El precio de no ser (aparentemente) lo que se espera.
La revolución triunfó, ¿pero qué ha pasado con los que nacieron después y eran diferente a lo que se esperaba ?
Una vez un amigo me dijo que los dos amores más grandes eran
el de las madres y el de Dios. Y que la única diferencia entre ellos era que el
de la madre es para sus hijos, y el Dios para todos los seres.
Si algo tuvo Blanco claro desde que la razón inundó su mente
era que la relación con su madre no sería normal. Había muchas expectativas y
sin embargo nada de exigencia. Lo importante para ella era solo una cosa: estar
cerca los más posible. Todo lo demás era intrascendente. No tenía importancia
si Blanco se hacía profesional o no, si se casaba o no, si era revolucionario o
no. Lo importante era caminar juntos la vida ‘por siempre’.
Rojo quería lo opuesto. El haber traído un revolucionario al
mundo era algo relevante, porque tenía que ser un revolucionario sin lugar a
dudas. Un guerrillero en tierra ajena y la propia, un constructor de escuelas y
de lo que hiciera falta. Un comunista que renunciara a su familia, a las comodidades
y hasta a la vida si fuera necesario y por una buena causa.
Sin embargo, desde el mismo comienzo todo salió torcido.
Blanco tuvo una infancia con una salud precaria. A los dos días de nacido ya
estaba de regreso al hospital y así fue durante años. Todo los que pudiera
darle a un niño lo padeció. Tuvo que aprender a caminar nuevamente a los siete
años. Estaba claro que los sacrificios físicos no serían posible, aunque ya en
la adolescencia y la juventud luchó y venció muchas de las limitaciones. Así
que mucho tiempo en cama y convalecencia fueron los aliados de los libros y
nadie sabría nunca en qué lugar real estaba. Y aunque costaran poco, estaban
fuera del alcance del salario mensual, sobre todo porque estaban solos, no
había otros miembros de la familia a quien recurrir.
Blanco, a los efectos de la sociedad heredada, era un
bastardo. Nació fuera del matrimonio y rechazado por la familia paterna. Sin
primos, sin tíos y tías, sin abuelos, sin viajes al campo a ver la familia o
fiestas de fin de año o navidad. Nada.
Y entonces la soledad fue la mejor amiga. No había que
explicar, convencer. No había con quien reír o escuchar historias del ayer.
Cuando comenzó en la escuela ya el daño estaba hecho. Le gustaba aprender, pero
algo dentro de él lo impulsaba contracorriente. Nada de marchas, himnos patrióticos, poemas y
loas a la patria. Detestaba los uniformes tanto como amaba los fines de semana
y las vacaciones lejos de todos, excepto el cielo y el mar, el correr por el
malecón, las casas en la playa cuando iban con los amigos de Rojo.
Ya en la escuela comprendió que era parte de algo más grande.
Tuvo la impresión que eso más grande no necesariamente sería bueno con él, le
parecía que solo era una pieza de decoración en una obra enormey no exactamente
ni la torre, ni el caballo ni el alfil y mucho menos el rey del ajedrez. Muchas
veces durante su vida tuvo o tiene casi la certeza de que era un error de la
matriz en el escenario donde nació. Un pedacito contrastante o descolorido.
Pero estaba vivo y había que continuar.
Se fue abriendo camino unas veces silenciosamente, otras
queriendo estar aislado (haciendo sufrir a Rojo) llamaba más la atención que
gritando. Lo amenazaron, lo pusieron en unas listas y los tacharon de otras,
aunque al fin pudo graduarse de lo que le gustaba. Fue a las montañas y enseñó,
bajó al llano y llevó arte y comprensión a niños y adolescentes por si acaso
había escondiéndose en los laberintos de la mente algún otro Blanco como él
mismo y que no se sintiera solo. Cuidó de Rojo durante muchos años hasta que
literalmente le cerró los ojos. Y como Azul soñó aún está junto a ella.
Aunque no exactamente.
Cada día va quedando menos de Blanco en el mundo real. Siente
cómo gramo a gramo va ganando en espiritualidad y gramo a gramo va perdiendo
materialidad. Lamenta haber dedicado tanto tiempo a no comprender que en cada
plano siempre se nos necesita. Ayudar, enseñar, sonreír a los
desconocidos, amar a los extraños y más
aun a los que conocemos. Niños siempre alrededor, sanos, enfermos, con padres y
madres, abandonados o casi. Y aunque desde lejos Blanco da la impresión de
firmeza y felicidad, todavía sigue convencido que todo ha sido un accidente,
una equivocación mientras no le demuestren lo contrario. . . salvo por una cosa,
un quizás, acompañar a Azul.
Azul, Blanco y Rojo (parte II)