martes, 28 de julio de 2020

MIEDO AL HAMBRE (III) ELEVARNOS O CAER



En el año 2000 mi padre enfermo’ de cáncer.
Cuando parecía que las cosas en alguna medida mejoraban comenzaron no solo los años más difíciles de mi vida, sino los de las decisiones más importantes.  Tener cáncer en la Cuba de entonces, y aun hoy, fue muy difícil. Y cuando el cáncer es en la garganta más aun, en el momento en que no solo escaseaban los alimentos sino que era imposible, cero, conseguir algo de calidad, suave al bajar por la garganta.
No entraré en detalles dramáticos. Hay muchos. Renuncié a una vida mejor, a ofertas de trabajo, comprendí muchas cosas y otras aun hoy están ahí, inexplicadas. Quizás si entonces hubiera tenido los amigos que tengo hoy en día todo hubiera sido más fácil.  Ese no es el punto de esta historia.   
Seré breve.
Las personas que necesitaba que aparecieran en aquel momento de alguna manera lo hicieron. Una de ellas me trajo un galón de extracto de jugo de mango y un saco de viandas para hacer puré unas horas después de la cirugía de mi papá. La estancia en el hospital seria de un mes y ya había podido conseguir algunas cosas y tenía el congelador ocupado. Así que acepté el ofrecimiento de una vecina, balcón con balcón, de guardarme en su refrigerador el galón de extracto y las viandas.
Pasó  el mes. En lo que nos ajustábamos a la nueva realidad pasaron unos días. Entonces la llamé por teléfono para que me pasara por el balcón lo que tenia guardado en su casa.
Mi sorpresa fue grande cuando la veo venir con una botella de refresco y una pequeña bolsa con máximo cinco o seis malangas ennegrecidas. Le pregunté por el galón y con expresión sorprendida me dijo que yo le había dado solamente eso, que quizás estaba confundido, pero que ella recordara eso era todo.
Estaba tan agobiado y necesitado que solo tomé las cosas y en mucho tiempo les dirigí la palabra, y aun después de ese tiempo largo fueron solo dos o tres veces y por esas razones que en Cuba solo existen y que es imposible aislarse y no depender en ciertos momentos aun del más grande enemigo.
¿Por qué cuento esto? Es que las personas, casi todos, vivimos experiencias terribles en alguna medida, y en esos momentos debemos tomar decisiones que nos pueden elevar a las más altas categorías como ser humano, aun en el anonimato, o las más bajas, sumergiéndonos en la mezquindad e incluso en la barbarie.
Cuando hay grandes necesidades hay también grandes momentos de alcanzar la cima, de renunciar al egoísmo, de ser honestos aun al costo de nuestros sufrimientos, de pensar en el prójimo más débil o enfermo, de pensar que si somos fuertes, jóvenes o favorecidos con algún talento en particular tenemos la oportunidad de un mañana y que quizás el otro no lo tenga.

MIEDO AL HAMBRE (II) ¿CON UN POCO DE HUMOR?


Los españoles tienen entre sus talentos una forma de comunicarse, un sentido del humor, que a los cubanos nos encanta. Quizás porque los tenemos bien cerca en la sangre. Una de las frases que usan, y que nosotros no, es “marcar paquete”. Y aunque no parezca que tiene relación con el nombre de este post, esperen al final y verán.

Después de casi una década viviendo en debates infinitos de si abrir o no el país al turismo, y tras varios intentos fallidos, por fin todo fue saliendo del marasmo. Finalmente en 1998 llegó el primer crucero a Cuba. Pertenecía a la empresa “COSTA”. Italianos con el cuartel general en América nada más y nada menos que en Miami. 

 Los primeros viajes una parada de solo una noche en La Habana. Después una segunda noche en Santiago. Finalmente y por sugerencia de los cruceristas fueron 2-3 noches en la Habana, dos noches en Santiago de Cuba, paradas en diferentes cayos de Cuba y solo 1 noche en Méjico, Islas Caimán y Jamaica. Y lo mejor de todo, después de un año, pidieron llegar a un acuerdo con el gobierno cubano para contratar cubanos.

Hagamos aquí un alto. Hasta donde conozco, cuando la línea COSTA llegó a Cuba la mayoría de sus empleados de hotelería eran filipinos. Según nos enteramos había dos grandes bolsas de trabajo en relación con la marinería , una en Hamburgo y otra en Filipinas. La primera era la mejor en cuanto a contratos ventajosos y usualmente era para marinería, oficiales, ingenieros, etc. Por estar en esta bolsa había que pagar. La segunda bolsa de trabajo, la de Filipinas era de inscripción gratuita, así que mayormente era para servicios y casi toda de gente del tercer mundo. Hagamos entonces el segundo alto. Debido a las condiciones económicas en Filipinas muchos de sus habitantes dejan que sus hijos varones desde muy jóvenes, casi niños, trabajen en embarcaciones de pesca y después en todo tipo de buques. Al ser una mano de obra muy barata son entrenados para trabajar en líneas de cruceros y casi toda su vida laboral la pasan allí. Tanto es así que incluso sus primeras experiencias sexuales en su mayoría sean con personas de su mismo sexo y por lo tanto muchos de ellos se mantienen en esa línea de por vida como algo natural.

