos que solo se podían percibir en el silencio de las alturas.
Durante años ese silencio estuvo interrumpido algunas veces por personajes, o personas que no sabia decir si eran reales o no. Es decir, entraban poco tiempo, hacían algo por allí y se marchaban como habían llegado, desde la nada. Quizás con muchos de esos personajes sucedió como con la lámpara de la historia infantil, cuando uno frotaba alguno de los objetos que pertenecieron a ellos entonces de alguna manera alguien nuevo para mi, pero en cierta forma siempre presente en el hotel se hacia visible e interactuaba quizás por ultima vez con alguien de este mundo, de esta época.
Y es que era muy difícil ignorar todos esos tesoros tirados en el almacén del piso 10. Allí se habían puesto y cada año aumentaban las pertenencias de todos aquellos que habían fallecido en el hotel, o que se habían marchado y dejaban muchas pertenencias detrás sin decir si algún día retornarían por ellas. Y también había muchas cosas del hotel, los recuerdos de un  lujo ya ido para siempre.
Vajillas de porcelana holandesa, con amplios platos llanos y hondos tan blancos que incluso en la semi oscuridad de aquel lugar cuyas ventanas estaban permanentemente cerradas le daban la bienvenida alegremente a cualquier rayo de luz, natural o artificial y respondían con un destello puro, aunque breve. Algunas de ellas tenían paisajes de mar todo en azul y todas tenían un número en el la parte del fondo que se ponía sobre la mesa. Siempre me pregunté como es que los empleados y empleadas no se llevaban esos platos en una época en que ya faltaban en Cuba tantas cosas de las tiendas, para no decir vajillas, ni tan siquiera habían platos. Ya la mayoría de las casa tenían solo los platos exactos de acuerdo a la cantidad de miembros de la familia y se trataban con mucho cuidado para que no se rompieran. Vendrían tiempos peores en que serían sustituidos por platos plásticos. Pero supongo que la carga de honestidad era bien fuerte y en general la gente no tocaba lo que no les pertenecía.
Pero se acercaba una época cuando todo esto cambiaria.
Entonces era difícil escarbar entre tanta losa pesada, cajas y cajas que iba moviendo poco a poco, para que no se dieran cuenta de que yo exploraba y buscaba un posible tesoro.
Aprovechaba cualquier resquicio, cualquier espacio entre caja y caja y metía mi mano de niño de 7 años y sacaba siempre algo interesante. Ajeno por entonces  a palabras como diamante, diadema, perla, terciopelo, satín, rubí, brazalete , tiara,  las cosas eran solo bonitas o feas, brillantes, doradas y plateadas.

Así que poco a poco  se iba formando en mi mente un mejor cuadro del ambiente de ese hotel. Ese hotel que fue construido para una gente muy diferente a la que me rodeaba, no solo por el tiempo, sino también por muchas otras cosas. Sus pertenencias me remitían  a una época en que el hotel estaba lleno d personas elegantes, que comían con cubiertos de plata y en porcelana holandesa sobre manteles de hilo. Sus muebles eran de caoba y ébano, sus amplios baños estaban cubiertos de azulejos blancos como la luna en primavera y que venían de tierras distantes. En el bar del hotel escuchaban de seguro esa música que muchos años después estaría prohibida no solo allí mismo sino en toda Cuba.  Y aunque como alguna gente dice el pecado siempre ha existido de seguro las relaciones entre los seres humanos eran menos directas. Habían otras prohibiciones y otras maneras de escabullirse entre las reglas y la moralidad de aquel momento.
Aquellos pasillos largos y luminosos en la época del socialismo por la falta de cortinajes fueron de seguro atemperados  y mas reservados en las primeras décadas del siglo. Las alfombras no permitían que el taconeo de los zapatos de una mujer infiel o liberada de las ataduras la denunciara en su camino al elevador o de allí a la habitación.
Todavía habían restos de pétalos de flores secos en algún que otro jarrón que en cada habitación estaba sobre la mesita que siempre frente a la ventana permitía llenar el aire con aroma de rosas o violetas, o una mezcla de ellos al entrar el aire e impulsarlo hacia adentro. Siempre se prefería eso a los aun toscos y fuertes aromas químicos que olían a pino. Los búcaros que más me gustaban eran los de un cristal verde y transparente. Brillan particularmente en la penumbra, dándole un aire esmeralda a la habitación. Los había altos y esbeltos que supongo por los golpes de viento y lo delicado de su porte solo quedaban dos en aquel almacén oscuro, y los había mas bajos que siempre me parecían como sombreros de ala ancha puestos al revés. De esos había 3 tamaños, medianos, pequeños y grandes. Para pétalos de flores y bombones, para las esencias y pequeños jabones, y para arreglos florales o memorabilia.

Aun recuerdo, cuando ya tenia unos 15 años,  y ya era hora de cerrar el hotel para una reparación total, que el administrador socialista le daba a los trabajadores la posibilidad de llevarse los restos de aquella época que aun quedaban en el hotel porque los consideraba sin valor. Fue como un zafarrancho y toda aquella gente con ya mas de 20 años de necesidades y hogares escasamente montados la emprendieron a martillazos sobre los azulejos de los baños y los pasillos, arrancaban de las paredes adornos de porcelana que se desmoronaban en aquellas manos que para nada comprendían la delicadeza de aquellas piezas que fueron hechas y transportadas con cuidados esmerados para deleitar los sentidos de personas que debían sentirse como en casa, e incluso lograr que convirtieran el hotel en su casa y no se fueran en mucho tiempo. . .o nunca mas.
Aquellos trabajadores de los servicios que ya no eran escogidos por un Ama de Llaves exigente, ni tenían que presentar una hoja de servicio o una recomendación de empleadores anteriores sino mas bien estaban en la escala mas baja del socialismo de los 1980’s se abalanzaban sobre lo que era mas importante para ellos: azulejos, piezas de los baños, herrajes, picaportes de puertas hechos de cristal, espejos enormes que había en cada puerta de cada closet de cada habitación. Y en esa locura de trabajadores recorriendo piso tras piso, desmantelando en un fin de semana el trabajo de años de cientos o quizás miles de hombres y mujeres  iban destrozando los detalles que hacían del hotel un lugar especial aun tantos años después y el abandono de un sistema que quería ignorar y denigrar al mundo burgués de antaño.
Entré en una de las pocas habitaciones que había estado cerrada y solo atiné a tomar entre mis brazos los tres búcaros verdes, uno dentro del otro encajaban perfectamente, y apartarme a una esquina de la habitación cerca de la puerta. Pegado a la pared, para no ser atropellado, iba acercándome a la puerta y cuando ya estaba a un paso sentí una mirada posándose sobre mí. Sonriendo de manera condescendiente me pasó su brazo sobre los hombros y me llevó hasta el pasillo. “Llévatelos, no te preocupes, y esto también” me dijo mientras arrancaba un picaporte color lila.
Mi mirada le hizo mil preguntas , e inclinándose me respondió mis mil porqués: ‘ si esto te parece horrible, es preferible que sea así. Me costó mucho lograr que le dieran a los trabajadores esta posibilidad. Las bestias de la demolición de interiores llegaran en unos días. De todos modos es bueno saber que alguien tendrá una cosa linda en una casa (dijo esto mirando los búcaros entre mis brazos), o tendrán un baño azulejado, o podrán hacer sus necesidades en una taza decente sin peligro de rajarse de arriba abajo’ 

Recuerdos I:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-i.html


Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html



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lunes, 19 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado I

El Vedado es un lugar agradable para vivir. Es decir, es un lugar con muchos parques y árboles frondosos en las aceras que permiten caminar  largos tramos sin fatigarse mucho en los días de agosto llenos de sol. Ese sol que lastima los ojos, quema la piel y victimiza a las plantas durante el día. Esos árboles mantienen una temperatura fresca, y hacen circular una brisa muy agradable durante casi todo el día.
Es un barrio también donde todo lo que uno necesita está a la mano. Tiendas, escuelas, hospitales, restaurantes, cines, teatros. Y al ser un barrio donde vivía la burguesía cubana de las décadas de los 1930’s  hasta principios de los 1960’s las instalaciones de agua, gas y electricidad eran excelentes. Tanto es así que muchos años después aun vivimos con ellas.
Así que es muy difícil que alguien se mude del Vedado a no ser que sea de los nuevos afortunados, o quizá debería decir los nuevos ricos, que tienen la posibilidad de conseguir algo en las dos únicas zonas similares o quizás superiores al Vedado: Miramar o el Nuevo Vedado.
Pero por aquel entonces Miramar parecía un lugar distante, un proyecto que casi se logró pero que parecía abortado. Tenia casas muy buenas, pero había que tener auto para llegar y salir. Todo estaba muy distante y para nada podía competir en infraestructura con el Vedado.
En todo caso eso cambió con el tiempo, pero antes debieron ocurrir muchas cosas.
Entonces cuando la gente comenzó a irse del país a principios de la revolución mi padre logró que le dieran un pequeño apartamento en los confines del Vedado, casi llegando a Miramar, es decir, en la frontera. A solo unos metros del túnel que despedía al Vedado y le daba la bienvenida a Miramar.
Quizás porque fuera muy pequeño , pero lo que recuerdo es una cuadra lúgubre. Era la época de largos apagones nocturnos y todas las mujeres trabajadoras literalmente corrían todo el tiempo para aprovecharlo antes de que cayeran las noches. Noches que inevitablemente serían oscuras y aburridas.
La vida parece haber cambiado poco en esos niveles básicos, en esos lugares periféricos. Todavía un farol en la calle, quizás dos. Siempre que hay crisis de algún tipo son los lugares donde hay apagones, donde quitan el agua, donde hay recortes de gas. Parecen mas bien pueblecito de campo insertados en la capital por algún azar del destino. Aun recuerdo que la única vez que los edificios fueron pintados fue en el 1978, siendo yo muy pequeño, cuando se fue a celebrar en La Habana el festival de la juventud y los estudiantes. Y al igual que en otros tantos barrios se demoraron tanto tiempo que cuando llegaron a la cuadra ya el festival comenzaba y dejaron los edificios a medio pintar. Aun hoy , si se va por allí se puede notar. Es decir, que nunca después del 1959 esos edificios fueron pintados hasta el 1978. 20 años. Y se quedaron inconclusos, sin pintura, sin mantenimiento hasta ahora, casi 35 años mas.
Realmente me siento afortunado de haber escapado de allí.  Aun cuando todo esto no lo pensara en aquellos años, y esa era la vida “normal” para casi todos. De cualquier modo teníamos un auto que nos permitía escapar a otros lugares los fines de semana y las vacaciones. Eso fue algo importante y creo que mi espíritu sobrevivió intacto por ese y otros dos o tres azares.

