miércoles, 22 de febrero de 2023

ENSEÑAR

 A pesar de que en la mayoría de los países ser maestro está mal pagado, querer enseñar es el sueño de muchos. Saber hacerlo es una virtud, es un don. Y no hablo solamente de la pedagogía.  Hablo de la pasión, hablo de la organización mental natural que tienen algunas personas para entregar el conocimiento. Hablo de dejar casi la piel en un aula que no necesariamente sean cuatro paredes y una pizarra. Un aula puede ser un parque, un portal en una noche de apagón, una cama de hospital, la mesa de un bar o la terraza del hotel Nacional en La Habana.

Y todos saben también que hay lugares en el mundo donde enseñar algo que no está en el guión oficial, aunque sea apartándose una sola línea, puede ser riesgoso. Y ciertamente ese mismo lugar puede mejorar y poco a poco ser perfectible, pero la secuela de aquello que se hizo en una época queda en las mentes de muchos. Quedan las lagunas de conocimiento, quedan las deformaciones y los errores en las mentes que continuarán transmitiéndose de generación en generación hasta que cada uno de esos antiguos alumnos puedan descubrir por sí mismos la información real.

Enseñar matemáticas, o idiomas, no es lo mismo que enseñar asignaturas vinculadas a la política. Geografía e incluso Literatura de una lengua como la española tiene sus complejidades, pero la enseñanza de la Historia es algo especial. Cuando enseñas Historia te quedan usualmente dos opciones: seguir el guion oficial y que en su mayoría contiene lagunas, esos espacios en blanco, sumamente peligrosos porque comúnmente nos llevan al dogmatismo. O arriesgarte, mucho o poco, a dar otras versiones, a recomendar libros y autores, a poner un poco de sal y pimienta en las mentes jóvenes.

Y no hablo de interpretaciones erradas o no. Y creo que en todos los países en algún momento ha pasado y pasan cosas como esas. Yo hablo de los silencios, de los esquemas, también de exceso de condescendencia con los héroes propios.

Ejemplos en la Cuba de hoy todavía hay muchos. Poco ha cambiado la forma de enseñar la  Historia , de los libros y su enfoque. Los niños y jóvenes deben decir ciertas palabras, ciertas frases acuñadas  por generaciones para poder aprobar los exámenes. Es, según el ministerio de educación, la única manera de saber si el alumno realmente aprendió correctamente.

Los jóvenes cubanos usualmente no saben de religión, a los presidentes antes del 1959 hay que llamarlos de cierta manera para poder aprobar el examen: dictador o sanguinario Fulgencio Batista, Gerardo Machado el asno con garras, José Miguel Gómez era el tiburón que se mojaba y salpicaba,   y así. Que es cierto que se merecían esos epítetos, pero cuando se dice miles de veces deja de tener credibilidad y se van esquematizando las mentes.

A veces se tienen problemas  por tocar temas o tocarlos de manera diferente a lo establecido. Y no es que se diga lo contrario. Por hablar de la historia de las religiones, por recomendar la lectura de Solzhenitsin  o Milan Kundera (tan alejados de nuestra cultura y tiempo que no importa ya si fueron disidentes o solo buenos escritores y créanme que es mejor caer en sus páginas que en la de cualquier youtuber), pero esos ojos de algunos pocos estudiantes ávidos  es una tentación difícil de evadir.

En fin, solo mencionaré una cosa más. Todos saben la importancia de José Martí en la historia de Cuba (y no solo aquí). Todo lo que gira alrededor de su muerte en el primer combate del segundo periodo de la guerra por la independencia de Cuba se enseña de manera muy cuidadosa porque era una época de grandes contradicciones.  Sin embargo otra cosa son los epítetos hacia los soldados españoles y sus oficiales, sus tácticas de guerra, los combates siempre victoriosos de los “insurgentes”, pero me gustan las sutilezas en la Historia, y una de ellas es la forma de tratar a un enemigo valiente o que con el tiempo demostró integridad y caballerosidad.

