"Rafael"
Una oficina minimalista en un edificio moderno de La Habana. Grandes ventanales muestran el mar al amanecer. Rafael, mediana edad, elegante y sereno, está sentado descalzo en un sillón, sosteniendo una taza de café.
RAFAEL:
Siempre me ha gustado llegar temprano a la oficina. Me acostumbré desde que trabajaba con firmas europeas; las reuniones eran a las cuatro de la mañana, hora de La Habana. Después de un buen café, me siento a mirar el mar... o la piscina del hotel contiguo. Ese resplandor del amanecer en el agua me calma, me da energías.
Ver a la gente corriendo para alcanzar el transporte al trabajo, mientras mi jornada ya lleva casi cinco horas... Me gusta descalzarme y dejar que el calor del café me recorra el cuerpo. Por eso siempre llevo mocasines; me encanta estirar las piernas y disfrutar de ambientes relajados.
¿Que de dónde soy? De Cienfuegos. Estudié Ingeniería en la Universidad de Santa Clara. Fueron años felices, pero estudié mucho. Lo tenía claro desde el comienzo, sobre todo cuando regresé a casa después de graduarme. De alguna manera, mi madre se enteró de que soy gay. A la mañana siguiente, me botó de casa y tomé un autobús para La Habana. Ella era muy católica.
Tenía un conocido aquí en La Habana y poco tiempo. En una fiesta esa semana, conocí a Gabriel. Me llevaba más de 30 años, pero era agradable y profesional. Había viajado por Europa y me sentí cómodo con él. Tenía casa y me consiguió trabajo. Cinco años después, mi vida había cambiado totalmente.
Siempre me habían gustado los idiomas y sentarme por las madrugadas a leer, pero si era a estudiar, mejor. Aprender algo útil es más práctico. Ganar dinero con conocimientos que otros no tienen me hace sentir bien. En esos cinco años, entré en todos los cursos del Ministerio de Comercio Exterior, pulí mi francés y mi alemán. El inglés ya era pan comido desde hace mucho. Soy de esos que tuvo que aprender desde el Windows 95 hasta un Doctorado en Economía.
¿Que si me gusta el dinero? Muchísimo. Me he esforzado mucho para tenerlo. Y no, no veo la contradicción entre vivir en Cuba y tener dinero. Sé que hay gente que se va a los dos extremos, pero yo estoy en el centro. He tenido y tengo un buen trabajo, dos apartamentos —uno alquilado a un diplomático que una vez fue mi amante—, auto, una casa en la playa, visa para Estados Unidos por diez años y, con ella, obtuve la de México por el mismo tiempo. Mis abuelos españoles que no conocí me dejaron la posibilidad de su ciudadanía y pasaporte. Y al mismo tiempo, me encanta trabajar para mi país y su gente. Sé que la realidad para muchos es difícil, pero yo he creado la mía, y si yo pude, ellos pudieran. Además, quizás tengamos las mismas metas, solo que vamos por carriles diferentes. No veo la contradicción entre gustarme las cosas buenas de la vida, las sutiles, el rechazar el ruido y los carnavales y, al mismo tiempo, trabajar lo mejor posible y defender los intereses de mi país. Realmente hace mucho que no le dedico tiempo a pensar en esas cosas.
¿Mi mejor experiencia? Mi viaje a París, exactamente mi primer viaje a París. Y dentro de ese viaje, la visita al museo de L’Orangerie, o la llamada Capilla Sixtina del Impresionismo. Allí están los grandes murales de los Nenúfares, pintados por Monet al final de su vida. Desde la primera vez que entré allí, se me saltaron las lágrimas. Es una habitación oval con varios murales de un lago con nenúfares en diferentes momentos del día. Desde el diseño de la habitación hasta los asientos en el centro, las paredes blancas y contrastantes, los murales con azules intensos, reflejos de un agua hechos con grandes trazos de pincel que más que reflejar, sugieren un mundo de belleza, un mundo mejor. Ese es el espíritu del mundo que le deseo a Cuba.
Es bueno estar acá, mirando los reflejos del sol en la piscina del hotel de al lado. Pronto se inaugura uno nuevo en el malecón y creo que pediré alquilar una suite para oficina allí, frente al mar, sin vista a la ciudad, solo el mar. Pararme en el centro de la habitación y ver solo el horizonte.
Sí, con esto del COVID todo se hace más difícil... para ellos. Me apena y espero que pronto termine; ya es demasiado tiempo para la gente pobre del mundo, incluidos los cubanos. Extraño las tardes en los jardines del hotel Nacional. Tomarme algo con algunos amigos o solo, esperar a mi pareja antes de irnos a casa o a comer en cualquier lugar.
No, no tengo muchos amigos o conocidos en el gobierno más allá de lo estrictamente laboral. Ellos necesitan a gente como nosotros: trabajo duro y muchas horas, pero la política y sus empleados, mientras más lejos, mejor. No tenemos mucho en común; ya te dije que me gustan los silencios.
Lo que más disfruto: mis paseos en kayak. Llevo mi mochila y en ella un mantel de cuadros rojos y blancos, varios sándwiches y una botella helada de vino blanco. Llegamos a la ensenada cerca de la casa de la playa y, allí, lejos del mundo, compartimos momentos y la caída del sol en este mar maravilloso que nos rodea y que cada vez son menos los que se detienen a mirarlo.
Sí, lo sé, llevo una vida mejor, pero no me lo han regalado.
¿Preocupado? Para nada. Los que vienen detrás están drogados en dopamina dada por internet y Disney. Hay oportunidades, y las que están por venir son mejores aún.
Claro, puedes perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos, pero, ¿dónde no?
Rafael se levanta, se acerca al ventanal y observa el horizonte. La luz del amanecer baña la habitación. Silencio.
en mi opinion Rafael es como un existencialista moderno: Disfruta, goza, trabaja, pero hay algo en su mirada —en cómo habla del horizonte, del silencio, del riesgo de perderlo todo— que revela que, en el fondo, Rafael se pregunta si todo esto tiene sentido, es un arquetipo del profesional exitoso en un contexto post-utópico: alguien que lo tiene todo, pero que ha perdido la brújula del “para qué”. Vive, pero ya no busca. Aspira a la paz, pero no al futuro.
Historia de cubanos. Gonzalo
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