Dos de ellos fueron importantes. Uno es que mi mamá trabajaba en un hotel, que aun cuando estaba en el Vedado estaba bastante céntrico. El hotel Presidente, y como consecuencia de esto fui a una escuela muy cercana al hotel, es decir, lejos de donde vivía y sobre todo era el único chico que pasaba la mayor parte del día fuera de la cuadra 
El hotel Presidente fue esplendoroso. Cuando yo lo conocí solo quedaban en él fantasmas del pasado y sus pertenencias. Todo el lobby, la terraza del 10mo  piso, y muchas de las habitaciones tenían cubiertas sus paredes hasta un metro y cincuenta centímetros con azulejos sevillanos. Todos los muebles eran de caoba, cedro y ébano. Sus ascensores eran de puertas de rejillas y con maniguetas de madera. Era muy divertido manejarlos. Había que calcular por la cantidad de personas que estaban en esos momentos en el elevador para así quedara el nivel del piso en el que se paraba con el del elevador mismo, sino la puerta principal  no se abría. Cuando no se tenia practica era un sube y baja hasta quedar bien alineado. Recuerdo que había una ascensorista que cuando le sucedía  eso comenzaba a reírse nerviosamente y mientras mas se reía menos atinaba a poner bien el condenado elevador y de paso su risa era contagiosa y aquello terminaba en una risotada colectiva hasta que algún huésped perdía la paciencia y comenzaba, primero solo a quejarse entrecortadamente  y después gritándole a la ascensorista que parase de jugar. En fin, que había que ser ascensorista de precisión.
A esa ascensorista la pasaron después al ascensor de carga y por la mismas razones terminó despachando los tickets de almuerzo y merienda de los empleados, cobrando el sindicato, marcando las tarjetas de entrada y salida mientras se tuvo un reloj y cuando ese se rompió entonces el libro de asistencia.
Sí, eran los tiempos en que  no se despedía a nadie de los trabajos.
A mi me encantaba manejar esos elevadores. Eran dos. Y en los días en que no habían muchos huéspedes se dejaba funcionando solo uno y a veces me dejaban  “ayudar”  subiendo y bajando el servicio a las habitaciones. Esos momentos siempre fueron especiales. Me sentía un poco como el maquinista de un tren antiguo, pero también me sentía como si subiera y bajara por niveles de vida y muerte.
Allí, en esos cajones de diez pisos de los antiguos coincidían todos los ruidos del hotel. Una conversación en el piso 2 sonaba como un susurro fantasmagórico, casi inteligible en el piso 8 o mas alto. Una risa unos pisos mas abajo o mas arriba podía llegar como llanto desesperado.  Un suspiro como un gemido. Unas pisadas leves como pasos justo detrás de nuestras espaldas. Porque claro, eran elevadores de dos puertas, es decir, dos paredes y esas dos puertas en el décimo piso se abrían por los dos lados.
Como a mi nunca me echaron miedo con fantasmas esos ruidos nunca me inquietaron en demasía. Pero con los empleados era otra cosa. Distaban mucho los empleados de servicio de aquellos años de tener buen nivel educacional. Cuba se había cerrado al mundo , por lo menos al mundo capitalista y los hoteles no demandan mucho de sus empleados. Nada de idiomas, ni de tener al mas de  12 grado. Así que la ignorancia y la superstición abundaban mucho por aquellos años.
Eran buenas personas, pero al mismo tiempo muy crédulas y temerosas del mundo no visible. Es curioso cuando miro atrás y recuerdo a esas personas.
 Hoy en día nos asustamos de los agujeros negros, de los cometas de hielo, de la capa de ozono, de las crisis económicas, de perder el empleo. Por aquellos años los miedos fueron por décadas. Quizá uno o dos cada diez años: las invasiones yanquis, las crisis de los misiles, las epidemias contra el tabaco y los cerdos, la guerra en Angola , la guerra en Centroamérica, estas dos ultimas porque era la primera vez en la historia de Cuba que sus hijos eran enviados en masa a luchar, morir, sufrir y muchos nunca regresar desde tierras lejanas.
Lejos de casa casi todo el día y casi todos los días mi mundo era diferente , al menos en apariencia, al resto de los chicos de mi cuadra. Y todo gracias a ese hotel. 

Hotel Presidente, uno de esos dias en que el mar unido' muchas cuadras

Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html


Recuerdos III: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html