A continuación voy a poner un fragmento de una carta que escribió el general español José Ximénez de Sandoval y Ballange que es un ejemplo de lo que debería enseñarse en las aulas. Este general fue el que recogió el cuerpo sin vida de José Martí en el campo de batalla de Dos Ríos. El respeto por el rival ilustre, la admiración por el hombre que luchaba contra España, pero al mismo tiempo lo elevaba entre los suyos, es un ejemplo de cómo se debe ver la Historia, para no mencionar la cantidad de información valiosa extracurricular. Por leer líneas  como esta en voz alta se puede tener , como se dice en Cuba, una mancha en el expediente laboral como maestro porque no solo se eleva la figura del héroe caído sino también del que escribe. Pero no importa, lo que es relevante es estar en Cuba, enseñar y aprender en Cuba y poner el granito de arena para que podamos ser mas cultos y mas libres, como decía el mismo Martí.

“La acción de Dos Ríos es un hecho de mi historia militar, en la que halló muerte gloriosa aquel genio dotado de hermosa elocuencia, tan hermosa como los sentimientos de su bien templada alma. Su arrojo y valentía, así como el entusiasmo por sus ideales, le colocó frente a mis soldados y más cerca de las bayonetas de lo que a su elevada jerarquía correspondiera; pues no debió nunca exponerse a perder la vida de aquel modo, por su representación en la causa cubana, por los que de él dependían y por su significación y alto puesto que ocupaba como primer magistrado de un pueblo que luchaba por su independencia.

Cuando en el campo de la acción vi en el suelo su cadáver en posición supina, sin sombrero, luciendo la ancha frente en cuyo seno tantas brillantes ideas bulleron, entreabiertos sus ojos azules con la expresión del que muere dulcemente por su patria —sentí pena profunda y mi pensamiento se elevó a Dios para pedirle fuera su alma por Él acogida.— ¡Qué menos podía hacer por el que si en vida fue mi enemigo, ya muerto merecía todo mi respeto y consideración.

Mis soldados le dieron muerte gloriosa en noble combate y a su cadáver en mi poder se le rodeó de cuantas consideraciones merecen los muertos y en especial los que fueron en vida genios como José Martí.

Conducido por mí a Remanganaguas y llevado luego a Palma Soriano y Santiago de Cuba, en este último punto fui comisionado para darle sepultura y en tan severo acto, dejándome llevar de mis naturales impulsos y por tratarse de figura tan relevante, pronuncié a modo de oración fúnebre un pequeño discurso necrológico reflejo exacto de mi sentir, ya que fue improvisado y el cual tuvo la suerte de agradar lo mismo a españoles que a cubanos, siendo publicado por la prensa toda de la Isla y reproducido por la española y extranjera.

 No puedo ser sospechoso para el pueblo cubano; muchos amigos del alma tengo ahí y todos cuantos me han tratado y conocen mi modo de ser, han comprendido siempre que, si el destino me hizo jefe de la columna que a Martí dio muerte, la pérdida de su vida más que esperanza de medro personal, me produjo sentimiento noble y sincero y me hizo también conocer algunas flaquezas humanas.

 No soy yo, sin embargo, el llamado a recordar en épicos cantos al pueblo cubano la nobleza y valía de aquel Apóstol de su causa; ilustres hombres de probada inteligencia tiene Cuba y ellos con mejores facultades pueden hacerlo y lo harán seguramente, para honrar, honrándose, la memoria de un mártir de su patria y para conocimiento y ejemplo de futuras generaciones.

Muchos años han transcurrido, las pasiones se han acabado, y no sería yo fiel a mi conciencia si tratara de desfigurar hechos que pasarán a la historia de una nación nueva, en los que debe resplandecer la verdad desnuda de toda pasión y engaño….”

 La historia está llena de coincidencias. El general andaluz nacido en Málaga el 22 de julio de 1849, falleció en Madrid, el 24 de febrero de 1921, fecha histórica, en la que los cubanos festejaban el inicio de la guerra de Martí, como la sentenciara el Generalísimo Máximo Gómez.





HUMBERTO. GUIA Y MAESTRO EN LA HABANA

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