El
Vedado es un lugar agradable para vivir. Es decir, es un lugar con muchos
parques y árboles frondosos en las aceras que permiten caminar largos tramos sin fatigarse mucho en los días
de agosto llenos de sol. Ese sol que lastima los ojos, quema la piel y
victimiza a las plantas durante el día. Esos árboles mantienen una temperatura
fresca, y hacen circular una brisa muy agradable durante casi todo el día.
Es un
barrio también donde todo lo que uno necesita está a la mano. Tiendas,
escuelas, hospitales, restaurantes, cines, teatros. Y al ser un barrio donde
vivía la burguesía cubana de las décadas de los 1930’s hasta principios de los 1960’s las
instalaciones de agua, gas y electricidad eran excelentes. Tanto es así que muchos
años después aun vivimos con ellas.
Así que
es muy difícil que alguien se mude del Vedado a no ser que sea de los nuevos
afortunados, o quizá debería decir los nuevos ricos, que tienen la posibilidad
de conseguir algo en las dos únicas zonas similares o quizás superiores al
Vedado: Miramar o el Nuevo Vedado.
Pero por
aquel entonces Miramar parecía un lugar distante, un proyecto que casi se logró
pero que parecía abortado. Tenia casas muy buenas, pero había que tener auto
para llegar y salir. Todo estaba muy distante y para nada podía competir en
infraestructura con el Vedado.
En todo
caso eso cambió con el tiempo, pero antes debieron ocurrir muchas cosas.
Entonces
cuando la gente comenzó a irse del país a principios de la revolución mi padre
logró que le dieran un pequeño apartamento en los confines del Vedado, casi
llegando a Miramar, es decir, en la frontera. A solo unos metros del túnel que despedía
al Vedado y le daba la bienvenida a Miramar.
Quizás
porque fuera muy pequeño , pero lo que recuerdo es una cuadra lúgubre. Era la
época de largos apagones nocturnos y todas las mujeres trabajadoras
literalmente corrían todo el tiempo para aprovecharlo antes de que cayeran las
noches. Noches que inevitablemente serían oscuras y aburridas.
La vida
parece haber cambiado poco en esos niveles básicos, en esos lugares periféricos.
Todavía un farol en la calle, quizás dos. Siempre que hay crisis de algún tipo
son los lugares donde hay apagones, donde quitan el agua, donde hay recortes de
gas. Parecen mas bien pueblecito de campo insertados en la capital por algún
azar del destino. Aun recuerdo que la única vez que los edificios fueron
pintados fue en el 1978, siendo yo muy pequeño, cuando se fue a celebrar en La Habana el festival de la
juventud y los estudiantes. Y al igual que en otros tantos barrios se demoraron
tanto tiempo que cuando llegaron a la cuadra ya el festival comenzaba y dejaron
los edificios a medio pintar. Aun hoy , si se va por allí se puede notar. Es
decir, que nunca después del 1959 esos edificios fueron pintados hasta el 1978.
20 años. Y se quedaron inconclusos, sin pintura, sin mantenimiento hasta ahora,
casi 35 años mas.
Realmente
me siento afortunado de haber escapado de allí.
Aun cuando todo esto no lo pensara en aquellos años, y esa era la vida
“normal” para casi todos. De cualquier modo teníamos un auto que nos permitía
escapar a otros lugares los fines de semana y las vacaciones. Eso fue algo
importante y creo que mi espíritu sobrevivió intacto por ese y otros dos o tres
azares.
