Nació en una de las hoy provincias orientales de Cuba. En
aquel momento era solo Oriente. Digamos que en la frontera con Camagüey e
inevitablemente más influenciada por los ricos hacendados de allí que los de
Santiago de Cuba. Era hijo del alcalde. Clase media a media alta. Seis
hermanos. Tres hembras, tres varones. Aun cuando el padre era de un partido de
“izquierda”, la mejor descripción es que realmente “no era de derechas”.
De todos ellos, siempre fue el más rebelde en cuanto a la
política y en su batalla de independencia personal. Estudió lo necesario y
desde casi un niño recorría toda la región a caballo y en un Jeep. Mujeriego y
su primer matrimonio fue a los 21 años.
Pero antes pasaron cosas.
Su padre, el abuelo de Blanco, era un hombre estricto con las
mujeres de la familia, pero incentivaba el machismo y la independencia de los
hijos varones. Los hermanos de Rojo resultaron más bien caseros y adaptados a cualquier
circunstancia.
Con Rojo siempre todo era diferente, más complicado. Tan
pronto pudo se montaba en su caballo y salía a recorrer los montes, los campos
de caña y las tierras de los grandes ganaderos. A veces regresaba dos días
después, sudado, sucio y con un fuego raro en los ojos. Había visto más allá
del horizonte limitado de los chicos del pueblo.
Sería muy largo de contarlo todo para un blog, pero con
catorce años ya había visto muchas injusticias. Un racismo profundamente
enraizado en la tierra del alma del cubano blanco. En la zona donde él vivió
los negros caminaban por la calle y no por las aceras, por la parte de afuera
de los parques y no podían sentarse en los bancos. En los edificios o casas en
que se alquilaban colgaban anuncios o carteles que decían: “No perros ni
negros”.
Otra cosa fueron los campos de caña. En aquellos años la
principal industria del país. Eran tan grandes que en sí mismos eran pequeños
reinos dentro de los latifundios. En sus entrañas, donde usualmente había algún
bosquecillo o terreno sin cultivar, vivían los prófugos de la justicia, los
blancos pobres que no tenían a donde ir, los emigrados haitianos o jamaicanos.
Allí sin zapatos y casi sin ropa vivían años sin ser detectados por la guardia
rural o simplemente miraban hacia otro lado a conveniencia del
terrateniente. Allí en los campos de
caña aparecían los cadáveres de jóvenes, mujeres violadas, negros esqueléticos y
sin dientes y una multitud de marginados que eran desalojados por la Guardia
Rural y no tenían a donde ir. Muchos de ellos se convertían en sus amigos en el
transcurso del tiempo hasta que morían en la época de las vacas flacas o de
crisis económicas, como ejemplo entre las guerras mundiales.
Con dieciséis años había visto lo suficiente como para darse
cuenta que las cosas en Cuba debían cambiar. ¿Cuánto? No lo sabía, pero debían
cambiar. Le pidió permiso a su padre para comprar un triciclo con una nevera en
la parte de atrás y poder vender Coca Cola y comida por los campos. Ya habían
hablado con el representate de la gaseosa en la zona. El viejo Rojo, por
llamarlo de alguna manera accedió y lo vio como algo positivo para un “macho”
que se hacía independiente y comenzaba a vivir la vida. De cualquier modo
faltaba poco para que lo llevara a un prostíbulo y se hiciera todo un hombre de
verdad, solo esperaba que llegaran unas chicas nuevas que iban a traer desde La
Habana. Le habían garantizado que estarían muy sanas, no quería que el chico se
complicara con alguna enfermedad tan joven.
Pero la verdadera razón para tener el triciclo de Coca Cola
era otra. Le daría la libertad necesaria para moverse por los campos y comenzar
a trabajar con los que protestaban contra el gobierno, mover armas y
propaganda, dinero y ropas. Como era el hijo del alcalde mucho menos
sospecharían. Se metía por los campos, y mientras llegaba con sus productos
hacia proselitismo, pero aquellos inmigrantes, prófugos y gente con vida
miserable no comprendían lo que les decía, el mundo era así desde el principio
de los tiempos y nadie ni nada los cambiaria. Sus padres, sus abuelos, todo el
mundo conocido era así
Haciéndolo corto, el tiempo pasó. Sucedieron muchas cosas y ya
el ejército comenzó a sustituir a la policía en pueblos y ciudades, y a la
guardia rural por los campos. Era hora de casarse y despistar con un ropaje
burgués. Además, después del golpe de estado del 1953 ya el alcalde era otro,
puesto por el gobierno de facto, y nada, la vida burguesa llamaba a toda la
familia. Se casó con una chica de una familia acomodada de la zona. Joyerías en
el pueblo, en La Habana e incluso en Miami (un balneario sin personalidad en
aquellos años), funerarias, cines y transporte. Pronto nacieron dos hijos, una
hembra y un varón. Pero la vida tal cual estaba no era como la soñaba. Cada vez
se involucraba más en las acciones contra el gobierno y contra el sistema de
cosas. Hasta que un día, bajando de la Sierra Maestra, llevando armas ahora en
un camión de Coca Cola, casi lo mata el ejército y no pudo regresar a casa. Tenía
dos alternativas, irse a Santiago de Cuba, donde lo conocían demasiadas
personas, o a La Habana , donde se perdería en la muchedumbre de
desconocidos. Uno de sus hermanos
trabajaba en una de las joyerías de la familia en la Habana.
Y así otro giro en la vida. En la capital todo era muy
diferente y las mismas injusticias, solo que más grandes. La vida bullía, los
negocios, los atentados, las marchas de las universidades, las palizas en las
calles y los jóvenes muertos cada día, los autos de lujo, el Vedado y sus
mansiones y Miramar que ya se perfilaba como el futuro. Tenía que conectarse
con alguna cédula de revolucionarios, su padre al saber que estaba fugitivo y
era revolucionario no le quiso ayudar, mucho menos la familia de la esposa.
Trabajo y conectarse con los movimientos clandestinos era la prioridad. Y fue
así que esperando a un contacto en un Bar-Café , en la esquina de las calles
Monte y Cienfuegos, a la vista del Capitolio, conoció a Azul, la chica que
vendía café. Alta, con zapatos de tacón Luis XV, blusas blancas impecables y
faldas negras ajustadas al cuerpo. Peluquería semanal. Elegancia habanera de los años 1950s.
Y más que la revolución, sus caminos por las montañas, los
conflictos anteriores con sus padres y resto de la familia, incluso sus hijos
nacidos, este encuentro marcó su destino. Una vida futura de altas y bajas, de
incomprensiones e intolerancias, de abandono y rechazo familiar. Como
consecuencia de todo esto nacería Blanco. La copia invertida de Rojo, pero que
nunca lo abandonaría no importara qué.
Y finalmente llegó el triunfo de la revolución. Rojo se identificó con el proceso que
comenzaba y sus líderes. Tuvo muchas cosas que aprender como tantos otros, al
fin de cuentas tenía “limitaciones pequeño burguesas”. Se esforzó .y mucho, y
por fin fue comprendiendo aún más, fue desembarazándose de ideas de la clase
social en la que nació y pensando más en Cuba como un país con un solo pueblo.
Muy lindo en verdad, pero imposible de creer. La lucha de clases que hasta ese
momento era de independencia real para el país y todos estaban dispuestos a
hacer sacrificios por salirse de una dictadura como la de Batista, y una
injerencia como la americana, solo comenzaba realmente. Y abarcó todos los niveles de la sociedad.
Solo le dedicaré unas líneas a la familia. ¿Qué era lo más
importante en la mitad del siglo XX? No sé si aún hoy conservamos esos valores,
o han tomado otros intereses su lugar, pero en aquellos años eran importantes
los ideales, la familia, el sacrificio por los demás. Y sacrificarse por todo
eso tienen implícito un costo, y a veces muy alto. Rojo se divorció de su
esposa burguesa y dueña de cuantiosos bienes. Mantuvo contacto con sus hijos,
pero le costó que toda su familia le virara la espalda. De su nueva relación
nació Blanco, como ya mencioné y fue tanta la presión que solo pudieron casarse
cuando el nuevo hijo tenía diez años. Nunca quisieron conocer a Azul ni a
Blanco, le negaron todo tipo de reconocimiento familiar incluso al propio niño
que nunca tuvo primos, hermanos, tíos con quien compartir, para no mencionar
abuelos. Los padres de Rojo murieron y solo lo supo una semana después de
enterrados. Los hijos del primer matrimonio se marcharon de Cuba en 1962 y
nunca más los vio hasta 1978 cuando vinieron a Cuba a buscar a su abuelo
materno. Fue solo un instante frio y breve. Rojo tuvo una vida sin más familia
que su esposa e hijo, aun viviendo, por ejemplo, a solo 500 metros de un
hermano casado y con hijos también. Paradójicamente el permiso que le dio a sus
hijos para que se marcharan a Estados Unidos, siendo todavía menores de edad,
le imposibilitó lograr uno de sus sueños: pertenecer al Partido Comunista.
Muchos años después enfermó de cáncer en lo que los cubanos llamamos Periodo
Especial, y fue muy difícil la lucha contra la enfermedad. No quedaba más
remedio que pedir ayuda económica a ver si resultaba, y no resultó. Fueron 16
años de orgullo para Azul y Blanco porque pudieron ganarle un poco de tiempo a
la muerte y entonces sí poder reconocerse en las cosas importantes de la vida y
quedar en paz cuando Rojo murió.
Azul, Blanco y Rojo (parte II)
Blanco, Rojo, Azul (parte III)
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