Estas líneas para algunos puede ser solo anecdótico. Para otros son tonos de gris, entre el color blanco absoluto inexistente y el color negro maldito
En las calles de La
Habana, un Mercedes Benz con placa que comienza con "W" o
"P" es hoy el símbolo más visible del nuevo poder. Mientras miles de
habaneros esperan durante horas en las paradas de guaguas bajo el intenso sol
del Caribe, estos vehículos de lujo circulan con sus ventanillas cerradas y el
aire acondicionado funcionando, como testimonio silencioso de una nueva casta emergente. Pero la historia de los símbolos de poder en Cuba es mucho más
compleja y ha experimentado profundas transformaciones a lo largo de las
décadas.
Antes de 1959, la riqueza
se manifestaba de manera tradicional del capitalismo: la posesión de centrales
azucareros, extensas cabezas de ganado, y cadenas de tiendas marcaban
claramente quiénes eran los poderosos. La Revolución transformó radicalmente
este panorama. Con la nacionalización de propiedades y la salida de las
familias adineradas, los indicadores de estatus cambiaron drásticamente.
Durante la segunda mitad
de los años sesenta, al comienzo del bloqueo estadounidense y antes de
consolidarse los vínculos con la Unión Soviética, los símbolos de distinción se
volvieron sorprendentemente modestos: poder estrenar zapatos nuevos o tener
varios pares para diferentes ocasiones se convirtió en un privilegio notable.
Realizar una fiesta de cumpleaños con todos los elementos tradicionales, sin
necesidad de "inventos", era ya un signo de posición privilegiada.
La década de los setenta
trajo nuevos marcadores de estatus. El poder viajar fuera de Cuba se convirtió
en el privilegio máximo, reservado casi exclusivamente para funcionarios
gubernamentales y sus familias. Sus hijos se distinguían por pequeños detalles:
un maletín escolar de calidad, plumas de colores, juguetes importados con
características especiales como "autitos" con puertas que se abrían.
Mientras tanto, la mayoría de los cubanos vestían ropas desgastadas y
descoloridas, situación que llevó a la importación de telas -mayormente chinas-
que, aunque de colores llamativos y diseños repetitivos, transformaron las
calles habaneras en un desfile de vestuarios idénticos. Incluso esa “forma de
vestir” , no vamos a llamarla moda, se le decía “24 x segundo” parafraseado la
cantidad de cuadros por segundo de una película.
Los años ochenta marcaron
un punto de inflexión. Tras el éxodo del Mariel, y con el fortalecimiento de
las relaciones con el campo socialista, aparecieron nuevas formas de distinción
social. Las tiendas comenzaron a ofrecer muebles, electrodomésticos e incluso
algunas prendas de marcas internacionales. Una nueva generación de
profesionales accedió a ciertos privilegios: créditos para automóviles, acceso
a bienes de consumo especiales y, sobre todo, la posibilidad de viajar.
La década de los noventa,
tras la caída de la URSS, vio emerger una nueva élite. Los hijos de la clase
dirigente, criados con privilegios y contactos internacionales, heredaron
propiedades estratégicamente ubicadas que transformaron en negocios lucrativos:
casas de renta, restaurantes privados (paladares) y conexiones con el turismo
emergente. Esta generación, conocida popularmente como "los hijos de los
dirigentes", desarrolló una visión híbrida: ni contrarrevolucionaria ni
ideológicamente comprometida, sino pragmática y orientada a los negocios.
Llega la década de los dos
mil. Obama por unos meses levanta la prohibición de viajes a Cuba y hasta el
mas pinto de las palomas hizo dinero, siempre y cuando tuviera propiedades o cierto capital. Lo que
era privilegio se convirtió en algo común para mas personas: viajar, conocer
extranjeros poderosos, residir en el extranjero. Los privilegios se
transformaron. Ya habían grandes privilegio, medianos privilegios, pequeños
privilegios y . . .nosotros, los que no tenemos ninguno.
Concentrémonos en los
grandes. Hoy en día se han ampliado las posibilidades de negocios, sobre todo
con la importación de alimentos. Y para colmo, hasta este momento en que
escribo estas líneas, casi sin pagar impuestos.
¿Quiénes son los nuevos
privilegiados?