Dos de
ellos fueron importantes. Uno es que mi mamá trabajaba en un hotel, que aun
cuando estaba en el Vedado estaba bastante céntrico. El hotel Presidente, y
como consecuencia de esto fui a una escuela muy cercana al hotel, es decir,
lejos de donde vivía y sobre todo era el único chico que pasaba la mayor parte
del día fuera de la cuadra
El hotel
Presidente fue esplendoroso. Cuando yo lo conocí solo quedaban en él fantasmas
del pasado y sus pertenencias. Todo el lobby, la terraza del 10mo piso, y muchas
de las habitaciones tenían cubiertas sus paredes hasta un metro y cincuenta
centímetros con azulejos sevillanos. Todos los muebles eran de caoba, cedro y
ébano. Sus ascensores eran de puertas de rejillas y con maniguetas de madera. Era
muy divertido manejarlos. Había que calcular por la cantidad de personas que
estaban en esos momentos en el elevador para así quedara el nivel del piso en
el que se paraba con el del elevador mismo, sino la puerta principal no se abría. Cuando no se tenia practica era
un sube y baja hasta quedar bien alineado. Recuerdo que había una ascensorista
que cuando le sucedía eso comenzaba a
reírse nerviosamente y mientras mas se reía menos atinaba a poner bien el
condenado elevador y de paso su risa era contagiosa y aquello terminaba en una
risotada colectiva hasta que algún huésped perdía la paciencia y comenzaba,
primero solo a quejarse entrecortadamente
y después gritándole a la ascensorista que parase de jugar. En fin, que
había que ser ascensorista de precisión.
A esa
ascensorista la pasaron después al ascensor de carga y por la mismas razones
terminó despachando los tickets de almuerzo y merienda de los empleados,
cobrando el sindicato, marcando las tarjetas de entrada y salida mientras se
tuvo un reloj y cuando ese se rompió entonces el libro de asistencia.
Sí, eran
los tiempos en que no se despedía a
nadie de los trabajos.
A mi me
encantaba manejar esos elevadores. Eran dos. Y en los días en que no habían
muchos huéspedes se dejaba funcionando solo uno y a veces me dejaban “ayudar”
subiendo y bajando el servicio a las habitaciones. Esos momentos siempre
fueron especiales. Me sentía un poco como el maquinista de un tren antiguo,
pero también me sentía como si subiera y bajara por niveles de vida y muerte.
Allí, en
esos cajones de diez pisos de los antiguos coincidían todos los ruidos del
hotel. Una conversación en el piso 2 sonaba como un susurro fantasmagórico,
casi inteligible en el piso 8 o mas alto. Una risa unos pisos mas abajo o mas
arriba podía llegar como llanto desesperado.
Un suspiro como un gemido. Unas pisadas leves como pasos justo detrás de
nuestras espaldas. Porque claro, eran elevadores de dos puertas, es decir, dos
paredes y esas dos puertas en el décimo piso se abrían por los dos lados.
Como a
mi nunca me echaron miedo con fantasmas esos ruidos nunca me inquietaron en
demasía. Pero con los empleados era otra cosa. Distaban mucho los empleados de
servicio de aquellos años de tener buen nivel educacional. Cuba se había
cerrado al mundo , por lo menos al mundo capitalista y los hoteles no demandan
mucho de sus empleados. Nada de idiomas, ni de tener al mas de 12 grado. Así que
la ignorancia y la superstición abundaban mucho por aquellos años.
Eran
buenas personas, pero al mismo tiempo muy crédulas y temerosas del mundo no
visible. Es curioso cuando miro atrás y recuerdo a esas personas.
Hoy en día nos asustamos de los agujeros
negros, de los cometas de hielo, de la capa de ozono, de las crisis económicas,
de perder el empleo. Por aquellos años los miedos fueron por décadas. Quizá uno
o dos cada diez años: las invasiones yanquis, las crisis de los misiles, las
epidemias contra el tabaco y los cerdos, la guerra en Angola , la guerra en
Centroamérica, estas dos ultimas porque era la primera vez en la historia de
Cuba que sus hijos eran enviados en masa a luchar, morir, sufrir y muchos nunca
regresar desde tierras lejanas.
Lejos de casa
casi todo el día y casi todos los días mi mundo era diferente , al menos en
apariencia, al resto de los chicos de mi cuadra. Y todo gracias a ese hotel.
Hotel Presidente, uno de esos dias en que el mar unido' muchas cuadras |
Recuerdos II: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-ii.html
Recuerdos III: http://habana-havana.blogspot.com/2016/09/recuerdos-o-un-diario-malogrado-iii.html
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