Entonces vayamos al grano. La razón por la que los italianos querían contratar a los cubanos era primero por el nivel educacional, segundo porque los tiempos habían cambiado y ya en occidente (incluida America) no les gustaba la actitud dócil y de casi servilismo de los filipinos. Así que nos contrataron poco a poco, fueron preparando personal y entre ellos estuve yo. Recuerdo que una de esas convocatorias nos presentamos 2100 a escoger 36. Serían 20 chicos y 16 chicas. Al final todos éramos profesionales, hablamos mínimamente 3 idiomas ademas del nativo, pero obligatorios inglés, alemán e italiano. Y todo para trabajar de camareros en restaurantes y mesa bufet.

Los mitos de cada cultura, país, etc existen. Llegan primero y se quedan en las mentes de las personas y allí crecen. Uno de estos es que los cubanos tienen genitales grandes. La primera noche de la primera contratación de cubanos terminó  en una riña épica porque los filipinos desaparecieron las cortinas de las duchas y pusieron sillas  para ver si era cierto o no lo que se decía. Aun hoy se recuerda.

Cuando yo llegué a trabajar al COSTA PLAYA ya aquello era anecdótico, el 80% de los empleados éramos cubanos, y quedaban muy pocos filipinos, mayormente en los bares del barco. Otro dia cuento mi ascenso. La cuestión es que un dia Rodolfo, el barman de la piscina se nos acercó a mi y a un compañero cubano mientras entrabamos al puerto de la Habana (nos gustaba mucho mirar a la Habana desde el mar, es una visión diferente y hermosa). Y como ya nos conocía y habíamos pasado una cuantas tormentas, nos dijo si “con mucho respeto”  nos podía hacer una pregunta. Queria saber si el mito cubano era cierto. Mi compañero y yo nos echamos a reir y le dijimos que en como todo el mundo, de todos los tamaños. No parecía muy convencido y nos dijo que el bajaba siempre en la Habana y veía que los cubanos que trabajaban en el barco caminaban con las piernas un poco separadas y se le notaban “grandes paquetes”.

Allí mismo por nada nos ahogamos de la risa. Y es que todo tenia una explicación. Los uniformes en el barco no eran muy ajustados y por eso en el barco no se notaba tanto, pero cuando bajábamos usualmente usábamos pantalones mas ajustados. Y había mucha necesidad en Cuba, nosotros comíamos bien, probamos frutos de otras partes del mundo (por ejemplo los únicos melocotones y kiwis que me he comido fueron en el barco y nunca mas) y queríamos que nuestros familiares al menos los probaran o comieran algo especial. 

Asi que nos íbamos robando frutos no muy grandes (¿hay otra palabra?) durante los días previos a la llegada, e incluso algún pedazo de carne de primera, las retractilábamos y antes de bajar nos la poníamos dentro del pantalón, realmente dentro del calzoncillo, y atravesábamos la aduana mezclados con los turistas y con las manos libres, pero caminando como cowboys acabados de bajarnos del caballo y “marcando paquetes”.

 El pobre filipino pensaba no solo eso, sino que la emoción de ver a las novias y las esposas se reflejaba allí. Se sintió muy decepcionado al saber la verdad. Pero claro, lo comprendió.  Al final solo hacíamos ese sacrificio por nuestras familias. Todos éramos profesionales y esperábamos trabajar en nuestras profesiones, y no en un barco lejos de casa a expensas de capos italianos insoportables y clientes muchas veces mal educados. Otro día escribo sobre esa experiencia, pero si tengo que resumirlo usaría la frase “infierno en la tierra”, o mejor, “infierno en el mar”. A mis alumnos siempre se los digo, no es lo mismo ser un crucerista que trabajar en un crucero.

domingo, 26 de julio de 2020

MIEDO AL HAMBRE




La relación que tienen los cubanos de hoy en día con los alimentos es muy peculiar, por no decir dramática. Como todo en la vida de los cubanos que han nacido y vivido en la Cuba después del 1959, la comida también está teñida con tintes políticos. Cuando los dioses del planeta deciden que los alimentos se conviertan en un arma política, en una fuente de chantaje, el acto de comer y disfrutar pasa nuevamente a ser lo que fue en otros tiempos, cuando el hombre recorría kilómetros para encontrar algo que llevarse a la boca: supervivencia.

Yo por ejemplo cuando salgo a comprar algo de alimentos le llamo ‘salir de cacería’. Es un acto de fe, es un juego de azar, es una adivinanza maquiavélica, nunca se sabe.

Hay miles de historias, experiencias duras, que tenemos los cubanos y que nos han marcado y nos causan un miedo tremendo a no tener alimentos. Es normal, diría cualquiera, en el mundo hay mucha gente que pasa, pero no estoy hablando de un miedo lógico, es un terror a volver donde estuvimos cuando desapareció la Unión Soviética y nos quedamos sin socios comerciales.