Fácilmente los detectas
con los nuevos signos del poder: autos lujosos, grandes, fuertes que se pasean
por el país ostentando, sí, ostentando su posición económica. Al principio se
les autorizó solamente vehículos de carga, después, como siempre alguien gana
con el rio revuelto, en un país donde falta la gasolina, las energías, la
electricidad, proliferan todos esos autos con placas que comienzan con W y P. Es
la cara notable de la nueva casta.
Pero, ¿Quiénes son esos?
Comencemos por lo más difícil
de tragar y digerir: los cubanos pobres de hoy son los hijos de los honestos de
ayer.
Los pobres de hoy no es que no tengamos
inteligencia, talento o ganas, es que no tenemos capital, y por lo tanto no
somos esos que podamos aspirar a tener esos permisos que da el Estado para
tener negocios y como consecuencia esos autos de lujos, que como dije es lo
visible, la punta del iceberg, y que como una bofetada la sentimos en el rostro.
Segundo, la respuesta: ellos son por un lado los hijos y nietos de los corruptos
de ayer, de los hijos de los que fueron gerentes o
trabajaron en empresas extranjeras, de los que fueron funcionarios del gobierno
y que incluso traicionando sus obligaciones y siendo depuestos de sus cargos
conservaron sus casas que pudieron rentar y sus contactos en el extranjero. También
los hijos de aquello oficiales del gobierno que hicieron buenos trabajos y que
por el ambiente en que crecieron, estudiaron y mantuvieron las relaciones con
gente importante en otros países y viviendo en el extranjero hacen negocios en
Cuba y disfrutan en el capitalismo luminoso dinero que extraen en la Cuba pobre.
Los otros, y aun más
delicado desde el punto de vista político: quienes tienen familia en Estados
Unidos. Los hay quienes se fueron de Cuba al principio de la revolución, pero ya
son muy mayores, la mayoría son emigrados en la década del 1980 que han hecho algo
de dinero, no suficiente para Miami,
pero mucho para La Habana y han visto la oportunidad de oro de aprovecharse de
casi 10 millones de cubanos con grandes necesidades, sobre todo de alimentos.
Usualmente traen mercancías desde Méjico o Panamá, hasta ahora los impuestos
muy bajos, abren negocios mayoristas y minoristas, llenan las calles con sus
productos de tres a diez veces su valor original, lo venden en la moneda cubana
con la que después compran dólares que regresan a Estados Unidos. El noventa
por ciento están en contra del gobierno y la revolución misma, y ni tan
siquiera lo esconden, solo hay que quedarse un rato en sus negocios y oírlos
hablar, pues en su ostentación se creen intocables.
Todo esto hace que al
menos algunos del pueblo puedan resolver alimentos y demás. Ha sido por otro
lado un salvavidas para el gobierno que cada día más va renunciando a sus
funciones como Estado en situación de emergencia alimentaria para que nos
vayamos acostumbrando a la selva financiera.
¿Negativo?
Uno, es obvio que se lava dinero, y por otro lado el enorme coste ideológico que genera todo esto. Porque el mensaje es bien claro: los hijos o nietos de personas que se fueron del país, no porque andaban buscando mejores oportunidades para vivir, sino porque eran abiertamente contrarrevolucionarios, llegaron a Estados Unidos y lo que decían que no era posible se hizo posible aunque fuera un poquito y son los que están manteniendo hace rato con remesas a sus familias, y ahora con estas posibilidades. Y los trabajadores, las personas que han estado en las menos malas y las malas, que han echado pie en tierra por la revolución,o sencillamente están atrapados en la Historia y son las que están dando su dinero para que ellos se enriquezcan y vivan en condiciones que un obrero no puede soñar.
La Habana en el verano es
un horno, sobre todo en las tardes. Estar dos o tres horas esperando una guagua
(autobús) para llegar a casa extenuado y enfrentarse a una despensa vacía, o
casi, es duro. Pero mas duro es ver pasar por esa parada de guagua un auto del año con aire acondicionado con placa W, y ni tan siquiera ofrecer un alivio a esos
que posiblemente enseñen a sus hijos o sanen a sus padres en los hospitales.
La ironía histórica no
escapa a nadie: muchos de los que hoy ostentan el poder económico son
descendientes de quienes abandonaron Cuba por oponerse a la Revolución.
Mientras tanto, los hijos de quienes permanecieron leales al proyecto
revolucionario o fueron victimas pasivas de la voragine historica frecuentemente se encuentran entre los sectores más vulnerables
de la sociedad.
Humberto Guia & Maestro en la Habana Whatsapp +5352646921