lunes, 19 de septiembre de 2016

Recuerdos, o un diario malogrado I

El Vedado es un lugar agradable para vivir. Es decir, es un lugar con muchos parques y árboles frondosos en las aceras que permiten caminar  largos tramos sin fatigarse mucho en los días de agosto llenos de sol. Ese sol que lastima los ojos, quema la piel y victimiza a las plantas durante el día. Esos árboles mantienen una temperatura fresca, y hacen circular una brisa muy agradable durante casi todo el día.
Es un barrio también donde todo lo que uno necesita está a la mano. Tiendas, escuelas, hospitales, restaurantes, cines, teatros. Y al ser un barrio donde vivía la burguesía cubana de las décadas de los 1930’s  hasta principios de los 1960’s las instalaciones de agua, gas y electricidad eran excelentes. Tanto es así que muchos años después aun vivimos con ellas.
Así que es muy difícil que alguien se mude del Vedado a no ser que sea de los nuevos afortunados, o quizá debería decir los nuevos ricos, que tienen la posibilidad de conseguir algo en las dos únicas zonas similares o quizás superiores al Vedado: Miramar o el Nuevo Vedado.
Pero por aquel entonces Miramar parecía un lugar distante, un proyecto que casi se logró pero que parecía abortado. Tenia casas muy buenas, pero había que tener auto para llegar y salir. Todo estaba muy distante y para nada podía competir en infraestructura con el Vedado.
En todo caso eso cambió con el tiempo, pero antes debieron ocurrir muchas cosas.
Entonces cuando la gente comenzó a irse del país a principios de la revolución mi padre logró que le dieran un pequeño apartamento en los confines del Vedado, casi llegando a Miramar, es decir, en la frontera. A solo unos metros del túnel que despedía al Vedado y le daba la bienvenida a Miramar.
Quizás porque fuera muy pequeño , pero lo que recuerdo es una cuadra lúgubre. Era la época de largos apagones nocturnos y todas las mujeres trabajadoras literalmente corrían todo el tiempo para aprovecharlo antes de que cayeran las noches. Noches que inevitablemente serían oscuras y aburridas.
La vida parece haber cambiado poco en esos niveles básicos, en esos lugares periféricos. Todavía un farol en la calle, quizás dos. Siempre que hay crisis de algún tipo son los lugares donde hay apagones, donde quitan el agua, donde hay recortes de gas. Parecen mas bien pueblecito de campo insertados en la capital por algún azar del destino. Aun recuerdo que la única vez que los edificios fueron pintados fue en el 1978, siendo yo muy pequeño, cuando se fue a celebrar en La Habana el festival de la juventud y los estudiantes. Y al igual que en otros tantos barrios se demoraron tanto tiempo que cuando llegaron a la cuadra ya el festival comenzaba y dejaron los edificios a medio pintar. Aun hoy , si se va por allí se puede notar. Es decir, que nunca después del 1959 esos edificios fueron pintados hasta el 1978. 20 años. Y se quedaron inconclusos, sin pintura, sin mantenimiento hasta ahora, casi 35 años mas.
Realmente me siento afortunado de haber escapado de allí.  Aun cuando todo esto no lo pensara en aquellos años, y esa era la vida “normal” para casi todos. De cualquier modo teníamos un auto que nos permitía escapar a otros lugares los fines de semana y las vacaciones. Eso fue algo importante y creo que mi espíritu sobrevivió intacto por ese y otros dos o tres azares.