Hoy les contaré cuatro o cinco historias personales. Las reduciré a un mínimo de palabras, evitare’ ser dramático lo más posible. Pero deseo que comprendan que todas han dejado secuelas en mí y en la mayoría de los cubanos. Los que se han ido a vivir fuera de Cuba se echan a llorar en los supermercados, los que vivimos en Cuba acaparamos lo más que podemos porque tenemos la certeza que más temprano que tarde habrá escases nuevamente. Es cíclico.

Hamburguesas
Después de casi un año sin comer proteínas por fin el gobierno encontró una solución. Ya había personas que enfermaban por falta de proteínas y vitaminas. Entonces una vez cada 15 días asignaban a cada cuadra un restaurante donde debíamos ir a buscar una hamburguesa. Pero atención, una acera una vez y la otra acera dos semanas después. Un ticket para una familia. El ticket decía la cantidad de personas que tenía la familia. Llegábamos, una cola (la más silenciosa y triste que nunca había y he visto), al principio se trató de disfrazar un poco las cosas para que no luciera patético. Un pan con ajonjolí, tomate y un pepinillo. Después solo un pan con la hamburguesa. Finalmente solo la hamburguesa. Y en unos meses nada.  ¿Sentimiento? Humillación.

COL
La llamábamos “colada”. Fue la temporada de la col y un poco de tomate. Hacíamos como un estofado, pero con col en vez de carne. En el almuerzo, en la cena. Así por tres meses fue casi lo único que comimos. ¿Sentimiento? Desesperación, sensación que no resistiría.

PIERNA DE CERDO
Un amigo de mi papa’ reapareció después de casi dos años sin visitarnos. Porque necesitaba algo de nosotros. Nos trajo de ‘regalo’ una pierna de cerdo. Hacía ya 5 años que no comíamos no solo cerdo sino carne roja de ningún tipo. Mi mama’ preparo’ un bisté para cada uno. Creo que con solo el olor que despedía en el sartén yo me llené. Lo comimos lentamente, había también arroz y frijol negro. Todo un banquete.  Aquella noche hubo hasta sobremesa.
Al día siguiente parecía que me habían puesto una inyección de vida. Mis músculos se sentían diferentes, podía hasta ver con más claridad y sonreíamos por cualquier cosa. Y recordé las palabras de un profesor que tuve cuando estudiaba medicina: el ser humano es omnívoro, pero solamente pudo desarrollar su cerebro cuando pudo comer la carne cocinada. ¿Sentimiento? Al principio esperanza, después miedo de regresar.

EL HUESO DE LA PIERNA DE CERDO
Llegó a su fin la pierna de cerdo. Quedaba el hueso y la piel. Nosotros vivíamos en una zona donde siempre teníamos agua y electricidad, pero nos faltaba el gas para cocinar. Tenía una amiga que en su zona no faltaba el gas, pero faltaba mucho el agua y la electricidad. Así que ella venía a lavar la ropa mi casa y yo cocinaba en la suya.
Un día partí con los frijoles para su casa, y con el hueso de la pierna para darle más sabor y sustancia al potaje. Antes de partir mi mama’ me dijo que cuando terminara de cocinar, y con mucho tacto, les preguntara a mi amiga y su esposo si querían quedarse con el hueso para que hicieran unos frijoles “diferentes” también. Así lo hice, y claro, aceptaron. Me despedí y quedamos que al día siguiente regresaría para hacer arroz.
Al día siguiente mientras hacia el arroz, mi amiga me pregunto’ si le podía pasar el hueso a la vecina de los altos porque ella creía que todavía se le podía sacar más sabor. ¿Sentimiento? Atrapado en un hueco sin salida.

Producto de todos aquellos años muchos cubanos desarrollamos algún tipo de neuritis. Yo debute’ con migrañas y calambre en las manos que aun hoy me duran. Eso por mencionar solo algunas cosas. Nuestras historias personales son diversas y la mía trato de no olvidar. No porque me guste recrear lo malo, es para valorar cada bocado de alimento que viene a mí, agradecer a las personas que los cultivan y lo hacen llegar de alguna manera. Cada alimento es una bendición y lo valoro como tal.

Las personas que me conocen saben que muy pocas veces dejo algo en el plato. Es más, cuando vamos a algún restaurante (aun hoy un lujo para la mayoría de los cubanos) mis amigos separan la parte que no comerán y después me la dan. Tengo un hambre infinita, soy como un limpia-pecera, no me gusta dejar en el plato lo que considero una bendición, y no comprendo a esos cubanos que dicen que no comen esto o aquello por simplemente un detalle. Disfruto cada sabor, cada aroma de la comida y lo que trae añadido: las bebidas, las especias, las conversaciones. Me lleno tanto que a veces me siento mal, pero nada comparado a tener el estómago pegado a la espalda.

Son otros tiempos. Hay algunas salidas decorosas para el gobierno actual, pero para nosotros el fantasma está ahí. ¿Cuál es el sentimiento que predomina en mi cuando miro al pasado reciente? El miedo a pasar hambre otra vez. El día en que los padres deben de dejar de comer para garantizarle el alimento a los hijos, y cuando los hijos sonreimos mientras le decinos a nuestro ancianos que coman que ya nosotros comimos algo en la calle.