miércoles, 3 de septiembre de 2025

Cuba y la paradoja migratoria (2)

  

El espejismo del “milagro americano” y la paradoja del migrante cubano


El fenómeno migratorio cubano hacia Estados Unidos encierra una contradicción profunda: muchos migrantes, aun viviendo las dificultades reales de la sociedad estadounidense, sostienen la ilusión del “sueño americano”. No importa si trabajan jornadas agotadoras, si cargan deudas interminables o si enfrentan la soledad del desarraigo; basta con que puedan mostrar un carro nuevo, una casa hipotecada o los estantes de un supermercado lleno para convencerse —y convencer a otros— de que han alcanzado el éxito.

El supermercado es quizá la imagen más poderosa del espejismo. El migrante camina por pasillos colmados de mercancías y dice estar en el paraíso. Sin embargo, la abundancia aparente no significa acceso real: lo que se exhibe depende del poder adquisitivo, y este, en gran parte de la población trabajadora, es limitado. La trampa psicológica consiste en confundir disponibilidad con posibilidad.

Lo mismo ocurre con la vivienda. La “casa propia” que muchos muestran con orgullo no es, en realidad, más que una deuda a treinta años con un banco. Una fachada de éxito que puede derrumbarse con un despido o un retraso en el pago.

El automóvil sigue la misma lógica. En un país donde el transporte público es insuficiente, el auto no es un lujo, sino una necesidad. Su posesión no demuestra prosperidad, sino obligación estructural. Cada vehículo moderno es otra cadena de pagos mensuales, otra trampa del crédito disfrazada de triunfo personal.

Aquí conviene un análisis objetivo. El capitalismo estadounidense —como el de otros países desarrollados— sobrevive gracias a un intercambio desigual con el Tercer Mundo, apropiándose de recursos naturales, mano de obra barata y mercados cautivos. La abundancia que deslumbra al migrante cubano en el norte no es inocente: se sostiene sobre la explotación global. Por eso resulta paradójico que muchos cubanos huyan de las carencias de la isla, sin advertir que esas carencias son en gran medida el resultado de de esa dinámica de la cual forma parte el bloqueo económico impuesto por el mismo país al que deciden emigrar.

Y aquí entra un punto crucial. En mi opinión, el cubano es migrante cuando emigra a cualquier otro país, en busca de mejores horizontes legítimos. Pero cuando emigra a Estados Unidos, no es solo un migrante: es alguien que se alinea, consciente o inconscientemente, con el enemigo histórico de su patria. El mismo país que durante más de sesenta años ha intentado arrebatarle a Cuba su independencia mediante sanciones, invasiones, terrorismo económico y propaganda, se convierte en el destino preferido de quienes deciden darle la espalda a su tierra. El mismo pais que hace mas de 100 años intervino en la guerra de independencia contra España para que los cubanos no pudieran ser realmente independientes.

Llamemos las cosas por su nombre: emigrar hacia Estados Unidos no es un acto neutro. Es, directa o indirectamente, apoyar al poder que ha intentado someter a la nación cubana desde el siglo XIX. Es legitimar con la vida cotidiana —trabajo, impuestos, consumo— a un sistema que ha hecho del asedio a Cuba una política de Estado. En ese sentido, no es solo una decisión individual; es un gesto político. Y un gesto político que, para colmo, afecta también a la familia: muchos de los que parten dejan tras de sí no solo la nostalgia, sino también la dependencia económica y emocional de quienes permanecen en la isla.

El drama radica en que buena parte de esos migrantes, aun sufriendo explotación laboral, discriminación y deudas en Estados Unidos, siguen creyendo que viven un “milagro”. Exhiben el carro, la casa, el televisor, sin mencionar que todo está atado a créditos y pagos. Confunden mercancías con libertad, consumo con dignidad, deuda con éxito.

En realidad, lo que parece triunfo personal es parte de una estrategia de dominación simbólica: mostrar a Estados Unidos como abundancia y a Cuba como esca, aunque lo primero se sostenga en la explotación mundial y lo segundo resista bajo un cerco histórico.

La verdadera paradoja del migrante cubano en Estados Unidos no está en su esfuerzo personal —eso siempre es respetable—, sino en su incapacidad de reconocer que ha pasado a formar parte de la maquinaria del mismo poder que intentó, e intenta aún, arrebatarle a Cuba su independencia. Por eso digo, con crudeza: el cubano es migrante en cualquier otro lugar, pero cuando emigra a Estados Unidos se convierte, de manera inevitable, en cómplice de su enemigo histórico.

Cuba y la paradoja migratoria (1)

  

Cuba y la paradoja migratoria: entre la propaganda y el cerco económico

Si en América Latina la migración hacia Estados Unidos se explica por la desigualdad estructural y la seducción del “sueño americano”, en Cuba esa dinámica adquiere un cariz todavía más complejo. Aquí no hablamos únicamente de la comparación entre modelos económicos, sino de más de seis décadas de acoso sistemático, bloqueo económico y propaganda hostil, que han convertido el acto de emigrar en una respuesta condicionada por una maquinaria política y mediática diseñada desde el norte.

Cuba, pese a sus carencias, garantiza lo que en buena parte de la región sigue siendo un lujo: educación gratuita, sistema de salud universal, seguridad ciudadana, acceso a cultura y deportes sin exclusión. Y, sin embargo, una porción significativa de su población sueña con emigrar. ¿Contradicción? Sí, pero no espontánea: es el fruto de una guerra silenciosa y prolongada.

El bloqueo económico impuesto por Estados Unidos desde hace más de 65 años no es un daño colateral, es un instrumento de presión planificada. Cada escasez de medicamentos, cada dificultad en la producción de alimentos, cada limitación en la conectividad tecnológica está atravesada por ese cerco. El objetivo es claro: generar en la población la sensación de que el sistema social cubano es inviable, que la vida en la isla es un callejón sin salida.

A esa asfixia material se suma la publicidad engañosa del “modelo americano”. A través de internet, televisión, música y películas, se transmite una imagen idílica de abundancia y libertad, cuidadosamente recortada para ocultar la desigualdad, el racismo estructural, la precariedad laboral y la violencia interna de la sociedad estadounidense. Es un bombardeo psicológico que funciona como complemento del bloqueo: se priva al cubano de bienes básicos y, al mismo tiempo, se le ofrece un espejismo en el norte.

Esto no es casual. Se trata de la clásica estrategia de socavar la moral de un pueblo para fracturar su proyecto de independencia y someterlo al mercado . El migrante cubano no huye únicamente de las dificultades reales de su país; huye también de un escenario fabricado por el hostigamiento externo. Emigrar, en este contexto, es el resultado de una doble presión: las carencias provocadas artificialmente y la atracción ideológica de un consumo imposible dentro del bloqueo.

La paradoja cubana es brutal: un país que resiste, que mantiene conquistas sociales en medio del asedio, ve cómo parte de su población abandona esas mismas conquistas bajo el influjo de una narrativa que reduce la vida al consumo. El drama no está en que la gente busque mejores condiciones —eso es legítimo—, sino en que lo hagan convencidos por una maquinaria que hace del deseo de emigrar un arma política.

En definitiva, la emigración cubana hacia Estados Unidos no puede analizarse como una simple “decisión individual”. Es un fenómeno profundamente político, resultado de una guerra económica e ideológica de larga duración, cuyo objetivo último no es el bienestar del migrante, sino la rendición de un pueblo que lleva más de medio siglo desafiando al imperio en su propio patio trasero.


Humberto. Tours en la Habana. Historia, Arte, Sociedad. WhatsApp+5352646921

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