Dos de ellos fueron importantes. Uno es que mi mamá trabajaba en un hotel, que aun cuando estaba en el Vedado estaba bastante céntrico. El hotel Presidente, y como consecuencia de esto fui a una escuela muy cercana al hotel, es decir, lejos de donde vivía y sobre todo era el único chico que pasaba la mayor parte del día fuera de la cuadra 
El hotel Presidente fue esplendoroso. Cuando yo lo conocí solo quedaban en él fantasmas del pasado y sus pertenencias. Todo el lobby, la terraza del 10mo  piso, y muchas de las habitaciones tenían cubiertas sus paredes hasta un metro y cincuenta centímetros con azulejos sevillanos. Todos los muebles eran de caoba, cedro y ébano. Sus ascensores eran de puertas de rejillas y con maniguetas de madera. Era muy divertido manejarlos. Había que calcular por la cantidad de personas que estaban en esos momentos en el elevador para así quedara el nivel del piso en el que se paraba con el del elevador mismo, sino la puerta principal  no se abría. Cuando no se tenia practica era un sube y baja hasta quedar bien alineado. Recuerdo que había una ascensorista que cuando le sucedía  eso comenzaba a reírse nerviosamente y mientras mas se reía menos atinaba a poner bien el condenado elevador y de paso su risa era contagiosa y aquello terminaba en una risotada colectiva hasta que algún huésped perdía la paciencia y comenzaba, primero solo a quejarse entrecortadamente  y después gritándole a la ascensorista que parase de jugar. En fin, que había que ser ascensorista de precisión.
A esa ascensorista la pasaron después al ascensor de carga y por la mismas razones terminó despachando los tickets de almuerzo y merienda de los empleados, cobrando el sindicato, marcando las tarjetas de entrada y salida mientras se tuvo un reloj y cuando ese se rompió entonces el libro de asistencia.
Sí, eran los tiempos en que  no se despedía a nadie de los trabajos.
A mi me encantaba manejar esos elevadores. Eran dos. Y en los días en que no habían muchos huéspedes se dejaba funcionando solo uno y a veces me dejaban  “ayudar”  subiendo y bajando el servicio a las habitaciones. Esos momentos siempre fueron especiales. Me sentía un poco como el maquinista de un tren antiguo, pero también me sentía como si subiera y bajara por niveles de vida y muerte.
Allí, en esos cajones de diez pisos de los antiguos coincidían todos los ruidos del hotel. Una conversación en el piso 2 sonaba como un susurro fantasmagórico, casi inteligible en el piso 8 o mas alto. Una risa unos pisos mas abajo o mas arriba podía llegar como llanto desesperado.  Un suspiro como un gemido. Unas pisadas leves como pasos justo detrás de nuestras espaldas. Porque claro, eran elevadores de dos puertas, es decir, dos paredes y esas dos puertas en el décimo piso se abrían por los dos lados.
Como a mi nunca me echaron miedo con fantasmas esos ruidos nunca me inquietaron en demasía. Pero con los empleados era otra cosa. Distaban mucho los empleados de servicio de aquellos años de tener buen nivel educacional. Cuba se había cerrado al mundo , por lo menos al mundo capitalista y los hoteles no demandan mucho de sus empleados. Nada de idiomas, ni de tener al mas de  12 grado. Así que la ignorancia y la superstición abundaban mucho por aquellos años.
Eran buenas personas, pero al mismo tiempo muy crédulas y temerosas del mundo no visible. Es curioso cuando miro atrás y recuerdo a esas personas.
 Hoy en día nos asustamos de los agujeros negros, de los cometas de hielo, de la capa de ozono, de las crisis económicas, de perder el empleo. Por aquellos años los miedos fueron por décadas. Quizá uno o dos cada diez años: las invasiones yanquis, las crisis de los misiles, las epidemias contra el tabaco y los cerdos, la guerra en Angola , la guerra en Centroamérica, estas dos ultimas porque era la primera vez en la historia de Cuba que sus hijos eran enviados en masa a luchar, morir, sufrir y muchos nunca regresar desde tierras lejanas.
Lejos de casa casi todo el día y casi todos los días mi mundo era diferente , al menos en apariencia, al resto de los chicos de mi cuadra. Y todo gracias a ese hotel. 

Hotel Presidente, uno de esos dias en que el mar unido' muchas cuadras

Recuerdos II:  http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html


Recuerdos III: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario