martes, 4 de mayo de 2021

ROJO, AZUL Y BLANCO (PARTE I) Historia de una familia en Cuba

 Por el momento no hay estrella. La revolución triunfó,  ¿pero qué pasó con las que la hicieron?                                              
ROJO, esposo de Azul y  padre de Blanco.

Nació en una de las hoy provincias orientales de Cuba. En aquel momento era solo Oriente. Digamos que en la frontera con Camagüey e inevitablemente más influenciada por los ricos hacendados de allí que los de Santiago de Cuba. Era hijo del alcalde. Clase media a media alta. Seis hermanos. Tres hembras, tres varones. Aun cuando el padre era de un partido de “izquierda”, la mejor descripción es que realmente “no era de derechas”.

De todos ellos, siempre fue el más rebelde en cuanto a la política y en su batalla de independencia personal. Estudió lo necesario y desde casi un niño recorría toda la región a caballo y en un Jeep. Mujeriego y su primer matrimonio fue a los 21 años.

Pero antes pasaron cosas.

Su padre, el abuelo de Blanco, era un hombre estricto con las mujeres de la familia, pero incentivaba el machismo y la independencia de los hijos varones. Los hermanos de Rojo resultaron más bien caseros y adaptados a cualquier circunstancia.

Con Rojo siempre todo era diferente, más complicado. Tan pronto pudo se montaba en su caballo y salía a recorrer los montes, los campos de caña y las tierras de los grandes ganaderos. A veces regresaba dos días después, sudado, sucio y con un fuego raro en los ojos. Había visto más allá del horizonte limitado de los chicos del pueblo.

Sería muy largo de contarlo todo para un blog, pero con catorce años ya había visto muchas injusticias. Un racismo profundamente enraizado en la tierra del alma del cubano blanco. En la zona donde él vivió los negros caminaban por la calle y no por las aceras, por la parte de afuera de los parques y no podían sentarse en los bancos. En los edificios o casas en que se alquilaban colgaban anuncios o carteles que decían: “No perros ni negros”.

Otra cosa fueron los campos de caña. En aquellos años la principal industria del país. Eran tan grandes que en sí mismos eran pequeños reinos dentro de los latifundios. En sus entrañas, donde usualmente había algún bosquecillo o terreno sin cultivar, vivían los prófugos de la justicia, los blancos pobres que no tenían a donde ir, los emigrados haitianos o jamaicanos. Allí sin zapatos y casi sin ropa vivían años sin ser detectados por la guardia rural o simplemente miraban hacia otro lado a conveniencia del terrateniente.  Allí en los campos de caña aparecían los cadáveres de jóvenes, mujeres violadas, negros esqueléticos y sin dientes y una multitud de marginados que eran desalojados por la Guardia Rural y no tenían a donde ir. Muchos de ellos se convertían en sus amigos en el transcurso del tiempo hasta que morían en la época de las vacas flacas o de crisis económicas, como ejemplo entre las guerras mundiales. 

Con dieciséis años había visto lo suficiente como para darse cuenta que las cosas en Cuba debían cambiar. ¿Cuánto? No lo sabía, pero debían cambiar. Le pidió permiso a su padre para comprar un triciclo con una nevera en la parte de atrás y poder vender Coca Cola y comida por los campos. Ya habían hablado con el representate de la gaseosa en la zona. El viejo Rojo, por llamarlo de alguna manera accedió y lo vio como algo positivo para un “macho” que se hacía independiente y comenzaba a vivir la vida. De cualquier modo faltaba poco para que lo llevara a un prostíbulo y se hiciera todo un hombre de verdad, solo esperaba que llegaran unas chicas nuevas que iban a traer desde La Habana. Le habían garantizado que estarían muy sanas, no quería que el chico se complicara con alguna enfermedad tan joven.

Pero la verdadera razón para tener el triciclo de Coca Cola era otra. Le daría la libertad necesaria para moverse por los campos y comenzar a trabajar con los que protestaban contra el gobierno, mover armas y propaganda, dinero y ropas. Como era el hijo del alcalde mucho menos sospecharían. Se metía por los campos, y mientras llegaba con sus productos hacia proselitismo, pero aquellos inmigrantes, prófugos y gente con vida miserable no comprendían lo que les decía, el mundo era así desde el principio de los tiempos y nadie ni nada los cambiaria. Sus padres, sus abuelos, todo el mundo conocido era así

Haciéndolo corto, el tiempo pasó. Sucedieron muchas cosas y ya el ejército comenzó a sustituir a la policía en pueblos y ciudades, y a la guardia rural por los campos. Era hora de casarse y despistar con un ropaje burgués. Además, después del golpe de estado del 1953 ya el alcalde era otro, puesto por el gobierno de facto, y nada, la vida burguesa llamaba a toda la familia. Se casó con una chica de una familia acomodada de la zona. Joyerías en el pueblo, en La Habana e incluso en Miami (un balneario sin personalidad en aquellos años), funerarias, cines y transporte. Pronto nacieron dos hijos, una hembra y un varón. Pero la vida tal cual estaba no era como la soñaba. Cada vez se involucraba más en las acciones contra el gobierno y contra el sistema de cosas. Hasta que un día, bajando de la Sierra Maestra, llevando armas ahora en un camión de Coca Cola, casi lo mata el ejército y no pudo regresar a casa. Tenía dos alternativas, irse a Santiago de Cuba, donde lo conocían demasiadas personas, o a La Habana , donde se perdería en la muchedumbre de desconocidos.  Uno de sus hermanos trabajaba en una de las joyerías de la familia en la Habana.

Y así otro giro en la vida. En la capital todo era muy diferente y las mismas injusticias, solo que más grandes. La vida bullía, los negocios, los atentados, las marchas de las universidades, las palizas en las calles y los jóvenes muertos cada día, los autos de lujo, el Vedado y sus mansiones y Miramar que ya se perfilaba como el futuro. Tenía que conectarse con alguna cédula de revolucionarios, su padre al saber que estaba fugitivo y era revolucionario no le quiso ayudar, mucho menos la familia de la esposa. Trabajo y conectarse con los movimientos clandestinos era la prioridad. Y fue así que esperando a un contacto en un Bar-Café , en la esquina de las calles Monte y Cienfuegos, a la vista del Capitolio, conoció a Azul, la chica que vendía café. Alta, con zapatos de tacón Luis XV, blusas blancas impecables y faldas negras ajustadas al cuerpo. Peluquería semanal.  Elegancia habanera de los años 1950s.

Y más que la revolución, sus caminos por las montañas, los conflictos anteriores con sus padres y resto de la familia, incluso sus hijos nacidos, este encuentro marcó su destino. Una vida futura de altas y bajas, de incomprensiones e intolerancias, de abandono y rechazo familiar. Como consecuencia de todo esto nacería Blanco. La copia invertida de Rojo, pero que nunca lo abandonaría no importara qué.

Y finalmente llegó el triunfo de la revolución.  Rojo se identificó con el proceso que comenzaba y sus líderes. Tuvo muchas cosas que aprender como tantos otros, al fin de cuentas tenía “limitaciones pequeño burguesas”. Se esforzó .y mucho, y por fin fue comprendiendo aún más, fue desembarazándose de ideas de la clase social en la que nació y pensando más en Cuba como un país con un solo pueblo. Muy lindo en verdad, pero imposible de creer. La lucha de clases que hasta ese momento era de independencia real para el país y todos estaban dispuestos a hacer sacrificios por salirse de una dictadura como la de Batista, y una injerencia como la americana, solo comenzaba realmente.  Y abarcó todos los niveles de la sociedad.

Solo le dedicaré unas líneas a la familia. ¿Qué era lo más importante en la mitad del siglo XX? No sé si aún hoy conservamos esos valores, o han tomado otros intereses su lugar, pero en aquellos años eran importantes los ideales, la familia, el sacrificio por los demás. Y sacrificarse por todo eso tienen implícito un costo, y a veces muy alto. Rojo se divorció de su esposa burguesa y dueña de cuantiosos bienes. Mantuvo contacto con sus hijos, pero le costó que toda su familia le virara la espalda. De su nueva relación nació Blanco, como ya mencioné y fue tanta la presión que solo pudieron casarse cuando el nuevo hijo tenía diez años. Nunca quisieron conocer a Azul ni a Blanco, le negaron todo tipo de reconocimiento familiar incluso al propio niño que nunca tuvo primos, hermanos, tíos con quien compartir, para no mencionar abuelos. Los padres de Rojo murieron y solo lo supo una semana después de enterrados. Los hijos del primer matrimonio se marcharon de Cuba en 1962 y nunca más los vio hasta 1978 cuando vinieron a Cuba a buscar a su abuelo materno. Fue solo un instante frio y breve. Rojo tuvo una vida sin más familia que su esposa e hijo, aun viviendo, por ejemplo, a solo 500 metros de un hermano casado y con hijos también. Paradójicamente el permiso que le dio a sus hijos para que se marcharan a Estados Unidos, siendo todavía menores de edad, le imposibilitó lograr uno de sus sueños: pertenecer al Partido Comunista. Muchos años después enfermó de cáncer en lo que los cubanos llamamos Periodo Especial, y fue muy difícil la lucha contra la enfermedad. No quedaba más remedio que pedir ayuda económica a ver si resultaba, y no resultó. Fueron 16 años de orgullo para Azul y Blanco porque pudieron ganarle un poco de tiempo a la muerte y entonces sí poder reconocerse en las cosas importantes de la vida y quedar en paz cuando Rojo murió.

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